25/4/2024
Libros

Mundos imaginarios. Leer sin saber leer

Hace 40 años, el artista Luigi Serafini empezó a trabajar en su códice moderno sobre un universo inaudito escrito en una lengua inexistente

AHORA / Zita Arenillas - 26/08/2016 - Número 48
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Mundos imaginarios. Leer sin saber leer
El ‘Codex Seraphinianus’ parece un tratado de teratología: se diría que sus criaturas son anormalidades de este mundo. Franco maría ricci

En la Biblioteca Beinecke de Manuscritos y Libros Raros, perteneciente a la Universidad de Yale, se encuentran tanto un ejemplar de la Biblia Gutenberg como el Manuscrito Voynich. Las dos obras datan del siglo XV, pero hay dos importantes diferencias entre ambas. La primera: una está impresa y la otra, evidentemente, está escrita a mano. La segunda: mientras la Biblia Gutenberg está en latín, el Manuscrito Voynich —su nombre se lo debe a Wilfrid Voynich, un librero polaco que en 1912 se lo compró a los jesuitas de Villa Mondragone porque necesitaban dinero y decidieron vender su biblioteca— está escrito en un idioma desconocido al que se ha dado el nombre de voynichés.

Este misterioso manuscrito ha recibido incluso el sobrenombre de “la ballena blanca del desciframiento”. Por sus ilustraciones, entre las que abundan las mujeres o ninfas desnudas, se deduce que es un tratado de botánica (aunque muchas de las plantas son aparentemente inexistentes), biología, astrología y farmacia o alquimia. Que esté escrito en un idioma desconocido fomentó durante años la idea de que se trataba de un fraude, que fue el propio Voynich quien lo hizo o encargó, para lo que empleó una escritura aleatoria y sin significado. Sin embargo, la datación por radiocarbono determinó que la obra se realizó entre 1404 y 1438.

La descodificación del voynichés ha sido objeto de estudio incluso del criptoanalista que durante la Segunda Guerra Mundial logró descifrar el código púrpura y que fundó la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense, William F. Friedman. No consiguió desentrañar el Manuscrito Voynich, pero lanzó la hipótesis de que el voynichés sería una lengua que extinta. Marcelo Montemurro, de la Universidad de Manchester, analizó hace tres años el texto indagando en la entropía de las palabras (la frecuencia con la que se repite cada término). Su estudio, dice, confirma que el voynichés es un lenguaje secreto. Un año más tarde, en 2014, el profesor británico Stephen Bax, de la Universidad de Bedfordshire, anunció que había logrado desencriptar 10 palabras del manuscrito. Estos dos estudios desmontarían la idea de que Wilfrid Voynich orquestara un fraude bibliófilo.

Trabajar como los escribas

A diferencia de otros códices, de los que se hicieron copias (con sus variaciones), del Manuscrito Voynich solo existe una versión. Actualmente, los responsables de la editorial española Siloé, Juan José García y Pablo Molinero, están en la Universidad de Yale realizando un facsímil de la obra.

Antes de la invención de la imprenta —y también, durante sus primeros años de existencia— la transmisión de textos escritos se realizaba de manera artesanal. Pero incluso en el siglo XX ha habido quien ha trabajado de la misma manera que los escribas o que los monjes en los scriptorium. “Mientras que otros editores se precian de incluir en sus catálogos la reedición del Codex Atlanticus de Leonardo Da Vinci, yo me siento muy orgulloso de presentar el facsímil del Codex Seraphinianus, ilustrado y escrito por un amanuense de nuestros días, y en una habitación de Roma, de 1976 a 1978.” Así presentaba el editor Franco Maria Ricci “el libro más raro del mundo”, como se ha llamado en innumerables ocasiones al códice realizado por Luigi Serafini (Roma, 1949).

Arquitecto de formación, Serafini es un artista polifacético. Diseñó dos modelos de silla para la firma Sawaya y Moroni, Suspiral y Santa; hizo el cartel para la última película de Federico Fellini, La voz de la luna (1990) —eran amigos y daban paseos juntos, cuando el médico le dijo al cineasta que debía caminar—; suyos son los Balançoires sans frontières [columpios sin fronteras], una instalación en la frontera italo-suiza... Es autor también de la Pulcinellopedia (1984), una colección de dibujos basados en la máscara de la Commedia dell’ Arte, y en 2009 ilustró, con su característico estilo, las Historias naturales (1894) de Jules Renard.

