28/3/2024
Análisis

Colombia. El dolor y la mentira

La mayor tristeza de los que teníamos la esperanza de la sensatez no es que se haya rechazado el acuerdo, sino que se haya hecho bajo el influjo del engaño y la superstición

Colombia. El dolor y la mentira
'53.000 votos'. En una votación en la que apenas participaron 13 de los casi 35 millones de colombianos convocados a las urnas, el no obtuvo el 50,23% de los votos (6.431.376), frente al 49,76% (6.377.482) del sí. Una diferencia de 53.894 votos. Ciudadanos en Bogotá tras el referéndum. Mario Tama / Getty

La derrota del sí en el plebiscito colombiano nos sorprendió a todos. Sorprendió, en primer lugar, a los promotores del no, que ya habían hecho pública su convicción de que Colombia era una dictadura y de que el plebiscito estaba amañado. El caricaturista Héctor Osuna, cuya clarividencia ya es cosa del pasado, publicó una columna lamentable en la que acusaba al Gobierno de haber gastado el dinero de todos en unas elecciones que no eran libres; un portavoz del Centro Democrático —el partido del expresidente Álvaro Uribe, principal líder del no, que rechazó durante los últimos cuatro años la participación política de las FARC— dijo que ahora la guerrilla ya había hecho “el tránsito a la política” y que eso “había que respetarlo”. A la hora en que escribo, el Centro Democrático ya se ha desdicho de ese pronunciamiento, y ha vuelto a rechazar de plano la participación política de los jefes guerrilleros. La verdad es que no tenían plan B para el caso de no perder el plebiscito. Por no tener, ni siquiera tenían plan A. En eso, pero no solo en eso, nos obligaron a muchos a recordar el desastre del Brexit, que sin duda es ahora de menor trascendencia.

¿La paz la queremos todos?

Desde el domingo pasado, cuando los colombianos decidieron —por un margen inferior a sesenta mil votos— no terminar con una guerra que ha causado ocho millones de víctimas, una de las frases que más se leen y se escuchan es una banalidad que no le sirve a nadie: que la paz la queremos todos. La han dicho y la han escrito hasta la saciedad los que votaron contra los acuerdos, sin duda para que nadie los acuse de ser amigos de la guerra; y nadie ha señalado, por razones que se me escapan, que la verdadera tristeza de los que teníamos la esperanza de la sensatez no es que la gente haya rechazado estos acuerdos, sino que lo haya hecho bajo el influjo de la mentira y la superstición. Para decirlo de otra forma: me parece una verdad evidente que el rechazo a los acuerdos fue en parte el rechazo a las FARC, que no solo tienen un historial aterrador como causantes de dolor y sufrimiento, sino que se tardaron demasiado en abandonar su cinismo y asumir sus culpas con algo parecido a la humildad. Pero estos días que se nos vienen encima tendrían que contemplar también un debate serio sobre el peso de la mentira en nuestra decisión final.

Hemos dejado pasar una oportunidad irrepetible y ahora nos toca rescatar lo que se pueda del mar de la incertidumbre

Así es. Durante los cuatro años de las negociaciones, los líderes del no repitieron machaconamente una serie de mentiras que se volvieron más descabelladas a medida que crecía, en el mundo de las apariencias, el apoyo a los acuerdos. El expresidente Uribe, un populista desvergonzado que ha hecho de la desinformación y la calumnia una forma de vida, sostuvo que los acuerdos convertirían a Colombia en una nueva Venezuela, luego dijo que el propósito secreto de los acuerdos era acabar con la propiedad privada, y en algún momento acusó al Gobierno de estar negociando con las FARC su propio encarcelamiento. Uno de sus lugartenientes más temibles, el exprocurador y también exlefebvrista Alejandro Ordóñez, consiguió que la gente creyera en una insensatez de fábula: en su versión, los acuerdos de paz eran una estrategia soterrada para imponerle al país una “ideología de género” y acabar con la familia católica, y en algún momento acusó al Gobierno de haber negociado con las FARC su salida de la Procuraduría. Esto es apenas la superficie de un largo inventario. Nada de eso es cierto, por supuesto; pero yo he podido confirmar, hablando con la gente, que una parte considerable de quienes rechazaron el acuerdo lo hicieron creyendo en esas acusaciones.

