Los politólogos llevan mucho tiempo diciéndolo, pero no les escuchábamos (también es cierto que sus libros y estudios eran bastante plomizos, se han puesto a escribir claro cuando han cobrado protagonismo o viceversa): los partidos cada vez gobiernan más en el vacío, sin las fuertes estructuras que tenían hace no tanto, sin el apoyo de grupos muy grandes de votantes cohesionados ideológicamente y organizados en asociaciones y sindicatos que ejercían un enorme poder de presión. A causa de ello, cada vez cobra más importancia la comunicación y la imagen, sobre todo la del líder carismático, porque como el votante es más infiel, la seducción retórica y estética puede convencerle de votar a uno u otro por encima de la afinidad ideológica. Es lo que
Bernard Manin llamó en los 90 “democracia de audiencia”.
Y ya la tenemos aquí. Cubrir esta campaña está siendo para los periodistas españoles algo más parecido a la crítica teatral que al análisis de propuestas políticas. Sí, hay programas, pero
como decía hace unos días Íñigo Errejón en El Mundo, “los programas no importan mucho en campaña, y ahora menos”. Tiene toda la razón, por desesperante que resulte ver convertida la democracia en un debate sobre la calidad de los chuscos vídeos de campaña, el sudor de los candidatos o su capacidad para el insulto. No tiene por qué asustarnos demasiado (quizá un poquito sí): las campañas previas a la televisión no eran tan distintas, pero eran mucho menos invasivas.
Sin embargo, la política tiene que estar donde están los votantes, y los votantes están sobre todo frente a la televisión y, en menor medida, en las redes (por cierto: para todos los esperanzados en que las redes mejoraran la calidad del debate público, pásense un rato por ahí). Sería espantosamente elitista aspirar a que la política fuera una especie de esgrima aristocrática que la gente sin cátedra de constitucional o de fiscal fuera incapaz de entender. Aunque quizá el péndulo se nos ha ido demasiado hacia el otro lado. Pero no se exasperen demasiado: la verdad es que no hay nada que hacer y así será la democracia en adelante.