13/10/2024
Literatura

La ley de la selva urbana

Tres libros se acercan a los conflictos raciales desde perspectivas complementarias para ofrecer una visión de un problema aún por resolver

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La ley de la selva urbana
Malcolm X, 1962. Eve Arnold / Magnum / Contacto
Antes de abrazar el islam y erigirse en líder mesiánico de la comunidad afroamericana en dura competencia con Martin Luther King, Malcolm X (Omaha, 1925 - Nueva York, 1965) fue delincuente y presidiario. Tras superar una infancia sin padre, con siete hermanos y una madre a la que la viudez y la pobreza le hicieron perder la cordura, tuvo la oportunidad de seguir el camino de la integración y hacerse carpintero, como le aconsejó un maestro blanco, pero él no quería acabar convertido en un “tío Sam”, en un “negro de corral”, y prefirió largarse de Michigan y recorrer su propio camino, sin importarle lo duro y peligroso que pudiera ser, según cuenta en su autobiografía.

No tenía ninguna compasión por una sociedad que, como había podido comprobar muy pronto, primero aplasta a los hombres y luego los castiga por no haber sido capaces de soportar la prueba. Por eso, y porque le gustaban los problemas, Malcolm X eligió vivir en los márgenes.

Malcolm X era un niño cuando aprendió su primera lección de juego: el que gana siempre es un tramposo

Harlem, en el norte de Manhattan, era la selva del gueto donde aprendió que “la delincuencia no existe sino en la medida en que la ley colabora con ella”, y que “en toda institución social, política y económica, el delincuente, el agente de la ley y el político son compañeros inseparables”. Allí Malcolm X era Detroit Red y fue camarero, traficante de poca monta, “guía” de prostitutas, estafador, ladrón y atracador. Aprovisionó de marihuana a los músicos que inventaron el soul y reinventaron el jazz y condujo a los blancos que detentaban el poder de la ciudad y del imperio a lugares en los que sus deseos menos confesables se hacían realidad.

Malcolm X desconfiaba por instinto de los blancos, pertenecieran a la clase social que pertenecieran, y no se puede decir que le faltaran motivos para ello. También desconfiaba de las mujeres en general, fueran de uno u otro color. En su propia mujer decía confiar no más de un 75%, que para él era un porcentaje altísimo. Presumía de que las putas de Harlem le habían enseñado que muchos hombres tendrían que saber lo que sabe cualquier chulo, es decir, que el hombre ha de mimar a la mujer, pero después debe mostrarse duro con ella.

En Harlem, donde casi todos se veían obligados a practicar alguna forma de delito para sobrevivir y necesitaban colocarse para olvidarlo, Malcolm X conoció a unos cuantos chulos. El más peculiar de todos se llamaba Cadillac Drake. Ostentaba una calva brillante y una barriga gigantesca a la que llamaba “el patio de juegos de las patatas fritas”. Cadillac, según Malcolm X, tenía alrededor de una docena de mujeres de la calle, blancas y negras, las más flacas y escuálidas de todo Harlem. Los que tenían confianza con él le hacían bromas al respecto: “¡Pero cómo van a mantenerte esas mujeres si con lo delgadas que están ni ellas mismas pueden alimentarse!”. A lo que Cadillac, desencajándose de risa, replicaba: “Las feas trabajan mejor”.

Totalmente opuesto al propietario del campo de juegos para las patatas fritas era Sammy The Pimp, un proxeneta joven, guapo y de modales suaves que actuaba por cuenta propia y a quien le bastaba con ver la expresión del rostro de una mujer durante el baile para saber si tenía madera de prostituta. Igual que Cadillac, Sammy trabajaba con blancas y negras, pero las suyas eran tan hermosas como las que más. Malcolm X sopesó la idea de dedicarse al proxenetismo, pero la descartó porque era consciente de que carecía de las habilidades necesarias para conseguir mujeres. Sammy fue uno de los mejores amigos de Malcolm X en Harlem. Le dijo dónde debía llevar la pistola para que no la descubrieran los policías y le inició en el consumo de cocaína.

