25/4/2024
Cine

Irán: territorio clandestino

Taxi Teherán es la tercera película que Jafar Panahi, inhabilitado en 2010 para filmar durante 20 años, rueda burlando la prohibición

Carlos Reviriego - 16/10/2015 - Número 5
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Irán: territorio clandestino
Jafar Panahi en su casa, en Teherán, después de su salida de la cárcel el 25 de mayo de 2010. AFP / Getty Images

Da la impresión de que Jafar Panahi tiene un evidente complejo de mártir”, dijo el especialista en cine iraní Jonathan Rosenbaum hace ya 15 años. Panahi es un agitador nato convertido en símbolo de la injusta situación que viven los cineastas, y la población en general, en Irán. Su lucha es por la libertad, de expresión y de movimientos. Puede que la única forma de trascender la opresión pase por hacerse ver y escuchar, haciendo todo lo posible para alertar a la comunidad internacional. Ese ha sido el propósito de Panahi en los últimos años, si bien las protestas ya formaban parte de su discurso mucho antes de que fuera silenciado por el régimen de Mahmud Ahmadineyad en 2010: después de haber pasado 88 días encarcelado (los 10 últimos en huelga de hambre), fue condenado a 6 años de cárcel y 20 de inhabilitación para hacer cine, viajar al extranjero o conceder entrevistas. 

Proscrito en su tierra

Premiado en todos los festivales importantes (Berlín, Cannes, Locarno, San Sebastián o Venecia), Panahi no está dispuesto a claudicar, como deja claro en Taxi Teherán, la tercera película que hace en la clandestinidad. Ha seguido desafiando al régimen mientras buscaba formas de circunvalar la ley que lo maniata. En Esto no es una película (2011), que envió al Festival de Cannes en una memoria USB camuflada en una tarta, leía a cámara el guion mientras improvisaba la puesta en escena en la alfombra de su salón, porque no podía filmarlo ni salir de su casa. Telón cerrado (2013) presentaba al director encerrado en su residencia de la playa con un perro como única compañía, hasta que recibe la visita de una mujer que busca refugio huyendo de las autoridades. 

El tono de ambos filmes, siempre lúcido, era pesimista y desesperado. En Taxi Teherán (2015) permite que el humor y hasta la esperanza se apropien de gran parte del guion. Desplaza el escenario del ámbito privado al público. Abandona el arresto domiciliario y sale a las calles de la ciudad, haciéndose pasar por un taxista, para rodar una tragicomedia que transcurre íntegramente en el interior del vehículo, equipado con dos pequeñas cámaras rotatorias. Panahi convierte a los más de ocho millones de habitantes de Teherán en potenciales protagonistas de su cinta clandestina: su intención es seguir retratando a las gentes y las circunstancias de su país. El filme —que ya ha sido estrenado en España— mezcla documental y ficción  y fue distinguido con el Oso de Plata en la Berlinale. El director no pudo viajar para recoger el trofeo y lo hizo su sobrina Hanna Saeidi, actriz en la película. 

El derecho islámico en el cine

La persecución integrista de Panahi se explica sobre todo por cómo ha retratado obsesivamente la vejación que sufren las mujeres en la República de Irán. 

La imagen de la mujer originó la censura en el cine iraní, en su periodo mudo, bajo el mandato de la dinastía Qajar. El control se agudizó con la revolución islamista de 1979, que entendió el cine como un instrumento para islamizar la sociedad y combatir la occidentalización, tradicionalmente asociada a una influencia “corruptora” y “contraria a las buenas costumbres”. El retrato de las mujeres y del amor en la pantalla está regido a partir de entonces por el fiqh, el mismo derecho islámico que trata de silenciar a Panahi y a la comunidad de cineastas. 

En Shirin (2008), Abbas Kiarostami —director de El sabor de las cerezas (1997) o Close-Up, 1990, el cienasta iraní más celebrado internacionalmente junto a Mohsen Makhmalbaf— negocia metafóricamente con esta circunstancia mediante una radical puesta en escena. La película es una adaptación de un poema de Nizami del siglo XII, una especie de Romeo y Julieta persa. Kiarostami dirige su cámara al auditorio, formado íntegramente por mujeres con velo (actrices y no actrices): la adaptación de la épica romántica ocupa el audio, desplazando el sentido del filme a los primeros planos de rostros emocionados de mujeres, alumbrados por la pantalla. 

