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Ideas

El feminismo se da la vuelta

Tal vez estemos ante una nueva ola de feminismo en la que el cuerpo de la mujer retoma el protagonismo y las reivindicaciones se hacen con humor y una cierta ligereza

AHORA / Aloma Rodríguez - 23/10/2015 - Número 6
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El feminismo se da la vuelta
Viñetas de ‘Virus tropical’. Powerpaola

La brecha salarial, la violencia machista, la dificultad para conciliar la vida laboral con la maternidad, el techo de cristal, la paridad, diferencias biológicas y económicas: el feminismo tiene batallas pendientes y cuenta con victorias importantísimas que han mejorado notablemente la vida de las mujeres en Occidente. 

Frente a los debates terminológicos y discusiones sobre si ser madre es una acción feminista o lo feminista es no serlo, surgen nuevas voces que se erigen como imagen y representación de un nuevo feminismo igual de combativo, peleón y exigente, que persigue los mismos fines pero usa nuevas formas, donde el sentido del humor es fundamental. No es un feminismo condescendiente o frívolo, pero sí fresco, renovado y aparentemente ligero.

El cuerpo femenino 

Una de las caras de ese nuevo feminismo es Lena Dunham, creadora de la serie Girls, directora y guionista de Tiny Furniture y autora de un libro que mezcla la reflexión con la anécdota autobiográfica, con menos acierto que en la serie: No soy ese tipo de chica (Espasa, 2014). Lena Dunham ha conseguido que el selfdeprecating femenino sea popular y se ha lanzado sin miedo a la autoparodia, a usarse como herramienta para señalar, deformar y exagerar los comportamientos de la mujer en sus relaciones íntimas, de amistad y de trabajo. También sus inquietudes, anhelos y los pequeños dramas cotidianos. 

En julio Lena Dunham y Jenni Konner, productora de la serie, anunciaron el lanzamiento de “Lenny”, “una newsletter en la que no existe eso que llaman demasiada información”. La periodista Ella Whelan escribió en la revista Spiked que “‘Lenny’ es la cristalización de una condescendencia creciente del feminismo contemporáneo: un ‘ejército de mujeres curiosas intelectualmente’ lo que realmente necesita es una newsletter que les diga cómo ser buenas feministas”. Se reavivaba así un viejo debate.

En la serie —también en su película y en su libro— Dunham se desnuda constantemente: enseña su cuerpo, sus tatuajes, sus cejas excesivamente depiladas, sus miedos, sus disparates y sus torpezas. No le preocupa no salir demasiado bien parada. La escritora y editora Elena Medel — dirige la revista Eñe y mantiene el blog Cien de Cien, en el que reivindica a mujeres poetas— señala que Dunham “es una mujer de un enorme talento que apuesta por otorgar visibilidad a referentes femeninos en distintos campos artísticos: es decir, que ha logrado triunfar, pero que continúa con su activismo utilizando las nuevas plataformas que tiene a su disposición, en lugar de alimentar su ego”. 

No tiene reparos en protagonizar escenas de sexo ridículamente humillantes, muchas veces a medio camino entre la carcajada y el llanto. Dice: “Ante la falta de actores que encarnasen el espíritu de la desesperación sexual que yo pretendía transmitir, me puse a mí misma ante la cámara”. Luego, al ver lo grabado, dice: “No me encantaba lo que veía, pero tampoco lo odiaba. Mi cuerpo era una herramienta para contar la historia. Apenas se parecía en nada a mí, sino más bien a una con bragas de cuello vuelto de atrezo que tuve el buen juicio de ponerme. No era elegante, bonita o hábil. Aquello era sexo tal y como lo conocía”. Dunham es la cara más visible de ese nuevo enfoque que permite hasta bromear con el propio feminismo. Así cuenta cómo perdió la virginidad: “Él estaba nervioso y en un gesto a la igualdad de género, ninguno de los dos se corrió”. 

A todo eso se refiere con “no existe eso que se llama demasiada información”: a hablar del cuerpo femenino y a mostrarlo sin tapujos, a ponerlo, de nuevo, en el centro del debate, pero con cierta ligereza. Whelan argumentaba: “El objetivo original de la liberación era luchar por los derechos de la mujer para dejar los trapos, los biberones y el menaje en la esfera privada y ser parte del mundo público igual que el hombre. […] Sin embargo, siguiendo los pasos del movimiento de liberación femenina de principios de los 70, surge un feminismo de la intimidad que declara que la vida privada de la mujer debería politizarse. ‘No existe eso que llaman demasiada información’ es la continuación lógica del viejo eslogan feminista de la época ‘lo personal es político’”.

La historia interminable

Escribe Caitlin Moran: “No sé si podemos seguir hablando de ‘olas’ dentro del movimiento feminista. Según mis cálculos, la próxima será la quinta; y sospecho que es más o menos en la quinta ola cuando uno deja de referirse a olas individuales para decir sencillamente que la marea sube”. 