Memorias de un chulo

Iceberg Slim (Chicago, 1918 - Culver City, 1992) no ejerció el proxenetismo en Nueva York sino en Chicago. La novela pulp de su vida, Pimp. Memorias de un chulo (publicada en 1967, tres años después de la autobiografía de Malcolm X), es un relato sórdido y violento. Irvine Welsh lo sitúa a la altura de dos de los grandes escritores malditos del siglo XX. Dice el autor de Trainspotting: “Iceberg Slim hizo por el chulo lo que Jean Genet hizo por el homosexual y el ladrón y William Burroughs por el yonqui: articular los pensamientos y sentimientos de alguien que ha estado allí. La gran diferencia es que ellos eran blancos”.

En las sociedades posindustriales, la turba clásica se ha reactivado. Hemos vuelto a la selva

La supremacía sexual de los negros sobre los blancos explicaría, según uno de los personajes de Slim, la función de los guetos: “El hombre blanco ha ido como un mulo detrás de las pavas negras desde la primera vez que olió un coño negro. Las putas negras se engañan cuando se dicen que la única razón por la que el hombre blanco les sigue el rastro es porque las pavas blancas no tienen lo que hace falta para darles placer. Yo sé que tienen otras razones secretas y asquerosas. Las blancas ni siquiera se han pispado de por qué el hombre blanco encierra a todos los negros dentro de empalizadas fuertes. A él le encantaría que las negracas no estuvieran encerradas allí. Pero el hombre blanco está cagado de miedo. No quiere que los machos folladores salgan al mundo blanco y se restrieguen la panza contra esos vientres suaves de las blancas. Ese es el motivo real para tener a todos los negracos encerrados”. Slim, por la sucia boca de su personaje, continúa diciendo que los blancos “son como una puta que necesita y le gusta que la castiguen” y que su felicidad está en su sufrimiento.

Entre el saqueo y la protesta

Volviendo al Harlem de los años 40, con Estados Unidos desangrándose en la Segunda Guerra Mundial, aquello era un polvorín que podía estallar en cualquier momento y la chispa saltó un día en el que corrieron rumores de que unos policías blancos habían disparado a un soldado negro. Malcolm X recordaba que iba por la avenida St. Nicholas cuando vio una multitud de negros que corrían hacia la calle 125. Algunos llevaban muchos paquetes. Un amigo le contó que los negros rompían los cristales de los almacenes y se apoderaban de todo lo que podían llevarse. Uno de los pocos negocios que se salvaron del saqueo fue un restaurante chino en el que su dueño colgó un letrero que decía: “Mí también de color”. Tras aquella revuelta, las cosas se pusieron muy difíciles para los que vivían del Harlem nocturno y sacaban sus recursos de los blancos.

En su estudio sobre las formas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX, Rebeldes primitivos, el historiador marxista Eric Hobsbawm (Alejandría, 1917 - Londres, 2012) analiza la turba urbana clásica y dice que “se componía del desheredado común de la ciudad y no solamente de la hez. Y no pocas veces se unían a la muchedumbre o cooperaban con ella las secciones respetables de la ciudad, como eran las corporaciones artesanas”. Hobsbawm subraya que en las ciudades preindustriales los dirigentes y los “pobres parasitarios”, como él los llama, vivían en una suerte de simbiosis, pues los barrios pobres y los mercados callejeros estaban contiguos a los palacios. La ciudad, dice, era un conjunto cultural. También dice Hobsbawm que los tumultos no iban dirigidos contra el sistema social, ya que “el populacho quedaba satisfecho con la eficacia con que este mecanismo de tira y afloja facilitaba la expresión de sus propias exigencias políticas, sin requerir otras más complejas, ya que tales demandas no iban mucho más allá de una mera subsistencia, alguna diversión y una poca gloria reflejada”.

Hobsbawm concluye su análisis diciendo que la turba clásica ha declinado debido a que “la industrialización ha sustituido el menu peuple por la clase trabajadora industrial, cuyo ser mismo es organización y solidaridad duradera, al igual que la esencia de la muchedumbre clásica es la asonada intermitente y breve”.

