25/4/2024
Internacional

Kosovo, a un paso de Albania

Observadores políticos internacionales coinciden en que la ya imparable reunificación de ambos territorios será justa, pero ilegal

Kosovo, a un paso de Albania
Séptimo aniversario de la declaración de independencia de Kosovo, el pasado febrero.A. NIMANI / AFP / GETTY
Kosovo es un Estado de hecho pero no de derecho ya que Serbia, de cuyo territorio no ha dejado de formar parte legalmente, le niega la independencia que autoproclamó en 2008. Poco a poco crece el número de quienes se la reconocen. Hasta el momento son 108 los países a favor y 35 los que se oponen. Pero nadie duda de que va camino de convertirse en el segundo Estado albanés de los Balcanes. El otro sería la fronteriza Albania

Serbia sigue manteniendo que Kosovo  es solo una región autónoma suya, a pesar de que la UE presiona entre bastidores a Belgrado para que admita su independencia si quiere ser, a su vez, admitida en la unión. Todos los estados miembros excepto España, Grecia, Eslovaquia, Rumanía y Chipre reconocen su independencia. 

Kosovo tiene algo menos de dos millones de habitantes —el 90% albaneses— y 10.908 kilómetros cuadrados de superficie, área similar a la de Navarra. Aunque de mayoría albanesa, el Kosovo turco volvió a ser parte de Serbia en 1912 tras la derrota otomana en la primera guerra balcánica, después de que Serbia lo perdiera en 1389 en lucha contra los turcos. En Belgrado llegaron a venderse en 1912 tiestos con tierra kosovar para colocarlos junto a un candil bajo los iconos de casa. Los nacionalistas albanokosovares reiteran que también para los albaneses es sagrado el Kosovo de mayoría abrumadora albanesa, ya que la Liga de Prizren, base decimonónica de la independencia de Albania, se formó en esa ciudad kosovar.

El pueblo serbio llevaba siglos oyendo en las iglesias y en las tardes de nieve y chimenea a popes y abuelas hablar de la tragedia de Kosovo, cuando en 1389 el ejército cristiano sudeslavo liderado por los serbios fue derrotado el día de San Vito por el sultán Murat, quien murió en la batalla del Campo de los Mirlos junto al príncipe serbio Lázaro. Es tal el impacto de todo lo kosovar y de esta batalla en particular en la mentalidad serbia que el expresidente nacionalista serbio Slobodan Milosevic eligió su explanada para lanzar en su 600 aniversario (28 de junio de 1989) un multitudinario mensaje de advertencia a los demás nacionalismos yugoslavos acerca de lo que podría ocurrir si no se tenían en cuenta los intereses serbios. 

Destellos de odio

Después de la batalla de Kosovo se aceleró un proceso en el que decenas de miles de notables serbios y de otras etnias empezaron a islamizarse para acceder a las ventajas sociales y fiscales que la Media Luna ofrecía a los conversos al islam en Kosovo, Albania, Bosnia, los Balcanes y Bizancio en general.
Ahora, 20 años después de concluidas las guerras de descomposición de Yugoslavia, serbios, croatas y hasta musulmanes bosnios hablan y polemizan cada vez más civilizadamente. Pero siguen los destellos de odio entre la mayoría albanokosovar musulmana hoy dominante en Kosovo y la minoría serbia cristiana ortodoxa, dominante hasta hace un cuarto de siglo y muy vejada hoy.

Hasta el siglo XX los historiadores serbios aceptaban que los albaneses eran descendientes de tribus ilirias que llevaban más de 2.000 años en la zona, siempre entremezcladas con etnias de mayor prestigio y cultura como los griegos, los serbios y luego los turcos. Ese análisis desapareció de la historiografía serbia cuando los albaneses insistieron, en sus tesis independentistas, en que eran los antiguos pobladores de los Balcanes junto con los griegos y los valacos rumanos, mientras que los serbios empezaron a asentarse en la zona en torno al siglo VI d.C. 

