18/4/2024
Opinión

Cerca o lejos del abismo

Editorial - 04/03/2016 - Número 24
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A día de hoy, es difícil saber si la economía global está saliendo por fin de la resaca de la gran recesión detonada por el crac financiero de 2008 o si más bien se dirige con paso firme hacia una nueva crisis. Sea como sea, los nubarrones amenazantes son muchos: el crecimiento se ha ralentizado, ha caído el comercio mundial, los precios del petróleo y otras materias primas se han desplomado y los mercados financieros no paran de registrar turbulencias. La actividad global se redujo inesperadamente a finales de 2015, según apuntaba un informe de la semana pasada del Fondo Monetario Internacional, y se ha debilitado aún más a principios de este 2016 con importantes caídas de los precios de los activos financieros. El Fondo sugería que las economías avanzadas seguirán recuperándose con una enorme lentitud, mientras que las economías emergentes ofrecen una perspectiva de crecimiento menor de la esperada.

Todo esto sucede en un contexto en el que las autoridades parecen haberlo intentado ya todo, desde las medidas más ortodoxas a las más extravagantes, para revitalizar la actividad. Desde 2008, los bancos centrales han bajado los tipos de interés de referencia hasta el punto de situarlos, en algunos casos, en valores negativos. También han introducido más de 12 billones de dólares en el sistema financiero mediante la llamada expansión cuantitativa (comprando deuda), lo que ha llevado también a los tipos de interés, tanto de corto como de largo plazo, a volverse negativos en muchos países.

Todas estas medidas estaban destinadas a estimular el crecimiento, aumentar la inflación y disminuir la gravedad del gran problema de la deuda, que sigue incrementándose. Puede que hayan tenido algún  efecto deseado, pero en absoluto parecen haber sido suficientes.

Tampoco aparecen ideas nuevas y viables sobre la mesa. Los mandatarios de la reciente cumbre del G20 y los de otros organismos económicos multilaterales, como el propio FMI, insistieron en sus buenas intenciones acerca del crecimiento, la estabilidad financiera y las reformas estructurales y se comprometieron a evitar los riesgos geopolíticos que pueden debilitar aún más el maltrecho estado de la economía. Pero se abstuvieron de adoptar medidas vinculantes en forma de acción coordinada. Más bien parecieron postergar un poco más las reformas y medidas políticas necesarias a la espera de que las cosas se resuelvan por sí solas sin que la evidencia de una guerra de divisas de baja intensidad que ya está en marcha y a la que, oficialmente, no se da carta de naturaleza termine por obligarles a enfrentamientos hasta ahora soslayados o, como vía de solución, a un acuerdo del tipo de los de 1985 y 1987 (Plaza y Louvre respectivamente), el primero de los cuales tuvo efectos negativos para alguno de los firmantes (Japón).