¿Pero realmente ha declinado la turba clásica? ¿Y los disturbios de Los Ángeles en 1992? ¿Y los de Francia en 2005? ¿Y los de Grecia en 2008? ¿Y los de Londres en 2011? ¿Y los de Baltimore el año pasado? La estratificación social y la configuración urbana han sufrido un notable desbarajuste desde que Hobsbawm publicó su estudio en 1959. Pretender interpretar este mundo mutante a la luz del marxismo es una ingenuidad. En nuestras sociedades posindustriales, la turba clásica se ha reactivado. Hemos vuelto a la selva.
 

Los Ángeles, 1992

La película de Spike Lee sobre la vida de Malcolm X arranca con una escena de la paliza que recibió el taxista negro Rodney King a manos de cuatro policías blancos de Los Ángeles, escena yuxtapuesta a una bandera norteamericana en llamas, en la que el fuego forma la letra X.

El detonante de los disturbios de Los Ángeles de 1992 fue el juicio en el que un jurado mayoritariamente blanco absolvió a los policías que apalearon a Rodney King, al que habían detenido por conducir borracho y a gran velocidad. Las imágenes del apaleamiento, grabadas por un videoaficionado, no constituyeron una prueba concluyente.

Seis días combina con eficacia técnicas periodísticas y novelísticas y mezcla hechos con ficción

La ciudad californiana ardió durante seis días. Así, Seis días ha titulado Ryan Gattis (Illinois, 1978) su novela sobre aquel torbellino de furia y de rapacería. El escritor ha articulado literariamente el caos en el que quedó sumida la segunda ciudad más poblada de Estados Unidos. Seis días combina con eficacia técnicas periodísticas y novelísticas y mezcla con acierto hechos reales y personajes y situaciones ficticias. Mediante una polifonía de voces, todas singulares a la vez que representativas de los diversos estratos sociales envueltos en los altercados, Gattis muestra la lucha de clases, la lucha de razas y, sobre todo, la lucha por la supervivencia en la gran selva urbana cuando el orden y la ley saltan por los aires. 

Malcolm X decía que los jóvenes que abandonan la escuela y se dedican a la delincuencia para sobrevivir, como hizo él, caen más y más hondo en la vida delictiva porque no pueden darse un respiro y juzgar las vidas que llevan y hacia dónde se dirigen. Sus experiencias y sus inconscientes les dicen que, igual que ocurre en la selva, en el momento en que bajen la guardia las demás fieras hambrientas e insaciables aparecerán para hacer de ellos sus presas.

Con su novela Gattis hace ver lo fácil que es que se incendie una ciudad y lo complicado que resulta apagarla. Cuando las calles arden y el fuego se propaga de barrio en barrio, la pirámide social comienza a echar humo y nadie, por muy alto que sea el lugar que ocupe en la pirámide, está fuera de peligro.  

 La banda sonora de los disturbios de Los Ángeles está compuesta por raperos como Ice Cube y Dr. Dre y bandas de rock como Porno for Pyros, Rage Against The Machine y Bad Religion. Al comparar sus canciones con las baladas callejeras tradicionales, se comprueba que las letras, escritas con la misma rabia, con la desesperación de los que siempre pierden, son muy parecidas. Solo han cambiado los ritmos.

Malcolm X era un niño cuando otro niño mayor que él le engañó y, con los bolsillos limpios y el estómago vacío, aprendió su primera lección de juego: el que gana es siempre un tramposo. Perdida la inocencia, durante el resto de su vida nunca tuvo dudas de que unos son los que se quedan con las cartas buenas y otros los que reciben, invariablemente, las malas. Malcolm X tampoco tuvo dudas de que tendría una muerte violenta. Jamás bajó la guardia, pero vivía en la selva, rodeado de fieras y de cazadores.

Malcolm X. Autobiografía contada por Alex Haley
Malcolm X. Autobiografía contada por Alex Haley
Alex Haley
Traducción de César Guidini y Gemma Moral  Capitán Swing, Madrid, 2015, 528 págs.
 
Pimp. Memorias de un chulo
Pimp. Memorias de un chulo
Iceberg Slim
Traducción de Enrique Maldonado Roldán
Capitán Swing Madrid, 2016,
360 págs.
Seis días
Seis días
Ryan Gattis
Traducción de Javier Calvo
Seix Barral, Barcelona, 2016,
496 págs.