12/5/2025
David Remnick. Thos Robinson/Getty Images para The New Yorker

David Remnick y el arte del retrato

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David Remnick y el arte del retrato
Cultura. Libros

David Remnick (Nueva Jersey, 1958) dirige The New Yorker desde 1998. La revista, fundada en 1925 por Harold Ross y Jane Grant, tiene una circulación de más de un millón de ejemplares. En sus inicios, fue un bastión de una literatura irónica y sofisticada, con colaboradores como E. B. White, James Thurber o S. J. Perelman. Ha publicado a algunos de los mejores escritores estadounidenses, como Cheever, Updike o Eudora Welty, por no mencionar a otros autores de lengua inglesa como Alice Munro o Zadie Smith, y ha tenido como colaboradores a algunos de los críticos más influyentes del mundo anglosajón. Woody Allen publicaba a menudo en la revista, como hacen ahora Lena Dunham y David Sedaris. Sus ilustradores, sus comprobadores de datos y su puntuación excéntrica son legendarios. Pero The New Yorker también se ha asociado con un periodismo narrativo de piezas largas, controvertidas y rigurosas: el del reportaje de Hannah Arendt sobre Eichmann, la denuncia de la tortura en Abu Ghraib que realizó Seymour Hersh, los reportajes que escriben George Packer, Jon Lee Anderson, Janet Malcolm o Lawrence Wright. La revista tiene una tradición casi costumbrista. No está reñida con el cosmopolitismo, y uno puede descubrir de pronto que lleva una hora leyendo sobre un granjero nepalí, plagas en Nueva Zelanda o un pequeño empresario en el Medio Oeste.

Eso no es lo que le sucede al lector de Reportero, el libro que recoge algunos de los artículos que Remnick ha publicado en The New Yorker. Los personajes y los lugares que aparecen son centrales. Es una colección de retratos (el único texto que no es un perfil es la descripción de una ausencia: “Después de Arafat”), pero los protagonistas pertenecen al mundo al que Remnick ha dedicado obras más extensas, como La tumba de Lenin, que giraba en torno al colapso de la Unión Soviética y recibió el Premio Pulitzer, o El puente, la biografía de Barack Obama que publicó en 2010. Su gran virtud y a veces su defecto es que son reportajes de un periodista importante sobre cosas importantes.

Su gran virtud y a veces su defecto es que son reportajes de un periodista importante sobre cosas importantes

Estados Unidos, Rusia e Israel son los tres escenarios principales de este libro, con un par de excursiones a Reino Unido, donde el periodista asiste a la campaña de Tony Blair en 2005, y la República Checa, donde los últimos días de Václav Havel en el castillo de Praga  sirven para evaluar su trayectoria. Remnick escribe sobre políticos y sobre creadores o intelectuales que a menudo combinan la función de analizar su sociedad por medio de su trabajo con la de ser figuras del paisaje simbólico de su país: entre los retratados están Al Gore, Tony Blair, Katharine Graham (presidenta de The Washington Post Company y única mujer de la lista), Philip Roth, Bruce Springsteen y Don DeLillo, Benjamin Netanyahu y Amos Oz, Alexandr Solzhenitsyn y Vladimir Putin. Los artículos son un comentario histórico y político, una reflexión sobre el poder y la fama, el éxito y el fracaso, y sobre la relación entre algunos individuos notables y la sociedad en su conjunto.

Los perfiles de un periodista

Remnick tiene pulso narrativo y facilidad para elegir una anécdota significativa, y despliega un abundante trabajo de campo y documentación que le permite ofrecer distintas caras de sus personajes. Es un escritor lúcido y perspicaz, capaz de aislar rasgos determinantes: el moralismo de Tony Blair, la desubicación de Netanyahu, su incomodidad ante la élite askenazí. Los retratos contienen mucha información; incluso un conocedor de los personajes descubre cosas nuevas. Destacan los aspectos laterales, como la relación de Netanyahu con su hermano, el único soldado israelí fallecido en la operación Entebbe, o la historia de su padre, el historiador experto en la Inquisición Benzion. O la mala suerte del primer batería de la E Street Band, despedido del conjunto poco antes del éxito. “Tristeza postimperial” cuenta que Putin lloró en el funeral de Anatoli Sóbchak: “Las muestras de adhesión de Putin hacia Sóbchak fueron uno de los principales motivos que llevaron a Yeltsin y la familia a acelerar su carrera y, por último, a designarlo zar. ‘Supusieron que era un hombre leal —dijo Anatoli Chubáis—, y que su lealtad era transferible’”. En ocasiones Remnick tiene un tono romántico, como en su interesante retrato de Graham. Otras veces recurre a la ironía, como cuando Amos Oz exhibe sus conocimientos y él se pregunta cuántas veces habrá tenido que oír su mujer esas historias. 

Un procedimiento frecuente de Remnick es seguir un libro como guía. Así, la pieza que dedica a Graham es una recensión de las memorias de la editora, salpicada con entrevistas y con algunos recuerdos de la época en que trabajaba para The Washington Post.
El perfil de Amos Oz contiene entrevistas con personas cercanas al autor, un reseña de Una historia de amor y oscuridad, fragmentos de historia de
Israel, conversaciones con el narrador y viajes por el desierto, el kibutz donde Oz vivió durante decenios y la casa en la que se crió en Jerusalén, poco antes de la creación del Estado judío. Va más allá de la percha: cuando escribe sobre Tony Blair recuerda Sábado, donde Ian McEwan incluía un cameo del ex primer ministro británico.

Es interesante ver lo que ha hecho el tiempo con algunos personajes cuyos perfiles recupera el volumen

El libro se publicó en 2006 y la edición española no es idéntica a la estadounidense: se ha incluido un extenso perfil de Springsteen publicado en 2012, donde Remnick acompaña al cantante a Barcelona, y se han eliminado otros textos. Es interesante ver lo que ha hecho el tiempo con algunos personajes. Benjamin Netanyahu ha resultado más resistente de lo que parecía, y leer lo que escribía Remnick sobre él ayuda a entenderlo mejor. En los últimos años se ha visto a Boris Yeltsin con más indulgencia, a medida que el autoritarismo y la agresividad de Vladimir Putin se hacían más evidentes. El enfrentamiento con el antiguo espía a quien George Bush creyó ver el alma le costó a Jodorkovski la cárcel, y, aunque el retrato de Solzhenitsyn parecía hablar ya entonces de un mundo desaparecido, ahora la contigüidad resulta aleccionadora. Su perfil, como la mayoría de los textos del libro, ofrece una mirada compleja, iluminadora y al mismo tiempo inconclusa. 
 

Reportero 

David Remnick

Traducción de Efrén del Valle y Juan Manuel Ibeas
Debate, Barcelona, 2015

368 págs.