Salvar vidas

Y es una lástima. Hemos dejado pasar una oportunidad irrepetible, y ahora nos toca rescatar lo que se pueda del mar de la incertidumbre.
Nadie, en el momento en que escribo, sabe realmente qué va a pasar en Colombia. El presidente Santos, por fortuna, tuvo desde el primer momento una reacción digna de mayores encomios, y anunció que el cese al fuego se mantendría. Minutos después, la guerrilla anunció su intención de respetarlo también: las palabras, dijeron, serían sus únicas armas. Era imprescindible: la principal motivación de muchos defensores de los acuerdos, entre los que me contaba yo, era empezar cuanto antes a salvar vidas.

Posteriormente, tras el anuncio del presidente Santos de que el alto el fuego se mantendría hasta el 31 de octubre, el líder máximo de los guerrilleros respondió así: “¿De ahí para adelante continúa la guerra?”.

Digan lo que digan,  el uribismo no tiene ninguna razón para buscar una paz que no será suya, sino de Santos

La guerra mató en su último año de actividad a unos 2.400 colombianos; el cese al fuego bilateral y definitivo que comenzó hace cosa de un mes deberá proteger a los más vulnerables, y conservarlo es la primera de las obligaciones de las partes negociadoras. El problema es que todo cese al fuego en cualquier parte del mundo es un animal frágil. En los territorios colombianos, en zonas de concentración donde la ONU ya no estará, en el ambiente enrarecido de las negociaciones fracasadas y los miedos mutuos, cualquier altercado es un polvorín. Los colombianos recordamos el fracaso de las negociaciones de La Uribe, en el gobierno del presidente Betancur, cuando todo se fue al traste por una serie de hechos violentos cuya autoría nunca se conoció a ciencia cierta, pero que generaron un intercambio de culpas y, a la postre, una violencia abierta y brutal. Eso fue en 1984. El siguiente intento de negociación se dio siete años y unos cinco mil muertos después. Habrá que ver cuántos hacen falta ahora.

Venezuela o la vieja Colombia

El siguiente paso en el proceso colombiano será la admisión de un nuevo protagonista en los diálogos: el partido de Uribe. (El presidente Santos los invitó a participar incontables veces en los últimos cuatro años, y siempre hicieron oídos sordos.) Se trata de un partido sectario e intolerante cuyos miembros han llamado terroristas a todos los que no votamos por Uribe en las últimas elecciones, han hablado de salvar al país del “comunismo ateo” y han acusado a los militares colombianos de recibir sobornos de Santos para callar su opinión sobre el proceso. Pues bien, el presidente le ha pedido a Humberto de la Calle, jefe del equipo negociador del Gobierno, que se encargue de llegar a un acuerdo con el uribismo. Esa nueva negociación tiene más problemas que la anterior, porque el tiempo le corre de manera más implacable: hay que llegar a acuerdos serios antes de que la relación entre el Gobierno y la guerrilla se enfríe tanto que se pierda la confianza. Tiene más problemas que la anterior negociación, sobre todo, porque el uribismo, digan lo que digan y actúen como actúen, no tiene ninguna razón para buscar una paz que no será suya, sino de Santos. A menos que las negociaciones se tarden tanto que acaben, antes de que nos demos cuenta, por confundirse con las elecciones presidenciales de 2018. Que representan, a fin de cuentas, lo único que le ha interesado a Uribe: recuperar el poder. El martes pasado, en una emisora colombiana, Uribe negaba esas ambiciones tajantemente. Se le olvidaban las palabras públicas de uno de sus copartidarios antes del plebiscito. Los votos del plebiscito, dijo aquel personaje, “representarán el apoyo con que nuestro candidato presidencial llegará a 2018. Nosotros entendemos la campaña del plebiscito como una primera vuelta”. Para ello, Uribe ha recurrido al engaño y a la calumnia, y ha convencido a un electorado desinformado y temeroso.

