20/4/2024
Opinión

En busca del tiempo perdido

¿Por qué los resultados del sistema universitario catalán son mejores que los del madrileño?

Carlos Andradas - 29/04/2016 - Número 31
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En busca del tiempo perdido
álvaro valiño
Hace unos días se hacía público un ranking en el que las universidades madrileñas quedaban sensiblemente por detrás de las catalanas. Teniendo en cuenta que ambas comunidades son, en muchos aspectos, comparables en sus sistemas universitarios, ¿a qué se deben estas diferencias? ¿Qué se ha hecho en Cataluña, o ¿qué no se ha hecho en Madrid, para que los resultados de investigación sean innegablemente mejores allí que en otras comunidades y en particular que en la Comunidad de Madrid?

Hay que relativizar los resultados, el uso y, sobre todo, el abuso, de los rankings universitarios. Hace unos años apareció el que quizás sigue siendo el más conocido, el ranking de Shanghái, que ordena las universidades del mundo con unos pocos criterios que miden la calidad de esas instituciones. Criterios, sin duda, discutibles, como muestra que, de modo sospechoso, los 100 primeros lugares de dicho ranking estén abrumadoramente ocupados por universidades norteamericanas. A raíz de ahí comenzaron a surgir nuevos rankings, aparentemente con la finalidad de introducir nuevos criterios que permitieran incorporar otros indicadores de calidad de las universidades. Así, llegaron el ranking de The Times y el QS, a los que progresivamente se han ido añadiendo más y más escalafones de ámbito nacional, internacional, continental, etc., que arrojan resultados dispares y en muchos casos rayanos en la incredulidad.

La diferencia estriba en que Cataluña ha hecho una política científica y universitaria que no ha existido en Madrid

No quiero decir que los rankings sean inútiles o que haya que restarles validez. Quiero simplemente llamar la atención sobre el hecho de que suponen una foto tomada desde un ángulo muy concreto, enfocada a determinados aspectos y no a otros, y basada en unos datos que, en muchos casos, son poco contrastables o incompletos. Todo ello hace que la imagen obtenida no siempre sea reconocible, a veces resulte distorsionada y, desde luego, difícilmente representativa de la globalidad de la institución. Sin duda, supone un loable esfuerzo por comparar instituciones que, no obstante, por tamaño, historia, filosofía, función social, etc. son intrínsecamente incomparables. Mientras tanto, lo que sí es cierto es que los rankings se han convertido en una oportunidad de negocio, que ofrece en ellos espacios publicitarios —por supuesto de pago— a las universidades, así como estrategias —también de pago— para mejorar su posición en los mismos. Algunos gobiernos han hecho apuestas millonarias en unas pocas universidades con el objetivo de introducirlas en el “top 100 mundial” como estrategia de visibilidad y marca internacional.

Hay cosas que sí que son contrastables, como la producción científica de las instituciones medida en número de publicaciones recogidas en las bases de datos internacionales; los índices de impacto de las mismas; los fondos captados para investigación, tanto públicos como privados; el número de distinciones recibidas del European Research Council (ERC); el número de patentes licenciadas, o el número de proyectos europeos que son coordinados por investigadores de la institución. En todos ellos, Cataluña tiene mejores resultados que Madrid. Y hablo de los sistemas universitarios en su conjunto, porque no se trata tanto de comparar  universidades (a pesar del morbo que ello suscita), sino sistemas universitarios en su conjunto. Tiene interés porque, grosso modo, ambas comunidades son comparables: tienen una población similar; Cataluña tiene siete universidades públicas por las seis que tiene Madrid, si bien Madrid cuenta con mayor número de universidades privadas y con las sedes centrales de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

¿Qué es lo que ha marcado la diferencia de comportamiento entre ambas regiones? Que ha habido una política científica y universitaria por parte de la Generalitat que no ha existido en Madrid. Todos coincidimos en que en Ciencia, lo más importante es el capital humano, y ahí es donde Cataluña ha hecho su apuesta fundamental. En el año 2001 lanzó su exitoso programa ICREA de captación de talento. Financiado directamente por la Generalitat, el programa cumple este año su decimoquinto aniversario habiendo incorporado a 255 investigadores del más alto nivel al sistema catalán de I+D, que se han insertado en las universidades y centros de investigación. Por supuesto que ha habido que poner recursos para ello (nada es gratis), pero, lejos de suponer un gasto, este programa ha significado una magnífica inversión. Como la propia página web de ICREA señala, sus investigadores han captado, en este tiempo, más de 500 millones de euros para investigación, han dirigido 2.175 tesis doctorales y han generado más de 1.800 puestos de trabajo en investigación. Además, Cataluña es, con mucho, la región española que mayor número de contratos del ERC ha conseguido, así como la de mayor captación de fondos en programas europeos, en muchos casos logrados precisamente por estos investigadores ICREA. Y todo ello sin contar los intangibles de prestigio, nombre y presencia de Cataluña, sus universidades e institutos de investigación en todo el mundo.

