24/4/2024
Periodismo

Vida y trabajo de H.A.T.

Homero Alsina Thevenet fue crítico de cine y abanderado del nuevo periodismo en Latinoamérica. Se cumplen 10 años de su muerte

Vida y trabajo de H.A.T.
Homero Alsina Thevenet.
En el club de los nombres equivocados militó en su día un crítico cinematográfico uruguayo, padre del nuevo periodismo, adversario tenaz de la primera persona, amante de las buenas maneras escritas, amigo de Juan Carlos Onetti, descubridor de Ingmar Bergman, fundador del suplemento El País Cultural. Homero Alsina Thevenet tenía un nombre desproporcionado que poco armonizaba con sus modales de actor secundario. Sobrio, pequeño, conciso, pero tremendamente polémico. Se cumplen 10 años de su muerte, aunque algunos ni siquiera saben que nació. 

Maestro de periodistas

El mismo año de la muerte de Homero, 2005, el gurú del periodismo estadounidense, Tom Wolfe, aseguró en una entrevista concedida a José Manuel Calvo que el nuevo periodismo no consistía en “dar tus propias opiniones, mezclarlas con la historia que estabas contando, convertir esa historia en personal y escribir impresiones”. El nuevo periodismo era otra cosa. 

Y esa otra cosa que era el nuevo periodismo la manejó como nadie en Latinoamérica H.A.T., acrónimo con el que Homero Alsina Thevenet solía firmar y sustantivo que en inglés significa “sombrero”. Por esta razón, una de las personas que mejor le conoció y digna sucesora de su evangelio periodístico, Leila Guerriero, decidió titular “Vida del señor sombrero” la larga entrevista que posee el tenebroso honor de ser la última que Alsina concedió en vida. “Cuando fui a verlo, Homero, aunque con achaques de salud, era el mismo tipo de siempre. Inteligente, duro, divertido, brillante, tozudo, con un humor único y una mente más rápida que la de gente 40 años más joven”, explica la periodista argentina rememorando aquella tarde.

Su estilo recupera algunos valores medulares del periodismo: la vocación de aprender y enseñar


La entrevista de Guerriero comenzaba citando a la muerte (“Tres años atrás, en su casa de Montevideo, Homero Alsina Thevenet —uruguayo, periodista, crítico de cine— sintió que se moría.”) y terminaba con la mención a la tarjeta de visita que Homero nunca imprimió y que decía así: “El señor Alsina – Se hacen cosas”. Y ciertamente fueron muchas las cosas que H.A.T. construyó a lo largo de su vida. 

Homero era hijo de la maestra Judith Thevenet y del crítico teatral Eugenio Alsina. Le gustaba contar que fue una clavícula rota la que le dio vocación. El padre pensó que un carné de entrada libre para el cine El Latino calmaría la convalecencia inquieta del doceañero Homero. Solo tres años más tarde comenzó a trabajar en Cine Radio Actualidad y cinco después entró en la revista Marcha, uno de los semanarios culturales más importantes de América Latina. Allí coincidió con un tipo ceñudo y lúgubre llamado Juan Carlos Onetti.

Compartieron pensión, se hicieron amigos y después casi enemigos, pues la exmujer de Homero se casó con el hijo de Onetti. En la entrevista de Guerriero, el periodista resumió en una brillante frase toda su inteligencia y sentido del humor: “Si yo me divorcio de una mujer y esa mujer se casa con el hijo de Onetti, ¿qué vengo a ser yo de Onetti? La respuesta es: admirador”. Tras una compleja salida de Marcha provocada por su no asistencia al Festival de Cine de Punta del Este, comenzó a escribir en la página de espectáculos de El País

Del concepto periodismo cultural, a Homero siempre le importó más el sustantivo que el adjetivo. Afirmaba sin ambages que la primera persona era una traición porque terminaba siendo más importante el escritor que lo escrito. H.A.T. sometía a cada nuevo periodista que ingresaba en la redacción a una prueba de solvencia gramatical, de economía en los signos de admiración, de ahorro en larguezas y rodeos.  Les entregaba una hojita con el título “Algunas sugerencias para periodistas modestos” y vigilaba que los jóvenes las cumplieran: “Consistía en una serie de lineamientos periodísticos —relacionados con el oficio en general, no con el cultural en particular— y esperaba que los leyeras y los tuvieras en cuenta”, afirma Guerriero.  
 