Panahi permaneció 12 horas esposado en Nueva York cuando en el control de aduanas se negó “a ser tratado como un criminal”, es decir, a que recogieran sus huellas dactilares y tramitaran una ficha policial con su fotografía. El altercado en el aeropuerto JFK ocurrió poco después de haber conquistado el León de Oro en Venecia por su obra maestra El círculo (2000), cuyo éxito internacional puso en guardia al régimen integrista. Fuera de juego (2006) y el intento de hacer un documental sobre la “sospechosa” reelección de Ahmadineyad en 2009, desencadenaron la sentencia por el delito de “actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el Estado”. El círculo ponía en escena, con extraordinaria emoción poética y política, el vagabundeo por Teherán de dos mujeres que no son libres para subirse a un autobús, fumar en público, caminar solas por las calles, ser madres solteras o abortar. “Es decisión del público interpretar esa realidad en términos políticos si así lo desean. He hecho un cine de arte y ensayo con un mensaje de protesta, no una película subversiva”, afirmaba Panahi. En Fuera de juego narraba, con su habitual tono entre la ligereza y la gravedad, los continuados intentos de una mujer por entrar en un estadio de fútbol, algo solo permitido a los hombres. 

Panahi luchó durante años para que el gobierno iraní le aprobara el guion de El círculo y puede que no lo hubiera logrado nunca sin el prestigio internacional. La película nunca recibió el permiso de proyección en Irán y solo se ha visto allí en un pase clandestino. Le propusieron presentarla en el Festival de cine de Fajr (Teherán) —donde se presenta toda la producción anual iraní— en 1999 , pero quitando los 20 minutos finales. Declinó la invitación y terminó poniendo un vídeo de la versión íntegra en su casa para invitados internacionales. Uno de los argumentos que esgrimen los detractores iraníes (incluso mentes liberales), no solo del cine de Panahi sino también del de compatriotas suyos como Abbas Kiarostami o Asghar Farghadi (Nader y Simin, una separación, 2011), es que hacen películas a la medida del gusto o el interés occidental, para festivales y mentes biempensantes, y que en ese empeño terminan por reforzar los estereotipos que Occidente tiene respecto a la vida en la República Islámica Teocrática de Irán. 

Cineastas en la diáspora

La diáspora de artistas y fuga de cerebros en el periodo posrevolucionario —descontentos no solo con el régimen dictatorial dirigido por un minoría de clérigos mahometanos, también con la larga guerra con Irak—, que dio lugar a la nueva ola del cine persa, ha sido incontrolable. En su estudio de cuatro volúmenes sobre la historia del cine iraní, el académico Hamid Naficy da más espacio (y atención) a los cineastas en el exilio que a los que se quedaron en el país bajo los mandatos de Mohamed Jatami y su sucesor Ahmadineyad. “Estos directores han devuelto el respeto y el prestigio para los iraníes tanto en casa como fuera de ella”, escribe Naficy. Tras recibir su segunda Palma de Oro, por Copia certificada (2010), Kiarostami fue vetado en su patria por vestir a la protagonista, Juliette Binoche, con el chador y se le prohibió rodar en Irán durante dos años, en los que filmó en Japón la que hasta el momento es su última película de ficción,  Like Someone in Love (2012), que cuenta el romance de una noche entre un anciano y una joven prostituta.

La nueva ola del cine persa, que encuentra sus agumentos en las dificultades de la vida ordinaria, ha puesto en el mapa internacional el cine iraní desde El corredor (1985), de Amir Naderi. Le han seguido Rutas frías (1987), de Massoud Jafari Jozani, o Niaz (1992), de Alireza Davoudnejad. La familia Makhmalbaf es uno de los pilares de la apreciación extranjera del cine iraní. Mohsen, el patriarca familiar, ingresó en la cárcel a los 17 años por su lucha contra la dictadura del sah y fue liberado tras la victoria de la Revolución, llegando a presidir la Academia de Cine de Asia. En 2005 se exilió en París con su familia ante el acoso de una censura que le prohibió proyectar cinco de sus 17 películas, entre ellas el gran éxito Kandahar (2001). Su mujer, Marzieh Meskhini, actriz y directora, es responsable de Los niños del fin del mundo (2004), sobre niños de la calle que prefieren vivir en la cárcel ante la falta de libertad. Sus hijas, Hana y Samira, han viajado por el mundo con La manzana (1998), La pizarra (2000) o Buda explotó de vergüenza (2007) producidas por Makhmalbaf Film House.