Moran es, según sus propias palabras, “una desenfadada columnista de periódico y crítica de televisión a tiempo parcial”, y escribió Cómo ser mujer (Anagrama, 2013), un ensayo donde aborda temas como la primera regla, el trabajo, comprar sujetadores, la maternidad y el embarazo. Y también es una glosa divertida y refrescante de La mujer eunuco (Kairós, 2004), el libro que Germaine Greer escribió casi como reacción a La mística de la feminidad (Cátedra, 2009) de Betty Friedman y uno de los hitos del feminismo de la segunda mitad de siglo. La fecha de publicación del libro de Greer, 1970, sirve para datar la tercera ola del movimiento. 

Moran cuenta que leyó el libro a los 15 años y, al terminarlo, estaba “tan emocionada por ser una mujer que, si hubiera sido hombre, me habría cambiado de acera”. De Greer dice que “escribe sobre el hecho de ser mujer como los hombres cantan sobre el hecho de ser hombre”. Y “dice ‘soy feminista’ con la mayor serenidad, como si fuera algo lógico y estuviera en su derecho. Parece la solución a un enigma que hubiera durado años. Greer lo dice con autoridad y con orgullo: la palabra es un premio que muchos millones de mujeres, a lo largo de la historia de la humanidad, ganaron con su lucha. Es la vacuna contra el fracaso de nuestras pioneras”. Un poco más adelante reconoce que, aunque no entiende muchas de las cosas de las que habla el libro, como el machismo en el trabajo, “Greer tiene esa velocidad imparable de los que juegan hasta el límite de sus posibilidades. Y el regocijo vital de saber que dice cosas que nadie ha dicho antes. […] Germaine hace que ser mujer, el sexo completamente marginado, denigrado, silenciado y oprimido parezca de repente algo fascinante”.  Pero una vez pasado el fervor del descubrimiento, Moran se da cuenta de que el feminismo “ha llegado a un punto muerto. En los últimos años he buscado una y otra vez respuestas en el feminismo actual, hasta comprender que lo que una vez fue la revolución más emocionante, incendiaria y eficaz de todos los tiempos parece haberse reducido, no sé por qué, a un par de argumentos cada vez más débiles, que defienden dos docenas de feministas eruditas en unos libros que únicamente leen ellas […]. El feminismo es demasiado importante para dejarlo solo en manos de académicos”. 

Ha terminado por imponerse un ideal femenino con el que la mayoría de las mujeres no se identifica

Desde hace un tiempo, en Francia, no nos dejan de echar la bronca con respecto a los años 70. Que si hemos tomado el mal camino, que qué hemos hecho con la revolución sexual, que si nos creemos hombres o qué y que, con nuestras tonterías váyase a saber dónde ha ido a parar la buena y vieja virilidad”, dice Virginie Despentes en Teoría King Kong (Melusina, 2007). Es anterior y mucho más agresivo y oscuro que el de Caitlin Moran. 

Si Moran se descubrió feminista al abrigo de Greer, Despentes lo hace al calor de Camille Paglia; en palabras de Despentes, “sin duda, la más controvertida de todas las feministas americanas. Propone pensar la violación como un riesgo inevitable, inherente a nuestra condición femenina”. 

Despentes argumenta que “el ideal de la mujer blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, que parece indefinidamente joven pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y por las tareas del colegio, buena ama de casa pero no sirvienta, cultivada pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen delante de los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos, aparte del hecho de que parece romperse la crisma por poca cosa, nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible que no exista”. 

La paradoja que se da con respecto a la situación de la mujer es, según Despentes, que “nunca antes una sociedad había exigido tantas pruebas de sumisión a las normas estéticas, tantas modificaciones corporales para feminizar un cuerpo. Al mismo tiempo, ninguna otra sociedad ha permitido de modo tan libre la circulación corporal e intelectual de las mujeres. La refeminización de las mujeres parece una excusa que viene después de las prerrogativas masculinas, una manera de tranquilizarse, tranquilizándoles”.

Despentes encaja un poco más en esa imagen iracunda y agresiva del feminismo que en los últimos tiempos ha perdido fuerza y presencia en los discursos para ir reduciéndose a manifestaciones artísticas y performance reivindicativas no exclusivamente feministas, como el colectivo Femen o el grupo activista punk ruso Pussy Riot. 