“Algunos han dejado guerras y revoluciones. Yo dejo un poco de crítica de cine, y es bastante mejor”

El lema de Homero era: “Que cada palabra importe”. Una especie de mantra que inoculaba a sus colaboradores con una única intención: “Homero sabía cómo sacar lo mejor de vos haciendo muy poco, apenas un señalamiento, una sugerencia que podía parecer menor, pero que era radicalmente importante”, sostiene Leila Guerriero, que publicó una compilación de sus relatos periodísticos en Zona de obras (Círculo de Tiza, 2014).  Esa labor de periodista, de editor y, por desprendimiento, de gran pedagogo y educador es clave para trazar adecuadamente el perfil profesional del uruguayo. 

Fernando Martín Peña —crítico cinematográfico argentino— compiló junto a Elvio Gandolfo —traductor y periodista  que colaboró con Homero en El País Cultural— gran parte de la extensa producción de H.A.T. bajo el título Obras Incompletas. “Sus textos permiten conocerlo a él, su personalidad, su forma de pensar y su filosofía de vida. En ese sentido, creo que era (y trataba de ser) como sus textos”, asegura Martín Peña. Uno de esos trabajos que escribió con apenas 16 años se titulaba Silencio mujeres. Narraba cómo las mujeres hablaban en el cine y no dejaban a los hombres escuchar las películas. Este artículo perfila dos de sus características más controvertidas: el afán polemista y un severo machismo. “Disfrutaba discutir por escrito, le gustaba pelearla así, como un caballero. Me dijo una vez que el texto que polemiza debe ser construido con el mismo rigor que una pared inexpugnable”, desvela Martín Peña. 

La escritora de Montevideo Cristina Peri Rossi corrobora el talante machista de Homero y recuerda una de las anécdotas más memorables del señor Sombrero: “Le gustaba someter a cualquier persona a la siguiente prueba: ‘Dígame el nombre de una película cualquiera y le diré el director, el año  y los intérpretes’. Yo le nombré una película francesa que yo había visto en Montevideo y me había subyugado (Une aussi longue absence). Reflexionó y dijo: ‘¡La conozco, la conozco!’. Luego se quedó callado y concentrado durante algún tiempo. Entonces dije humildemente: ‘Henri Colpi. 1961. Con Georges Wilson y Alida Valli’. Homero respondió: ‘¡Me mataste, me mataste! Es la única película que hizo Henri Colpi, ahora me acuerdo’. Creo que me guardó un poco de rencor. Era muy machista, muy competitivo y no le gustó perder por primera vez y ante una mujer joven que además no se dejaba seducir por él”. 

Años en España

En Barcelona Homero y Cristina afianzaron su amistad. El periodista llegó a España huyendo del golpe militar argentino en el año 1976. En Buenos Aires había trabajado en la revista Primera Plana y Panorama. También en Argentina realizó un penoso tour por algunas cárceles del país. Su hijo, cercano a la guerrilla, fue detenido y pasó 14 meses en prisión. Homero lo siguió y visitó siempre. Sin embargo, un testamento mal formulado los separó en los últimos años de su vida.

“Esos años no fueron buenos para Homero Alsina Thevenet ni para mí ni para casi nadie. Muchos habíamos llegado cuando todavía vivía Franco”, cuenta Peri Rossi. Eran años en los que no convenía ser refugiado o exiliado en España: “No teníamos ninguna protección legal ni judicial ni había comités de solidaridad u organizaciones estatales privadas que nos ayudaran a conseguir documentos, trabajo, un techo o consuelo”. Homero era un exiliado cincuentón con una preparación cultural muy alta y con una carrera periodística absolutamente consolidada.

¿A quién podía decirle Homero Alsina Thevenet que era el gran crítico cinematográfico que descubrió a Bergman en el famoso Festival de Cine de Punta del Este en el año 1952? En España nadie sabía quien era Bergman y mucho menos dónde estaba ese país en el que se celebraba aquel famoso festival. “Para Homero fueron años muy duros porque tampoco era joven y la falta de reconocimiento cuando se es joven resulta un estímulo, pero cuando ya no se es joven resulta humillante”, explica la escritora uruguaya. Tan mala suerte tuvo H.A.T. en España que casi el único libro que publicó con la editorial Bruguera (Chaplin: todo sobre un mito, 1977) salió 20 días después de la muerte del director de El gran dictador. Homero explicaba todo sobre el mito. Todo excepto su muerte. 

