29/3/2024
Opinión

En busca de la inocencia

Las víctimas de ETA se preguntan quién y cómo va a contar la historia de lo ocurrido en las últimas décadas en el País Vasco

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En busca de la inocencia
PATRICIA BOLINCHES
Vitoria-Gasteiz, febrero de 2011. Dos mujeres se acercan a la esquina de un jardín y depositan un ramo de flores sobre un pequeño monolito. Una inscripción recuerda a dos hombres que fueron asesinados 11 años antes en ese mismo lugar, Fernando Buesa, secretario general de los socialistas alaveses, y Jorge Díez, el ertzaina que protegía su vida. La madre de este último, Begoña Elorza, y la viuda de Fernando, Natividad Rodríguez, son dos mujeres valientes que saben lo que significa enterrar a un ser querido, arrebatado por el terror. Su mirada no puede ocultar el dolor a pesar del tiempo trascurrido. Sobre aquel lugar tan simbólico, cargado de emociones, en pleno campus de la Universidad del País Vasco, Begoña lanza una pregunta que en realidad es un grito desesperado, todo un emplazamiento a la sociedad vasca. “¿Quién escribirá la Historia? ¿Dejaremos que sean quienes mataron a Jorge los que la escriban?” Unos meses más tarde de aquella escena, el 20 de octubre de 2011, ETA anunciaría el “cese definitivo de su actividad armada”.

El final del terrorismo ha supuesto un enorme alivio para aquellos que vivieron durante años en el punto de mira de esta organización. Con aquella declaración se cerraba uno de los periodos más terribles de nuestra reciente historia. Es difícil explicar a quien no lo haya sentido en primera persona lo que supuso vivir con miedo en el País Vasco, medir cada palabra, cada opinión, mirar cada día debajo del coche, pasear con tus hijos protegido por unos escoltas armados, pensar que tus propios vecinos pueden ser quienes faciliten los datos de tus recorridos habituales para que otros puedan acabar con tu vida y, sobre todo, sentir el rechazo de la gente. Es difícil.

El mundo que justificó a ETA se dedica ahora con pasión a blanquear su pasado y difuminar su responsabilidad

Sin embargo, tras el primer momento de alegría, algunas víctimas expresaron públicamente el mismo temor que ya manifestó Begoña Elorza unos meses antes. ¿Quién y cómo contará la historia de lo ocurrido durante las últimas décadas en el País Vasco? Sus temores no eran infundados. Nadie quiere pasar a la historia como un asesino ni como el colaborador necesario de quienes apretaron el gatillo. Y por ello, desde hace años, a medida que fue vislumbrándose el final del terrorismo y la previsible derrota de ETA, el mundo que giró alrededor de esta organización, el mismo que justificó sus asesinatos, se viene dedicando con verdadera pasión a blanquear su pasado, a difuminar su propia responsabilidad en una responsabilidad general, exculpatoria y autocomplaciente, donde todas las partes del conflicto cometieron atrocidades. Ya lo dijo Hannah Arendt, “donde todos son culpables, nadie lo es”.

 Para ello, el entorno de ETA, amparado por todo un entramado de fundaciones, editoriales y autores de diversa condición, ha puesto en marcha un verdadero arsenal memorialista de iniciativas, publicaciones y listados, destinado a reforzar la famosa teoría del conflicto político, que estaría en el origen de una guerra donde Euskal Herria, presentada como una víctima martirizada e inocente, habría sufrido a lo largo de la historia todo tipo de abusos y persecuciones por parte de una España imperial y genocida. El objetivo parece bastante claro: equilibrar, de algún modo, una balanza que hasta el momento se inclinaba en contra de ETA con el peso de más de 840 vidas humanas y más de 3.000 heridos. En esta lucha abierta por la imposición de un determinado relato histórico —ya lo ha dejado claro el diario Gara—, quien convenza, vencerá. Podría pensarse que tal dislate solo sería capaz de seducir a los convencidos de la causa, pero sus efectos, en mayor o menor medida, han terminado por tener un cierto eco entre un importante sector del nacionalismo y la izquierda radical, que sigue evocando la existencia de un conflicto político capaz de explicar la historia de esta organización terrorista.

En este contexto, el discurso de las memorias compartidas, las múltiples violencias y la grave violación de los derechos humanos que tuvieron lugar durante las últimas décadas en el País Vasco, un paradigma acuñado por los actuales responsables del gobierno autonómico en esta materia, puede contribuir a alimentar la confusión. La incorporación de las víctimas de diferentes fenómenos, desde la Guerra Civil hasta las provocadas por los abusos policiales que se cometieron durante la dictadura, corre el riesgo de difuminar la importancia y el peso determinante del terrorismo de ETA, responsable del 92% de los asesinatos políticos cometidos entre 1968 y 2010. Y lo que es más importante, puede ayudar a consolidar un relato histórico equidistante que rebaje la responsabilidad de los verdugos. Porque, frente a otros tipos de violencia política que tuvieron lugar durante aquellos años, e incluso frente a otras formas de terrorismo como el ejercido por las bandas de ultraderecha o los GAL, el terrorismo de ETA contó con un importante apoyo social y político del que carecieron los anteriores fenómenos. Tras la acción de esta banda existió todo un entramado de complicidades que justificó el terror como un instrumento para imponer un proyecto político de corte totalitario.

En la lucha abierta por la imposición de un determinado relato histórico, quien convenza vencerá

 Así lo ha constatado el denominado Informe Foronda, una investigación rigurosa, obra del historiador Raúl López Romo, centrada en los efectos sociales que tuvo el terrorismo en Euskadi. El citado estudio fue impulsado por el Instituto Valentín de Foronda de la Universidad del País Vasco, una entidad formada por una veintena de profesores e investigadores que recientemente ha recibido un importante encargo por parte del Memorial de Víctimas del Terrorismo: la puesta en marcha de un ambicioso proyecto de investigación centrado en la historia y la memoria del terrorismo en el País Vasco. El reto es muy importante, porque trata de profundizar en las raíces del miedo que vivió la sociedad vasca y en las consecuencias que tuvo la imposición del terror como arma política. Todo ello contribuirá, sin duda, a ir elaborando un relato veraz y riguroso a partir de las fuentes y metodología propios de la historia, sin equidistancias, sin falsas responsabilidades genéricas que escondan la búsqueda de una inocencia reparadora por quienes apoyaron y justificaron el terror.