19/4/2024
Análisis

Oriente Medio, en el punto de no retorno

La geografía humana de lo que un día llamamos Siria, Irak o Libia está siendo profundamente alterada y el tejido social, destruido

Francisco Veiga - 09/10/2015 - Número 4
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Oriente Medio, en el punto de no retorno
Ataque aéreo de las fuerzas del Gobierno en la ciudad de Douma, controlada por los rebeldes sirios, en agosto de 2015. Sameer al-Doumy / AFP / Getty Images
En realidad, como ocurrió en casi todo el mundo, el final de la guerra fría fue el arranque de los cambios que llevarían a la presente situación. No tanto porque en los países del mundo árabe existiera una voluntad de cambio, sino porque desde el bando triunfador empezó a considerarse que, una vez liquidado el problema del Bloque del Este, había llegado el momento de recomponer el mundo árabe. De hecho, cronológicamente se planteó a la par: la expulsión de las tropas iraquíes de Kuwait en 1991 antecedió en pocos meses a la disolución de la URSS y al arranque de las guerras de Yugoslavia. Irak quedó bajo un férreo bloqueo y Washington repartió los papeles de aliados y enemigos en la zona. Aquellos quedaron en disposición de hacer la política hegemónica que mejor les pareciera. El más notable fue el caso de Arabia Saudí: como consecuencia del apoyo dado al régimen de Sadam Husein en la ONU, el gobierno de Yemen fue castigado. En unos pocos días, Riad obligó a regresar a su país a casi un millón de trabajadores inmigrantes. El impacto en la economía y la sociedad yemeníes fue descomunal, y aún hoy está en el origen de sus desequilibrios. 

El renovado papel hegemónico atribuido a Arabia Saudí  tuvo que ver con la aparición de un fenómeno nuevo: el islamismo radical de Al Qaeda. Si los muyahidines musulmanes habían puesto de rodillas a la URSS en Afganistán, podrían volver a hacerlo contra otra potencia. En la década que Estados Unidos y Europa pasaron embebidos en el laberinto balcánico y la precaria Rusia de Yeltsin, dio tiempo para que madurara el yihadismo y para que descarrilara el proceso de paz entre Israel y Palestina (Acuerdos de Oslo) que supuso el asesinato del primer ministro israelí Isaac Rabin, en 1995.

El mapa de Oriente Medio difícilmente volverá a ser el que era hace apenas cuatro años

A partir de ahí, la idea de ir solucionando suavemente los conflictos de Oriente Medio cambió hacia la actitud de forzar la mano. La dictadura de Sadam Husein, soporte de los palestinos y cada vez más cercana a Israel, era un excelente objetivo, debilitado por una década de férreas sanciones de la ONU. Su derrocamiento, argumentaba la administración Bush, traería la democracia. Primero para el mismo Irak, luego para el resto de Oriente Medio, en efecto dominó, incluyendo a Irán. Como final feliz, el encaje definitivo de Israel en el panteón de las nuevas y más amistosas democracias árabes. 

Segundo y tercer acto

Este ambicioso proyecto quedó temporalmente cortocircuitado por los ataques del 11 de septiembre de 2001, que durante años atascaron a Estados Unidos y la OTAN en un frente secundario: Afganistán. Sin embargo, los planes para remodelar Oriente Medio siguieron adelante con la invasión de Irak en 2003. Como se sabe, la experiencia salió mal. Los intentos de cambiar al país árabe en profundidad supusieron un gasto descomunal para las arcas estadounidenses, a lo que se sumó el coste de la “guerra mundial contra el terrorismo”. Además, el precio del petróleo inició una espectacular escalada que ayudó a recalentar la economía mundial.