El Estado iraní ha apoyado la distribución y promoción en el extranjero de algunas películas que estaban prohibidas dentro de sus fronteras, entre otras cosas para mantener una imagen aperturista de la estructura editorial. En mayo de 2011 las autoridades levantaron la prohibición de viajar al director Mohamed Rasoulof para que pudiera asistir al Festival de Cannes a presentar Adiós. Cineastas como Bahman Ghobadi (Un tiempo para caballos borrachos, 2000) o Asghar Farhadi se han encargado de consolidar un cine de prestigio con el que el espectador occidental puede concordar. Cuando Farhadi recogió el Oscar por la espléndida Nader y Simin, una separación, un relato realista psicológico-costumbrista del proceso de separación de un matrimonio, dedicó el premio “a la gente de su país, la gente que respeta toda cultura y civilización, y rechaza cualquier hostilidad y resentimiento”. Fueron palabras cuidadosamente escogidas para no provocar el veto en Irán, si bien su siguiente película, El pasado (2013), la rodó en Francia.

En ausencia de una prensa libre, el cine ha terminado por ser el vector de la crítica social en Irán. La película de 25 minutos Iran: The Cyber-Dissidentes (2006), del australiano Mark Corcoran, lidia con el modo en que los opositores y disidentes han encontrado en la blogosfera la manera de hablar públicamente contra el régimen. El cine en internet proporciona uno de los mecanismos a través de los que los iraníes desafían el monopolio mediático dentro del país. Un estudio de la CIA de 2005 y otro de la Universidad de Harvard de 2008 revelaban que el farsi está entre los cinco idiomas más leídos en el ciberespacio, y que en Irán, el país más alfabetizado digitalmente de Oriente Próximo, hay al menos 30 millones de usuarios de internet. El fenómeno más popular del cine en internet iraní es el asesinato de la estudiante Neda Agha-Soltan, filmado con un móvil durante las protestas de 2009, que ha dado lugar a todo tipo de variaciones audiovisuales (incluso en animación) visibles en el ciberespacio. 

De entre las situaciones que suceden en el taxi que conduce Panahi en su última película, el momento más emotivo lo ofrece su abogada, que le ayudó a salir de la cárcel. Lleva un ramo de rosas en los brazos y cuando baja del coche entrega una flor a la cámara; “a toda la gente del cine, en la que se puede confiar”, dice antes de dejarla bajo el objetivo. En el trasfondo de toda la película, cuyo argumento no es otro que la libertad, se agita la conciencia de la persecución, del hombre acosado por fuerzas invisibles que solo serán visibles (y audibles) para la cámara, el espectador y la rosa en el salpicadero. La comunidad cinematográfica, a quien Panahi dedica el filme —su colega Mojtaba Mirtahmasb fue encarcelado por ayudarle a filmar Esto no es una película—, es consciente de que el cine, en cualquiera de sus manifestaciones, es un arma política. 
 

Taxi Teherán
Escrita y dirigida por Jafar Panahi, 2015.

Las normas de la censura

Carlos Reviriego

Algunas de las reglas que debe cumplir actualmente una película para que pueda ser “distribuible” en la República Teocrática de Irán y que enumera la niña Hanna Saeidi, sobrina del director, en Taxi Teherán son: 

–Respeto al pañuelo islámico.

–Prohibido el contacto entre hombres y mujeres.

–Evitar el realismo sórdido.

–Evitar la violencia.

–Evitar el uso de la corbata en los héroes.

–Evitar el uso de nombres iraníes para los héroes: usar en su lugar los nombres sagrados de los santos islámicos.

–Evitar tratar temas políticos y económicos.

–Evitar cualquier contenido romántico, erótico o sexual.

–Mostrar sacrificio y desinterés por parte del héroe.

Frente a la imposibilidad práctica no solo de hacer, sino de ver una película que cumpla escrupulosamente con las normas de la censura, no es extraño que, como pone de manifiesto uno de los personajes del filme —un “traficante de cine ilegal”, surtidor del cineasta—, en Irán deban adquirirse películas de Woody Allen, Akira Kurosawa y Nuri Bilge Ceylan, entre otros, o series como The Walking Dead y The Big Bang Theory, en el mercado negro y arriesgándose a una sanción e incluso al encarcelamiento.
 

 
Taxi Teherán 
Escrita y dirigida por Jafar Panahi, 2015.