Pero esta no ha sido la única apuesta del sistema catalán de Ciencia y Tecnología. Desde comienzo del milenio, bajo el auspicio de la Generalitat, se han ido creando institutos de investigación de alta calidad, muchos de ellos con algún tipo de vinculación con las universidades, dotándolos de un modelo de funcionamiento y gobernanza propio, más ágil y flexible, así como de una financiación que les permitiera entrar en el llamado círculo virtuoso: alcanzar una masa crítica suficiente para ser capaces de generar nuevos ingresos para la investigación y la captación de nuevo talento, que a su vez atrae más recursos y talento. Este modelo culminó en el año 2010 con la agrupación de estos institutos en la red CERCA, que a fecha de hoy cuenta con 43 centros. Finalmente, focalizado en la universidades, se lanzó el programa Serra-Hunter, en el que la Generalitat ha cofinanciado plazas en los últimos años y por el que pretende, en el periodo 2013-2020, insertar a 500 nuevos profesores seleccionados en convocatorias internacionales en el sistema universitario catalán.

Lo anterior muestra una clara estrategia del gobierno autonómico, acompañado de un esfuerzo presupuestario serio, algo que desafortunadamente no ha existido en la Comunidad de Madrid. Por mucho que Madrid figure siempre como una de las regiones con un porcentaje de gasto en I+D más alto de España, este gasto no se debe al esfuerzo del gobierno regional, que, por el contrario, tiene una inversión en I+D bastante reducida. En honor a la verdad hay que señalar que sí hubo, hace aproximadamente una década, un Plan Regional de I+D y un intento de definir un modelo de financiación y desarrollo de las universidades madrileñas basados en indicadores. Ambos fueron yugulados apenas iniciados, sin dar tiempo a contrastar sus efectos, en uno de los sucesivos cambios de gobierno que dan al traste con la imprescindible continuidad y estabilidad en las políticas universitarias y de investigación. Por el contrario, sumidos en la crisis económica (o tal vez usándola como excusa), se redujeron, drásticamente y en contra de lo acordado, los recursos a las universidades, como ha demostrado la cascada de sentencias judiciales que obligan al gobierno regional a restituir a las mismas cerca de 500 millones de euros. También ha habido en Madrid una iniciativa de creación de una red de institutos de investigación, los IMDEA, pero mucho más tímida que en Cataluña, contando solo con 7 institutos que aún perviven, pero que, en mi opinión, necesitan una mayor proyección y entronque con las universidades.

La experiencia catalana parece demostrar que, más que una dinámica basada en múltiples indicadores, en muchos casos difíciles de computar y de muy lenta evolución en el día a día, resulta más eficaz una apuesta clara por la captación de talento y la flexibilidad de la organización, que sostenidas en el tiempo terminan generando cambios importantes en el rendimiento y el comportamiento de las instituciones. La brecha en I+D entre Cataluña y Madrid se ha ido agrandando en estos últimos años como consecuencia de estas políticas y lo seguirá haciendo de no tomar medidas para corregirlas. Como abordar, desde la Comunidad de Madrid en sintonía con las universidades, un plan regional de atracción de talento y cofinanciar la estabilización y promoción de profesores precarios y acreditados acumulados en los últimos años.

¿Significa lo anterior que las universidades catalanas son mejores que las madrileñas? Es una afirmación arriesgada, porque la comparación entre universidades es compleja y los fines de estas incluyen también otros aspectos, además de la investigación. Por ejemplo, en los resultados de las últimas pruebas MIR, la Universidad Complutense fue la que más alumnos tuvo entre los 100 de mayor puntuación. ¿Cómo se refleja esto en los rankings? Pero indiscutiblemente, los resultados de investigación en Cataluña son mejores que en Madrid y la investigación es una parte consustancial a las universidades y, sin duda, una de sus mejores tarjetas de presentación internacional.

Hace falta una acción que impulse a la categoría de excelencia a las universidades públicas madrileñas

También hay algunas sombras en el modelo catalán de las que aprender para evitar posibles errores. En particular, las relaciones entre los institutos y organismos creados y las universidades. Hay voces que critican que, con estas iniciativas, se ha producido una descapitalización de las universidades, extrayendo de ellas a los mejores investigadores y alejando la investigación de la universidad. De ser así, creo que esto es un gran error cuyas consecuencias, de no corregirse, se verán en el futuro. Los estudiantes necesitan que la investigación impregne las aulas y, recíprocamente, los institutos de investigación necesitan estudiantes que se contagien del placer de descubrir. Posiblemente, este sea el principal reto en el futuro: diseñar estrategias para que todo el sistema universitario crezca y no actuemos trasladando simplemente a los mejores a un sitio con el fin de mejorar determinadas ratios o aparecer en los primeros puestos de algún ranking, a costa de la desertización de nuestros departamentos. Urge encontrar el acomodo legal para que los institutos de investigación puedan permanecer imbricados en las universidades, pero cuenten con la necesaria flexibilidad y autonomía de funcionamiento.

Hace unos meses, con ocasión de las elecciones autonómicas, escribí una carta abierta a los candidatos a la presidencia regional en la que les pedía un compromiso decidido y responsable con las universidades públicas. Una política universitaria activa que impulse a nuestros centros universitarios a la categoría de excelencia que merecen y que, en definitiva, contribuya al avance y mejora de nuestra región. Un modelo basado en la confianza y la percepción de las universidades públicas madrileñas como un inmenso valor para nuestra región desde el punto de vista científico, social y económico. Para ello, hace falta también un esfuerzo económico, sabiendo que si se hace bien será la mejor inversión de futuro para Madrid. Tenemos un potencial enorme y estoy seguro de que las universidades públicas de Madrid estamos dispuestas para avanzar en busca del tiempo perdido.