Pero es a su Codex Seraphinianus al que debe su fama internacional. Ha contado varias veces que es fruto de una suerte de rapto imaginativo. Una semana después de haberlo comenzado, un amigo le llamó para quedar y el artista respondió, sin pensar: “No, tengo que hacer una enciclopedia”. En ese momento fue consciente de lo que estaba haciendo. Él mismo se ha comparado con un monje benedictino, o cisterciense: desde ese día, armado de lápices y plumas de dibujo técnico, pasó aproximadamente dos años trabajando en este libro que tanto fascina. La primera edición (1981), en dos volúmenes, es de Franco Maria Ricci, con el reputado, lujoso y numerado formato de FMR. En 1993 Ricci lo reeditó, añadiendo nuevas ilustraciones y pasando a un único volumen. En 2006 la editorial italiana Rizzoli tomó el relevo, sacando una edición más económica acompañada de un Decodex, una compilación de artículos escritos a propósito del Codex. En 2013 se volvió a publicar, de nuevo con ilustraciones inéditas.

En un coloquio en la Galleria Rizzoli, Serafini reconoció que el Manuscrito Voynich es el mayor “contricante” de su códice, aunque él no lo conoció hasta después de acabar el Codex Seraphinianus. Ambos textos están escritos en idiomas desconocidos, el voynichés y el serafiniano. Sin embargo, en el segundo caso no hay espacio para suposiciones o sospechas, porque su creador ha dicho que la lengua de su códice es inventada y no tiene significado alguno. Enfrentarse al Codex “puede ser una experiencia sobre cómo es leer sin saber leer”, dijo hace ni siquiera un año Luigi Serafini en un vídeo titulado “Deciphering the Secrets of Codex Seraphinianus”. Aun así, hay apasionados (o enloquecidos) que han intentado descodificarlo.

Un universo paralelo

El códice de Luigi Serafini puede situarse entre obras como la Historia natural de Plinio, De Rerum Natura de Lucrecio o la enciclopedia de Diderot y d’Alambert. Parecería responder a esa necesidad tan antigua de recoger todo lo que se conoce (incluso de oídas: los bestiarios medievales incluían a seres de la mitología), si no fuera porque en este caso se trata de un mundo imaginario. El Codex Seraphinianus es un códice moderno sobre un mundo inaudito, con fascinantes ilustraciones de seres imposibles, escrito en una lengua inexistente.

“El Codex es como las manchas del test de Rorschach: cada uno ve lo que quiere ver”, ha dicho su autor

En una entrevista en Wired, Serafini dijo que “en el fondo el Codex es como las manchas del test de Rorschach: cada uno ve lo que quiere ver”. Cuando uno se sumerge en las páginas de su obra escrita más famosa, se siente como si hubiera atravesado una stargate. O, como dijo el crítico de arte Vittorio Sgarbi, en “un universo paralelo, regulado por sus propias leyes internas, rigurosas e infalibles”. Tubérculos con forma de grifo, del que salen zanahorias; peces-ojo, cuyas cejas y su inclinación parecen insinuar estados de ánimo; brazos que terminan no en manos, sino en martillos o plumas estilográficas... El Codex es una “metarrealidad”, como ha escrito el también crítico de arte Alessandro Riva. En la mayoría de sus ilustraciones los elementos son reconocibles, pertenecientes a este mundo, pero se combinan de tal manera que generan una sensación de extrañamiento. Esa capacidad de Luigi Serafini de salirse del marco cotidiano invita a recordar el texto de Julio Cortázar “Del sentimiento de no estar del todo” (en La vuelta al día en ochenta mundos, 1967), en el que el escritor argentino defendía su condición de niño-adulto, su excentricidad y su narrativa: “Vivo y escribo amenazado por esa lateralidad, por ese paralaje verdadero, por estar siempre un poco más a la izquierda o más al fondo del lugar donde se debería estar para que todo cuajara satisfactoriamente en un día más de vida sin conflictos”.

Metamorfosis

En 2007, en el PAC (Pabellón de Arte Contemporáneo) de Milán se organizó la muestra Luna-Pac Serafini. Allí se expuso la escultura Persephone C, más conocida como Donna Carotta, una sirena terrestre: la pieza, hecha en plástico, representa una mujer desnuda cuyas piernas son una zanahoria que sale de la tierra. Ocho años después, la obra volvió a exponerse en el stand de Eataly de la Exposición Internacional de Milán 2015, y fue objeto de diversas críticas, especialmente de ser machista, un caso de “ortopornonecrofilia”. Luigi Serafini respondió con una carta en la que decía: “[...] Lo más sorprendente es que nadie haya puesto en relación la figura de la mujer-zanahoria con el mito de Perséfone [...]. Nadie cita centauros y sirenas, nereidas y quimeras, harpías y unicornios, Cerbero y Pegaso, Dafne y Aracne [...]. Un déficit absoluto de cultura clásica [...]. En fin, Youporn vence a las Metamorfosis de Ovidio 100 a 0”.

