En 1940 en un pequeño pueblo de Normandía, Lillebonne, nació la segunda hija de un matrimonio de trabajadores —la primera había muerto de difteria a los seis años en 1938—. A esa hija única, hasta donde ella supo durante años, dedicaron sus esfuerzos y en ella depositaron sus esperanzas: querían que ella lograra el ascenso social que ellos apenas habían comenzado al abrir la tienda-bar en Yvetot, un pueblo de unos 7.000 habitantes, y se concentraron en darle la mejor de las educaciones posibles a su alcance. La niña, Annie, de soltera Duchense, estudió en la Universidad de Rouen y obtuvo una plaza como profesora en 1967, cuando ya era una mujer casada y tenía un hijo. Su padre murió dos meses después de que ella obtuviera el puesto. Su madre murió en 1986, enferma de alzhéimer y de cáncer. En 1974 publicó su primer libro,
Los armarios vacíos, una novela sobre una estudiante que aborta de manera clandestina que firmó con el apellido de su marido y que ya no ha abandonado: Ernaux.
Es casi la mitad de la biografía de la escritora francesa (falta el divorcio, la pasión amorosa, la enfermedad, la curación y los celos) y son casi la mitad de los temas a los que se ha dedicado: en su caso, vida y literatura van tan de la mano que a veces parecen indistinguibles. En 2011 apareció un volumen en Gallimard, donde ha publicado todos sus libros, que reunía una selección de sus mejores obras precedidas de fragmentos de su diario —que mantiene desde 1957 y conserva desde 1963— y algunas fotos. Tiene por título
Escribir la vida. En el prólogo explica Ernaux: “No mi vida, ni su vida, ni siquiera una vida. La vida, con lo que contiene que es lo mismo para todos pero que cada uno experimenta de manera individual: el cuerpo, la educación, la pertenencia y la condición sexual, la trayectoria social, la existencia de los otros, la enfermedad, el duelo”.
Una larga trayectoria
Como sucedió con Patrick Modiano —y no es la única relación que puede establecerse entre ambos escritores (la obsesión, la vuelta a los lugares y a las escenas de la infancia, la importancia del espacio, las calles y los detalles, por ejemplo)—, la obra de Annie Ernaux ha encontrado cobijo en diferentes sellos editoriales españoles: la editorial Sagitario, hoy desaparecida, tradujo su primer libro en 1976 y Seix Barral publicó
Una mujer —un libro sobre su madre— en 1988. Tusquets ha publicado algunos de sus libros más celebrados:
El lugar —sobre su padre y donde lugar se refiere tanto a la posición social como al espacio; le valió el premio Renaudot el mismo año en que Marguerite Duras ganó el Goncourt por
El amante—,
El acontecimiento —cuenta su aborto clandestino cuando era estudiante— o
La vergüenza —vuelve a una episodio que no ha podido sacarse de la cabeza durante años: la tarde en que su padre estuvo a punto de matar a su madre. A partir de ahí, Ernaux elabora una detallada descripción de sus características familiares y de su educación. Herce publicó dos magníficos libros de Enaux:
La ocupación —el relato de la conquista de los celos y la imagen de la otra mujer de su vida y sus pensamientos— y
Los años —a partir de imágenes que conserva, acomete un relato personal y colectivo de Francia desde la posguerra. Obtuvo el premio Marguerite Duras, el François Mauriac y el premio de la Lengua Francesa al conjunto de su obra—.
Dos sellos independientes coincidieron en poner el ojo en esta singular escritora: KRK y Cabaret Voltaire. El primero traducía una de las últimas producciones de Ernaux,
La otra hija, publicada en Francia en 2011, y el segundo traducía por primera vez al español
La mujer helada, su tercer libro, publicado en 1981. Entre ambos han pasado treinta años y no abarcan toda la trayectoria de la normanda, pero permiten hacerse una idea de la evolución de la escritora.
Vida conyugal
La mujer helada encierra una reflexión sobre el papel de la mujer, es un grito de protesta por haber sido relegada a un segundo plano y es un homenaje a todas las mujeres de la vida de Annie Ernaux: sus heroínas van desde su madre y algunas vecinas hasta Scarlett O’Hara, pasando por una compañera de colegio o Simone de Beauvoir.
La mujer helada recoge el sentimiento de perplejidad de la narradora al darse cuenta de que ha pasado de ser una niña soñadora, una lectora voraz, “Bovary mi hermana mayor”, dice, a estar atrapada en un matrimonio que no se parece al de sus padres, en el que era el padre el que cuidaba de la hija y se ocupaba de las tareas domésticas. El cuidado de la casa y la crianza del hijo parecen ser todo a lo que la narradora debe dedicarse: “Esto es el matrimonio, elegir entre la depresión de uno u otro, la de los dos es despilfarrar. Evidente también que mi sitio estaba con mi hijo”.