La llegada de Obama al poder pareció cambiar las cosas ya desde su discurso en la Universidad de El Cairo, en junio de 2009. Se iba a contar con todos los países árabes en la búsqueda de un nuevo orden para Oriente Medio. También se cancelarían las dos guerras en las que Estados Unidos se había empantanado: Irak y Afganistán. No por casualidad estalló la Primavera Árabe en 2011, ampliamente apoyada por el nuevo presidente estadounidense y exaltada por los medios de comunicación occidentales. Tenía que ser esa democratización masiva que imaginó Bush, pero con apariencia de gran revolución en el mundo árabe en el cual estaba previsto un lugar para las nuevas clases medias islamistas, junto a las laicas. El modelo era la Turquía poskemalista de Erdogan, que ganaba las elecciones por mayoría absoluta desde 2002. Pero el sueño se evaporó por diversas razones. En primer lugar, porque realmente solo afectó a repúblicas, no a monarquías: Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Siria: esos fueron los países en los cuales los veteranos presidentes, todos autócratas, cayeron uno tras otro. En Arabia Saudí, Jordania, Omán o Emiratos Árabes, los príncipes y monarcas, a pesar de ejercer también un poder autocrático, siguieron en sus tronos. Casi todos podían exhibir una legitimación religiosa, muy tradicionalista. No así las repúblicas, algunas de las cuales habían sido aliadas del Bloque del Este en la guerra fría. 

El resultado de la Primavera Árabe parecía revelar a las claras cómo se habían repartido las cartas en Oriente Medio, quién era considerado de confianza por los occidentales y quién era prescindible e incluso condenable. Pero en realidad, nada estaba escrito en piedra. Dos mapas —comenzando en 2006 con el del teniente coronel Ralph Peters para un nuevo Oriente Medio, seguido del de Robin Wright en 2013— daban una idea de cómo imaginaban los estadounidenses un hipotético “nuevo orden wilsoniano” para el mundo árabe. El agravamiento de la guerra de Siria, una carnicería que alteraba profundamente al país, fue un primer aviso. Pero cuando en 2014 Estado Islámico se extendió por la zona despedazando Siria, Irak y Libia, empezó a visualizarse que mapas como el de Wright podían no estar tan lejos de cumplirse. Al reparto en nuevos trozos nacionales de esos estados, se sumaba la previsible aparición de un estado kurdo que podría incluir un buen pedazo del sudeste turco.

Cae el telón

¿Podría  volver algún día el mundo árabe a tener la apariencia política de 2010? Todo depende de si consideramos que Estado Islámico es como una especie de costra que se puede desprender, bajo la cual se encontrarían las poblaciones y estados originales. Difícil parece, puesto que la guerra, la represión y las luchas fratricidas no solo están desplazando a las poblaciones por millones de personas: también las están matando. La geografía humana de lo que un día llamamos Siria, Irak o Libia está siendo profundamente alterada; el tejido social, destruido. 

El mapa de Oriente Medio difícilmente volverá a ser el que era hace tan solo cuatro años. No solo parecen variar aceleradamente las fronteras, sino también la demografía y el peso económico de países enteros que hasta hace poco eran muy importantes en la zona. Algunos analistas de tendencia conservadora parecen suponer que el choque entre chiíes y suníes solucionará toda la cuestión del radicalismo islamista tal como ha venido afectando a Occidente. Pero es una visión muy simplista que no considera la complejidad de todo el cuadro de países que componen Oriente Medio ni la larga historia de coexistencia entre ambas ramas del Islam. 

Irán parece destinado a ejercer el viejo papel de potencia regional para contrarrestar a las fuerzas suníes

Irán, reconciliado con Occidente cuando su revolución de 1979 se ha moderado y el verdadero horror está en Dáesh, parece destinado a ejercer el viejo papel de potencia regional con capacidad de contrarrestar las fuerzas más expansivas y agresivas de los suníes. También parece destinado a estabilizar Afganistán y parte de Asia central, que es área de influencia persa. Arabia Saudí, de momento, como fiel y tradicional aliado de EE.UU. en la región sigue haciendo lo que quiere. Por ejemplo, intervenir en Siria o bombardear Yemen.

Es difícil saber a quién beneficiará todo esto. Lo que sí parece bastante claro es que el mundo musulmán no árabe está tomando el relevo a partir de países tan potentes como Turquía, Irán, Pakistán o Indonesia. Ante la decadencia actual del mundo árabe cabe preguntarse si Arabia Saudí y sus aliados del golfo Pérsico podrían articular y hasta liderar un nuevo poder
panárabe, quizá más basado en monarquías que en repúblicas. Pero esto es muy incierto y lo más posible es que ni siquiera lleguemos a conocer los sueños más grandilocuentes de los Saud. Los que tuvo Washington de reorganizar Oriente Medio parece que ya se han quedado en eso: en sueños, pero rotos. Ahora, como casi siempre, Europa deberá pagarlos.