28/3/2024
Pero ¿qué broma es esta?

La doma del cabestro

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Era el domingo 15 de mayo, fiesta de san Isidro, patrono de la Villa, con su pradera, su misa, sus chulapas, sus majos, sus chisperos, sus rosquillas, su chotis, su corrida de toros de todo postín, como el agasajo de Chicote con la crema de la intelectualidad. Se lidiaban reses de Juan Pedro Domecq en la plaza de Las Ventas y en los carteles figuraban Alejandro Talavante, Roca Rey y Posadas Maravillas, que confirmaba la alternativa. Como tantas tardes, nada que ver. Salvo excepciones como las de los días  6 y 7 en Jerez —con la maravilla de José Tomás y el acierto de López Simón—, pasan las ferias sin que se produzca el encuentro de la furia y la lentitud, de la bravura y el temple, de la velocidad y el desmayo y surja el ángel, la gracia bajo presión.

La tarde de san Isidro solo Florito, el mayoral, dio espectáculo. Tres toros fueron echados al corral. Florito ha hecho de la doma del cabestro un arte depurado hasta el extremo de que dirige a sus pupilos sin dejarse ver, sin salir del callejón. Le obedecen a la voz y al ademán que hace empuñando la vara de fresno en la derecha con la autoridad de un director de orquesta. Salen los cabestros en perfecto orden, hacen la envolvente del bravo e inician la marcha hacia toriles, cuidando de mantener la proximidad con la res que han de llevar a los corrales. Si el bravo se detiene, los cabestros también, e incluso alguno de la manada se desmarca para colocarse detrás y evitar que el repudiado se descuelgue. Entonces, Florito los activa y sin perder la formación entran al trote por la puerta que ha dispuesto el torilero. La plaza aplaude rendida al buen hacer y siguen la fiesta o el sopor.

Parece sencillo, pero subyace un pundonor profesional de horas y días hasta lograr una obediencia disciplinada, solo comparable a la impuesta en el circo por quienes ejercen su dominio educado sobre las fieras. Fieras adiestradas para disfrute del público de grandes y pequeños, al contrario de lo que sucede en la tauromaquia, donde la res que se lidia sale a la plaza sin adiestramiento previo para la embestida o para la deserción. Siempre reservando la sorpresa imprevisible, propia de su naturaleza. Con la campaña electoral en ciernes, la doma del cabestro y la figura de Florito merecerían atención esclarecedora. Vale.