Para frenar las penas, Homero y Cristina cruzaban el país acompañados de sus respectivas parejas en un destartalado Seat para ver en Francia las películas que Franco prohibía en España: “Recuerdo una vez que fuimos a Amélie-les-Bains-Palalda y la sesión consistía en La última mujer de Marco Ferreri, El imperio de los sentidos de Nagisa Oshima y El último tango en París de Bertolucci. Nuestras parejas se levantaron a la mitad de la segunda película. Homero y yo permanecimos hasta el final. A mí me pareció que La última mujer era una gran película y El último tango en París una exhibición de machismo; a Homero que la de Ferreri era demasiado feminista y la de Bertolucci una excelente película”. Hubo dos aficiones que, sin embargo, siempre hermanaron a estos uruguayos errantes: las risas y los juegos de cartas.  

Humor y periodismo

En Barcelona se reencontró con Onetti que, por aquel entonces, ya le había dedicado su hipnótico relato “Bienvenido, Bob”, una historia de traición en la que un cándido Bob se transforma en un despreciable Roberto. Tal vez por venganza, por desagravio amoroso tras el asunto de su exesposa o por convencimiento periodístico, Homero destrozó en una crítica La vida breve, una de las novelas más ensalzadas de Onetti. “No sé qué pasó exactamente entre ellos. En parte porque nunca hablé con él del tema, pero también porque creo que para Homero el periodismo era en sí mismo algo muy personal. No sé cómo se podrían separar ambas cosas en cualquier análisis sobre su trabajo”, explica el crítico Fernando Martín Peña. 

Pese a ser alérgico a la celebridad y al renombre, a Homero le gustaba coleccionar fotos con sus artistas admirados y colocarles, con letra torcida, una graciosa leyenda. En la foto junto a Marlene Dietrich consta: “Yo seduciendo a Marlene Dietrich”. En la de Louis Armstrong: “Alsina Thevenet y Armstrong. Armstrong es el de la derecha”. Así era el sentido del humor homérico, casi tan estruendoso como su cólera ante la frivolidad o la holgazanería.

En 1989 volvió a Uruguay. Con 68 años fundó El País Cultural, uno de los mejores suplementos culturales en español y que hoy es objeto de colección. Resulta paradójico comprobar que un anciano periodista fue capaz de crear el mejor y más moderno muestrario del periodismo cultural. ¿Acaso la vocación de H.A.T. —esa que nació con la clavícula rota— no se desgastaba? “No era un periodista burgués que esperara cumplir 60 para jubilarse. La sola idea de la jubilación lo hubiera matado de un soponcio por aburrimiento. De modo que, mientras el cuerpo aguantara, todos sabíamos que Homero iba a seguir”, cuenta Leila Guerriero. Y así fue, pues H.A.T. escribió hasta el mismo día de su muerte. 

En un artículo titulado “Periodismo y cultura”, Alsina Thevenet describía cuál es la verdadera dificultad del periodista cultural: “Imponer cultura es una operación difícil, para la cual no alcanza con ser culto”. Y todavía algo más: “Debemos identificar al adversario natural de los suplementos culturales. Es el señor o la señora que lee poco o simplemente no lee nada. A esa persona debemos llegar si queremos hacer algo útil al editar suplementos”.  A Homero le gustaba lo útil, lo riguroso, lo preciso. Amaba los datos casi tanto como los adjetivos que los perfilaban. 

En estos tiempos de mutación informativa, de seísmos mediáticos y debates en torno al papel actual del periodismo, el estilo de Alsina recupera algunos valores medulares: la vocación de aprender y enseñar, la ética, el sentido de la justicia, la conciencia de la responsabilidad que implica un espacio periodístico, el rigor informativo. “No es exagerado decir que Homero mejoró la cultura cinematográfica de su generación (y de un par de las que siguieron) porque su práctica explotó a fondo el mejor potencial del periodismo escrito”, sostiene Martín Peña.

¿Por qué, entonces, su obra es tan desconocida en esta parte del mundo? “A la naturaleza misma de su labor se unió esa personalidad un tanto reticente de Homero a las cuestiones de la figuración pública. Pero, para ser justos, un señor periodista como Julio Camba es en este lado del mundo muy poco conocido y saber por qué esas cosas suceden es un poco difícil”, remata Guerriero. A ella le legó el mejor resumen de su existencia. Con su sarcasmo infinito y una voz ronca sentenció: “Algunos han dejado guerras y revoluciones como Hitler y Fidel Castro. Yo dejo un poco de crítica de cine, y es bastante mejor”.