Thaci, el hombre fuerte de Kosovo, es un político inteligente que dialoga con su homólogo serbio

Cuenta Vladimir Dedijer, biógrafo autorizado en vida por el presidente yugoslavo Tito, que en una cena en 1947 con Stalin el inapelable soviético preguntó al número 2 de Yugoslavia y padre de la autogestión socialista, el esloveno Edvard Kardelj:
“–¿Qué tal van vuestras relaciones con los albaneses?
–De maravilla, camarada Stalin. Acabamos de construirles el primer ferrocarril de Albania, 50 kilómetros de Tirana al puerto de Durres.
–Nunca se sabe con los pueblos primitivos. Cambian de chaqueta con facilidad. Los chuvasi eran los mejores aliados de los zaristas y de la noche a la mañana empezaron a perseguirlos con mucho  celo cuando estalló la revolución. ¿De qué origen son los albaneses?
–Parece que ilirio, camarada.
–Pues a mí me dijo Tito que tenían el mismo origen que los
vascos…”
Era mucho para el mediocre Kardelj polemizar contra Stalin y Tito a la vez, por lo que se limitó a hacer una mueca aprobatoria.

El croata Tito estaba convencido de que fuera de Yugo-eslavia (sud-eslavia) no había salvación histórica para ninguno de sus pueblos. Entre 1945 y 1948 Tito y el líder albanés Enver Hoxha habían considerado la atribución salomónica de Kosovo a una Albania que, a su vez, entraría en la Federación Yugoslava. Ese abortado sueño, más que proyecto, nunca se realizó ya que Hoxha y Tito tomaron en 1948 diferentes caminos: Stalin echó a Tito y a su Yugoslavia de la Internacional Comunista, la Komintern, mientras que el estalinista Hoxha se convirtió en el más duro crítico del revisionista Tito y pasó a defender abiertamente las tesis irredentistas de Kosovo.

Kosovo era en tiempos de la Federación Yugoslava un absurdo semántico que gozaba de una enorme autonomía. No había en Europa un ente autónomo con más atribuciones que Kosovo, pero no encajaba en el nombre de Yugoslavia. Semánticamente Yugoslavia era una federación de los eslavos del sur, pero los  albaneses no son eslavos. Yugoslavia tenía seis repúblicas, cada una con un miembro en la presidencia colectiva y derecho a la secesión. La región autónoma de Kosovo también tenía su representante con derecho a veto en la presidencia colectiva federal, pero no derecho a la secesión. Sus enormes poderes autonómicos estaban encorsetados por la pertenencia de sus dirigentes al disciplinado partido único (comunista), oficialmente yugoslavista. 

Una autonomía ‘peligrosa’

Tras la muerte de Tito en 1980 y con el paulatino inicio del pluripartidismo, la autonomía política, económica y cultural de Kosovo le pareció en 1989 peligrosamente excesiva al presidente de Serbia y hombre fuerte de Yugoslavia, Milosevic. Creía este, con bastante fundamento, que ni la federación ni Serbia serían gobernables con un Kosovo dotado de la autonomía que el croata Tito le había permitido. 
Milosevic abolió de la constitución cláusulas decisivas del soberanismo federal de Kosovo. La mayoría albanesa (en torno al 90% de la población kosovar) emprendió una resistencia pasiva que dio lugar en 1998 a la consolidación del movimiento armado independentista, el UCK albanokosovar. El entonces delegado estadounidense en el conflicto, Robert Gelbard, dijo que “el UCK es sin duda un grupo terrorista”. Gelbard fue suavemente apartado de la política balcánica, la OTAN bombardeó en 1999 a los serbios y entró en Kosovo. 

Hashim Thaci, miembro fundador del UCK, dice ahora: “Yo ayudé a echar a Milosevic.” Apodado gjarperi (serpiente) por sus compañeros albanokosovares en la lucha, ha pasado a ser el hombre fuerte de Kosovo, bien visto en Bruselas como ministro de Exteriores de su naciente Estado y ex primer ministro. Los que siguen en el papel de malos crónicos son los serbios. Observadores políticos internacionales coinciden en que la ya imparable reunificación de Kosovo con Albania será justa, pero ilegal.

A diferencia de muchos líderes balcánicos, Thaci no es visceral, sino alguien seguro del poder que Occidente y el pueblo albanés pusieron en él contra la Administración serbia. Inteligente y simpático, dialoga con su homólogo serbio, Ivica Dacic. Este es, sin hablar inglés, otro peso pesado de la diplomacia en la zona, líder de los socialistas serbios y, de joven, cercano a Milosevic. Dacic alterna la tenacidad política con veladas en las que entona canciones serbias aplaudidas por albaneses, croatas, bosnios y funcionarios internacionales.
Artículos relacionados
Los «malots» kosovares
La impermeabilidad del tejido social kosovar a las redes estatales abonó las mafias modernas