Sin embargo, parece que esa versión reductora del feminismo, la que lo identifica con lo contrario del machismo y que implica una aversión hacia el sexo masculino, es la que se ha impuesto como idea única a la que remite inmediatamente el término. Tal vez por eso, lo que confesaba Abigail Rine, que da clases de Literatura y Estudios de Género en la Universidad George Fox, en un artículo publicado en The Atlantic en mayo de 2013 suene relativamente cercano: “Cada vez más me descubro a mí misma hablando sobre ideas feministas sin usar de hecho la palabra ‘feminismo’. ¿Por qué? Es agotador prologar cada conversación sobre combatir la misoginia con adorables y encantadoras anécdotas sobre cómo me gustan los hombres en realidad —¡hasta el punto de haberme casado con uno!— y cómo en realidad nunca quemé ningún sujetador (y probablemente no lo haga nunca porque son muy caros). Estoy cansada de hacer esa danza de desprestigio del mito y, bastante sorprendentemente, la conversación a menudo es mucho más calmada si evito completamente esa palabra”. 

La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, en una charla TED posteriormente publicada en forma de libro, Todos deberíamos ser feministas (Literatura Random House, 2015), cuenta que “la palabra ‘feminismo’ es tan pesada como una maleta, una maleta incómoda: odias a los hombres, odias los sujetadores, odias la cultura africana, piensas que las mujeres deberían ser siempre responsables, no llevar maquillaje, ni depilarse, estar siempre enfadadas, no tener sentido del humor y no usar desodorante”. 

En su artículo, Rine pretende reflexionar sobre la palabra “feminismo” a partir de un dato extraído de una encuesta: solo el 20% de las mujeres se identifica como feminista, a pesar de que el 82% cree que hombres y mujeres deberían ser social, política y económicamente iguales. Una verdad emerge una y otra vez a la superficie: la igualdad no es completa. Y, al mismo tiempo, se percibe un cierto agotamiento del término: “Siendo honesta conmigo misma —confiesa Rine— me doy cuenta de que la conversación sobre feminismo ya no es productiva. La revolución parece estancada. A pesar de los enormes beneficios que hemos obtenido gracias a las feministas que nos precedieron, apenas hemos arañado la primera capa del sexismo en nuestra cultura”.

Puede ser que parte del rechazo que provoca la palabra ‘feminismo’ entre algunas mujeres tenga que ver con que ha terminado por imponerse un ideal femenino con el que no se identifican. 

La igualdad de género libera de los estereotipos no solo a las mujeres, también a los hombres
 

La ONU lanzó la campaña HeForShe, que presentó en un emocionante discurso de la actriz británica Emma Watson. El movimiento pretende precisamente implicar a los hombres en la lucha feminista: “La igualdad de género no es solo una cuestión que ataña a las mujeres, es un asunto que nos afecta a todos los seres humanos […]. Cuando las mujeres están empoderadas, toda la humanidad se beneficia. La igualdad de género libera no solo a las mujeres, sino también a los hombres, de los roles sociales preestablecidos y de los estereotipos de género”, explica el documento de la ONU. 

Para Moran no hay discusión posible: “Porque aunque la gente haya intentado maltratarla y repudiarla, ‘feminismo’ es la palabra que aún necesitamos. Ninguna otra servirá. Y, reconozcámoslo, no ha existido otro término, si exceptuamos el ‘poder de las chicas’, que suena como si estuvieras en alguna rama de la Cienciología dirigida por Geri Halliwell. Que ‘el poder de las chicas’ haya sido el único rival de la palabra ‘feminismo’ en los últimos 50 años es lamentable para las mujeres”. 

El humor como arma secreta

En su libro Moran cuenta el descubrimiento —y posterior adoración— de las mujeres divertidas: “Me topo con la bendita Dorothy Parker, que tengo la sensación de que me ha estado esperando siempre, en 1923, con su barra de labios y sus cigarrillos y su gloriosa y lacerante desesperación. Dorothy Parker es increíblemente importante porque, en esos momentos, me parece la primera mujer capaz de ser divertida: un paso evolutivo tan importante para la mujer como el pulgar retráctil o la invención de la rueda. Parker es divertida en la década de 1920, y luego —tiendo a creer— no hay más mujeres divertidas hasta que aparecen French y Saunders y Victoria Wood en la década de 1980. Parker es la Eva del humor femenino”. 

La argentina Malena Pichot, conocida por su personaje La loca de mierda en el que parodia algunos de los clichés femeninos; Sarah Silverman y su humor corrosivo que no se detiene ante nada; Amy
Poehler y Tina Fey, tan brillantes y eficaces juntas como por separado, o la nueva reina de la comedia Amy Schumer; la historietista colombiana Powerpaola, autora del cómic autobográficoVirus tropical (2013), o María Herreros, que publicó en 2013 Negro viuda rojo puta, son algunos nombres que se pueden citar como herederas de Dorothy Parker, además de la propia Caitlin Moran y Lena Dunham o la ensayista Leslie Jamison, autora de El anzuelo del diablo (Anagrama, 2015). Hay toda una serie de mujeres escribiendo novelas o ensayos, haciendo películas y canciones con sentido del humor e inteligencia.