Precisamente con esta obra de la literatura clásica relacionó Italo Calvino el códice de Serafini. El también creador de mundos imaginarios (Las ciudades invisibles, 1972) escribió un maravilloso prólogo para el Codex Seraphinianus, en el que afirma que, como Ovidio, Serafini “cree en la contigüidad y permeabilidad de todo el territorio del existir”, que su universo es “teratológico”. Y es cierto que las criaturas serafinianas, por extrañas y al mismo tiempo familiares, parecen anormalidades de nuestro entorno. La anatomía se combina con la mecánica, como lo vegetal lo hace con la industria o lo zoológico. Una de las ilustraciones más citadas es la que representa la cópula entre un hombre y una mujer, quienes acaban fusionándose para dar forma a un cocodrilo. Hay un anfibio, cuyas patas delanteras son una aguja y un dedal y cuyo tórax es un ovillo, que teje su guarida bajo el agua; un ciervo que es solo una cabeza, cuyo cuello termina en raíces que se hunden en una maceta y cuya cornamenta son ramas con hojas; toda una clasificación de tipos de piernas, que en lugar de un cuerpo humano transportan paraguas, una madeja de colores o un farolillo; un plato con dientes que mastica por el ser humano, que solo tiene que sorber la comida con una pajita...

Esta enciclopedia de fantasía desbordada sigue una estructura precisa, con sus tablas e índices

Sin embargo, esta enciclopedia de fantasía desbordada sigue una estructura precisa, con sus tablas e índices. Es plausible determinar las siguientes secciones: botánica, zoología, teratología (aunque se puede afirmar que todo el Codex es un tratado de teratología), química, mecánica, anatomía, etnografía, lingüística, gastronomía y moda, deporte y juegos, y arquitectura. De ellas, las más fascinantes son la de botánica y la de lingüística.

Extraños vegetales

En su prólogo, Calvino establece relaciones con otras obras que también hablan de mundos inexistentes. Una de ellas es la Botanica paralella de Leo Lionni, un tratado publicado en 1976, es decir, mientras Serafini trabajaba en su Codex. Imitando el tono de un libro científico, con sus referencias a eruditos, en su caso, ficticios y con su terminología latina, este volumen de Lionni —ilustrador más conocido por sus libros infantiles— habla de un mundo vegetal que existe solo en la imaginación, aunque aun así es susceptible de estudios sistemáticos. Las plantas de la botánica paralela “crecen en el ritmo de nuestros tiempos imaginarios para tomar forma después de un largo e intricado proceso conceptual”, y se desintegran en cuanto entran en contacto con algo ajeno a su entorno. Los productos de la imaginación mueren cuando son racionalizados.

Lionni también ilustró su tratado, aunque sus vegetales son menos fascinantes que los de Serafini. En el Codex, aparte de plantas completamente fantasiosas, hay una flor cuyas hojas crecen sobre ella en forma de nube para proporcionarle lluvia, una planta-tela de araña, margaritas que al ser deshojadas pueden inflarse como si fueran un globo con el que salir volando, árboles que se lanzan al mar y nadan hacia otras tierras… Algunas de estas criaturas recuerdan a las de OPS (El Roto), que en su Bestiario (1989) colocó a la rosa no-me-toques, rodeada de un cepo, o el raigón ermitaño, una flor cuyas hojas tienen forma de tijera y que “si alguien intenta cogerla no duda en suicidarse”.

Un idioma que se escapa

Los seres del Codex están acompañados de explicaciones, pero no es posible acceder a ellas. Son incomprensibles, no Como las que presentan a los simpáticos seres de Stranalandia, la isla que inventó Stefano Benni en 1984: allí viven, por ejemplo, el rockolo (Avis Presley), un pájaro con tupé que canta rock; el comesombras (Melogatus sgranfianerum), un felino que devora la sombra de las plantas, o los escarabajos reparatodo, insectos con forma de herramientas de ferretería.

Dice Calvino sobre el serafiniano: “Esa grafía cursiva, minuciosa y ágil y (hay que admitirlo) clarísima, que siempre nos sentimos a un paso de poder leer y que no obstante se nos escapa en cada una de sus palabras y en cada una de sus letras. La angustia que este Otro Universo nos transmite no proviene tanto de la diversidad del nuestro, como de su semejanza”. En la sección dedicada a la lingüística, además de signos de interrogación que son anzuelos, palabras que salen del folio sujetas con globos o que aterrizan en el mismo con sus paracaídas, trazos que mirados con lupa contienen peces, coches o seres humanos, hay una especie de piedra Rosetta. Pero es también inservible: el serafiniano se coloca al lado de jeroglíficos similares a los entes irisados que en la sección de zoología parecen ser la esencia de la vida de todo el universo del Codex. La lengua y los seres que conforman el cosmos de Serafini son uno, todo procede de esos microorganismos que nacen en un arco iris.

Es mejor no intentar comprender ni traducir el universo serafiniano, sino simplemente visitarlo. Se corre el riesgo de que se desintegre, como las plantas de la botánica paralela. Eso parecería sugerir la última lámina del Codex: bajo una página que se pliega están las falanges de una mano y un montoncito de polvo blanco. Por suerte están vivas, y saltan, las criaturas irisadas, listas para volver a empezar.