19/4/2024
Opinión

Europa sin traición

Editorial - 11/03/2016 - Número 25
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La historia de la Unión Europea es la historia de sus crisis a veces agónicas. Su mismo origen fue una de proporciones descomunales: el propósito de reconstruir el continente después de la Segunda Guerra Mundial. Otros momentos estelares fueron también de gran envergadura: la crisis del petróleo, el desmoronamiento de los regímenes comunistas que desencadenó como respuesta la ampliación hacia el Centro y el Este y, por supuesto, la que desde 2008 ha devastado las economías de buena parte de los países miembros y, con ellas, su estabilidad política.

Las que desafían ahora a la UE, de dimensiones comparables, se han presentado de forma simultánea. La crisis de deuda y la anémica recuperación siguen siendo problemas irresueltos. Además, la complejidad del diseño institucional de la UE y de su proceso de toma de decisiones, en contraste con las aceleraciones de los problemas, ha hecho que pierda, para muchos de sus ciudadanos, una legitimidad democrática imprescindible para que se reconozca su autoridad. A ello debe añadirse la posibilidad de que Gran Bretaña, en un gesto de nacionalismo caprichoso, abandone la UE.  En otro plano, que atañe a los últimos fundamentos del proyecto europeo, hay que considerar la desconcertante reacción que el Consejo Europeo ha tenido ante la llegada a la UE de los refugiados que huyen de la barbarie de Siria y otros países de Oriente Medio. Son seres humanos que huyen de la violencia, del caos, de la imposibilidad de llevar vidas libres y prósperas y que ven Europa como un lugar seguro.

Debemos descartar la ingenuidad de creer que el problema de los refugiados tiene fácil solución o que desaparecería al conjuro de buenas palabras y apelaciones a la moral. Dos millones de refugiados, incluso frente a los 500 millones de ciudadanos de la UE, plantean un problema político a los gobiernos nacionales. Sobre todo si se estableciera una competencia en la que se premiara por las opiniones públicas nacionales a los gobiernos que los rechazaran con mayor contundencia.

Reconocidas las dificultades, al Consejo Europeo, a la Comisión, al Europarlamento y a los gobiernos de los países miembros les corresponde la búsqueda de una solución acorde a los principios de la UE y la reimplantación de un sistema Schengen totalmente operativo, que está intentando la Comisión. Los acuerdos con Turquía, equivalentes a confiar a un tercero poco fiable la defensa de nuestra frontera exterior y que la ONU considera de dudosa legalidad; el trato injusto dado a Grecia, a quien deteriora recibir en primera línea el flujo de desesperados; así como el  abierto desacato de algunos países del Este, desentendidos de los principios básicos de humanidad, abren una senda de deserción de nuestras señas de identidad  y suponen un triunfo de quienes representan lo contrario que el proyecto europeo: Erdogán, Putin, Orbán y demás encarnaciones del nacionalismo, la xenofobia y el autoritarismo. La UE debe exportar prosperidad y libertad o, como sucede ahora, importará miseria y opresión.