Así lo confirmé, por ejemplo, con un hombre treintañero de un pueblo vecino de Bogotá: “Voy a votar no —me dijo—, porque no puede ser que los guerrilleros vayan a ganar un millón seiscientos mil pesos mientras yo me conformo con el salario mínimo”. Le expliqué que eso era una mentira propagada por la oposición: los guerrilleros recibirían del Gobierno justamente el salario mínimo, y eso durante dos años. No de otra forma se consigue una desmovilización. Un taxista de Cartagena, en la costa caribe, cuyo vidrio trasero llevaba orgulloso una pegatina que llamaba terrorista al presidente Santos, me dijo que iba a votar por el no “para que a este país no se lo lleve el castrochavismo”. Cuando le pregunté qué quería decir eso, lo resumió así: “Uribe dice que con esta paz nos vamos a volver Venezuela”. 

Yo nunca he creído que nos volveríamos Venezuela. Lo que no me imaginé fue que siguiéramos, tercamente, siendo la vieja Colombia.

«Las víctimas no están en la agenda de los que promovieron el no»

Juan Gabriel Vásquez
VERDADABIERTA.COM

“La guerra (en Colombia) cambió, pero no porque haya disminuido sino porque hoy se vive en zonas rurales, donde normalmente no ha habido presencia estatal. Olvidar que en esos lugares existe guerra es lo peor que le podría pasar al país”, afirmó hace dos años Jan Egeland, secretario general del Consejo Noruego para los Refugiados y asesor especial de la ONU para los diálogos del Caguán, al tratar de explicar cuáles eran las diferencias del conflicto entre las regiones periféricas de Colombia y las del centro del país.
Estos contrastes se demostraron una vez más con los resultados del plebiscito por la paz. En las regiones más apartadas del país ganó el sí mientras que en el centro venció el no. Si bien no todas las regiones más afectadas por el conflicto votaron para aprobar el acuerdo, el sí ganó en la mayoría de ellas.

Cauca. (SÍ: 67,39%, NO: 32,60%)
En todos los municipios del Cauca, sin excepción alguna, ganó el sí. Pero el caso más emblemático de todos fue Toribío. Este es el pueblo colombiano donde ha habido más tomas guerrilleras por parte de las FARC y, aun así, casi el 85% de los votantes aprobaron el acuerdo de paz.

Chocó. (SÍ: 79,76%, NO: 20,23%)
Uno de los apoyos más contundentes al sí fue en Chocó, donde al igual que en Cauca todos los municipios eligieron esta opción. Pero el caso más particular fue Bojayá, un pueblo que, a pesar de ser víctima de una de las masacres más cruentas perpetrada por las FARC, que dejó 79 muertos, el 96% de los votos fueron aprobatorios.

Marino Córdoba, portavoz internacional del Consejo Nacional de Paz Afrocolombiano (Conpa), que agrupa a nueve organizaciones negras del país, aseguró que el “resultado es difícil de digerir” y reconoció que el nuevo panorama será todo un reto: “Las reclamaciones de las víctimas no están en la agenda de los que promovieron el no, pues para ellos, somos una ‘piedra en el zapato’ en su modelo de ‘desarrollo”.
 

Bolívar. (SÍ: 60,23%, NO: 39,76%)
Salvador Alcántara es líder de El Garzal, una comunidad víctima de la guerrilla y de los paramilitares. Frente al resultado de la votación en el plebiscito, el campesino dijo que quedaron sorprendidos: “Quienes votaron no son quienes no han vivido la guerra y tampoco quieren que existan posibilidades de crecimiento y desarrollo para las comunidades más afectadas por el conflicto armado”.

Arauca. (si: 48,62%, no: 51,37%)
En otra de las regiones más afectadas por las FARC, además de sufrir los embates del ELN, el no salió victorioso. “Es incomprensible que en un departamento donde se vive aún la guerra haya ganado el no, algo malo debemos estar haciendo todos los que venimos desde hace años trabajando por la salida política al conflicto”, aseguró un líder de la región que pidió la reserva de su nombre, quien cree que este resultado se debió a la desinformación y al miedo.

“Hay que ver más allá de las FARC y saber que lo ocurrido también es un golpe para el inicio de la mesa de diálogos con el ELN. ¿Bajo qué garantías se van a sentar a hablar si el rechazo fue tan contundente con las FARC?”, señaló.