19/3/2024
Opinión

Homenaje debido

Editorial - 11/12/2015 - Número 13
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Las revueltas que acabaron con la dictadura de Ben Alí en Túnez, hace ahora cinco años, desencadenaron uno de los procesos políticos más amplios, y más inesperados, de la reciente historia mundial. Además de Ben Alí, en el plazo de pocos meses fueron depuestos Mubarak en Egipto y Gadafi en Libia, y tiranías como Siria o Yemen siguieron en pie al precio de una devastadora guerra civil o de una despiadada represión. Hablar del fracaso de las primaveras árabes, según se ha venido haciendo desde que las reformas democráticas se enfrentaron a los primeros problemas, ha sido una forma de acusar a los ciudadanos árabes de abrazar una causa política inviable. Las exigencias de libertad por las que se jugaron la vida, y muchos la perdieron, siguen vigentes, y hablar de su fracaso es adoptar sobre los hechos de entonces una perspectiva que no comprometa a las principales potencias democráticas.

La primavera árabe no fracasó, sino que fue brutalmente reprimida, primero por los tiranos y después por los tiranos y los yihadistas. Y el hecho de que las principales potencias democráticas oculten esta incómoda evidencia solo obedece a que no desean realizar un examen de conciencia sobre lo que hicieron y no hicieron para ayudar a quienes reivindicaban para sí mismos un sistema político idéntico al que los europeos o los estadounidenses quieren para ellos. Antes de padecer la guerra que los expulsa como refugiados obligados a vagar junto a fronteras cerradas, los sirios se manifestaron pacíficamente contra Al Asad durante un año, padeciendo miles de muertos sin responder con violencia a la violencia y dando muestras de un coraje cívico a cuyo socorro no acudió nadie y que tampoco ahora nadie parece dispuesto a reconocerles. En lugar de ello, puede que Al Asad sea rehabilitado internacionalmente porque así conviene en la lucha contra Estado Islámico, como ya lo ha sido el general Al Sisi, cuyo principal mérito es haber derrocado al único gobierno elegido en las urnas que ha tenido Egipto.

Cinco años después de que los demócratas árabes se levantaran contra sus tiranos no se les ha rendido homenaje alguno y se les ha puesto bajo sospecha solo por vivir en países donde la religión mayoritaria es el islam. Ellos no se levantaron como fieles de ningún credo sino como ciudadanos comprometidos con la democracia, confiando en que las principales potencias se solidarizarían con su causa.