Aprovecha las siestas del niño para prepararse una oposición y “dos meses antes de los exámenes, elegí la guardería y con ella el sentimiento de culpa, entregar por la mañana a la puericultora el cuerpecito desnudo por la ventanilla, y la primera noche no reconocer al niño vestido con esa bata escocesa municipal”. Un poco más adelante: “Aprobé la oposición de agregado de instituto y no sentí ninguna alegría. Había demasiadas siestas ansiosas, demasiados lavados de ropa de niño, demasiadas ollas exprés vigiladas, demasiadas zanahorias peladas en medio de la historia de una novela moderna o de las teorías teatrales”.
Y así, la narradora se vio precipitada a “la trampa de la mujer total, orgullosa de ser por fin capaz de conciliarlo todo, la subsistencia, un hijo y tres cursos de lengua francesa”, antes de quedarse embarazada de su segundo hijo. El último párrafo del libro contiene una profecía que tal vez se cumpla en la narradora, no en la escritora: “Pronto me pareceré a esas caras marcadas, patéticas, que me echan para atrás, de las peluquerías, cuando las veo, volcadas, en el lavacabezas. Dentro de cuántos años”.
La mujer helada usa un procedimiento bastante frecuente en los libros de Ernaux: hay algo que se quiere explicar, analizar, comprender, asir y para ello es necesario describir todos los detalles. En este caso, para entender por qué la narradora ha acabado casi anulada entre la vida profesional y la exigente tarea de ser madre y esposa, se remonta a su infancia y al recuerdo de las mujeres de su vida.
La hermana muerta
La otra hija es una carta dirigida a la hermana de la escritora, muerta dos años antes de que naciera Ernaux y cuya existencia descubrió al oír una conversación entre su madre y una vecina. La escritora nunca reveló a sus progenitores que había descubierto la existencia de esa otra niña, tampoco les preguntó. Nunca hablaron de eso. Ernaux vuelve a esas palabras escuchadas por azar (“murió como una pequeña santa”, “mi marido se volvió loco” o “era más buena que esa”) y las exprime y retuerce hasta que consigue analizarlas y tejer así el crudo testimonio de una tragedia familiar contada en elipsis.
La otra hija es una carta dirigida a la hermana de la escritora, que murió dos años antes de que ella naciera
Es un ejemplo de que las ausencias marcan tanto como las presencias y de que es posible crear una identidad empujados por algo que ni siquiera se conoce. La culpa puede ser el pecado original. Dice: “En consecuencia, tenías que morir a los 6 años para que yo naciera y fuera salvada”. A pesar de haber nacido del mismo cuerpo, confiesa: “Desde el principio, no consigo escribir nuestra madre, ni nuestros padres, ni incluirte en el trío del mundo de mi infancia. Ningún posesivo en común”.
Asume la imposibilidad de contar nada de su predecesora: “No puedo hacer un relato de ti. No tengo más recuerdo de ti que el de una escena imaginada el verano de mis 10 años, una escena en la que se confunden la muerta y la salvada. […] No tienes existencia más que a través de tu huella sobre la mía. Escribirte no es nada más que constatar tu ausencia. Describir la herencia de ausencia. Eres una forma vacía imposible de llenar de escritura”. Sin embargo, esa hija muerta a los 6 años a causa de una enfermedad cuya vacuna sería obligatoria unos meses después existirá para siempre gracias a este delicado, breve e intenso libro. “No escribo porque estás muerta. Has muerto para que yo escriba, ahí está la gran diferencia”, dice la escritora.
A través de la disección de episodios de su vida ofrece un retrato de una sociedad y de un momento concreto
Ernaux suele repetir, y así lo recoge Francisca Romera Rosa en el prólogo a
La otra hija, que su trabajo está entre “la autobiografía, la etnología y la historia, en la unión de lo familiar y de lo social, del mito y de la historia”. A través de la disección de algunos episodios de su vida ofrece un retrato de una sociedad y de un momento concreto. Es como si redujera la vida a la mínima esencia de manera que la identificación es inevitable.
Cuando habla de sus celos en
La ocupación o cuando explica el deseo sexual, el deseo de gozar, trasciende lo individual e íntimo y lo convierte en universal. En el prólogo a
Escribir la vida, Ernaux explica: “No he buscado escribirme ni hacer mi obra a partir de mi vida: me he servido de ella, de los acontecimientos, generalmente ordinarios, que la han atravesado, de situaciones y de sentimientos que he conocido, como de una manera de explorar para atrapar y poner al día algo del orden de una verdad sensible. Siempre he escrito a la vez de mí y fuera de mí, el ‘yo’ que circula de libro en libro no es asignable a una identidad fija y su voz está atravesada por las otras voces, parentales, sociales, que nos habitan”.