28/3/2024
Política

Los acuerdos de Madrid: aquel engaño masivo

Se cumplen 40 años desde que España dejó el Sáhara Occidental en manos de Marruecos y Mauritania en la página más negra de la política exterior franquista

Francisco Villar - 13/11/2015 - Número 9
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Los acuerdos de Madrid: aquel engaño masivo
Los manifestantes marroquíes de la Marcha Verde cruzan la frontera. Hasán II proporcionó transporte, alimento y refugio a los paABBAS / Magnum
El 14 de noviembre de 1975 se cumplen 40 años de la firma en Madrid del acuerdo por el que el último gobierno franquista decidió la entrega del Sáhara Occidental a Marruecos y a Mauritania, una de las páginas más negras de la política exterior de un régimen agonizante, como el dictador que lo encarnaba. Con la firma del acuerdo tripartito, España no solo dejaba de cumplir su papel histórico de facilitar la autodeterminación de un territorio no autónomo bajo su administración, culminación lógica de cualquier labor colonizadora, sino que aviesamente ponía a un pequeño pueblo —el “noble pueblo saharaui”, así calificado por las más altas instancias del régimen— en manos de unos países vecinos decididos a anular su identidad y a anexionarse el territorio por la fuerza.

Los acuerdos de Madrid constaban de una declaración de principios tripartita que serviría para instrumentar la entrega del territorio a Marruecos y a Mauritania, y de unos acuerdos-marco en materia de pesca y de cooperación económico-industrial. Estos últimos constituían en teoría la contrapartida por la entrega del territorio, pero se convertirían en puro papel mojado por falta de desarrollo. 

El futuro acuerdo pesquero suscrito con Marruecos, que este además no ratificó, poco tenía que ver con lo acordado en Madrid y era, en todo caso, más desfavorable para los intereses españoles. En cuanto a la venta a la marroquí Office Chérifien des Phosphates de la mayor parte del capital de Fosbucraa S.A., la empresa del INI que había comenzado a explotar los fosfatos del Sáhara, tan solo supuso, al reservarse una parte del capital, la participación del INI en las pérdidas de la empresa, cuyas actividades quedaron paralizadas por la guerra desencadenada por la ocupación del territorio.

El principal pretexto del giro de 180 grados dado por el último gobierno franquista presidido por Arias Navarro a su política sobre el Sáhara —hasta entonces basada en la autodeterminación, tal como prescribían las resoluciones de Naciones Unidas— y respecto a la resistencia a la reivindicación marroquí fue el de la Marcha Verde. Los políticos franquistas más implicados en los acuerdos de Madrid (el propio Arias Navarro y los ministros Antonio Carro Martínez y José Solís Ruiz) y sus medios afines dijeron que la Marcha Verde constituyó una total sorpresa y que, ante la amenaza militar y con un Franco agonizante, no había otra opción que la entrega del Sáhara a Marruecos. Sobre esta doble falacia (amenaza militar y falta de alternativa) se construyó uno de los mitos en torno a los acuerdos de Madrid que no ha dejado de tener eco en nuestro país.

El régimen vendió la Marcha Verde como una total sorpresa sin otra opción que la entrega del territorio

No es cierto que la Marcha Verde constituyera una total sorpresa para las autoridades españolas. El rey Hasán II la anunció el 16 de octubre de 1975, tras conocerse el informe de la misión de visita enviada por las Naciones Unidas al territorio en el mes de mayo, primero, y el dictamen del Tribunal Internacional de Justicia, unas horas antes del anuncio, contrarios ambos a las pretensiones marroquíes. Pero hacía al menos dos meses que se venía preparando en previsión de unas conclusiones desfavorables de informe y dictamen, aunque se desconociera su configuración exacta. Y esto Madrid lo sabía.

Doble juego  

A partir del anuncio de la Marcha Verde, el gobierno de Arias Navarro comenzó a realizar un cínico doble juego. Mientras el 18 de octubre se ordenaba a la delegación española en la ONU que solicitara la convocatoria urgente del Consejo de Seguridad a fin de denunciar la ocupación, el día 21 el Consejo de Ministros decidió enviar a Marruecos a Solís Ruiz, partidario de la entrega del Sáhara al país magrebí, para solicitar el inicio de negociaciones. El entonces secretario general del Movimiento viajó en lugar del ministro de Exteriores, Pedro Cortina, contrario al cambio de política. Y esto tenía lugar un día antes de que el Consejo de Seguridad adoptara su primera resolución sobre la cuestión. Entretanto desde Madrid se dejaba que las delegaciones en Nueva York, incluida la española, creyeran que Solís había ido a negociar la cancelación de la Marcha Verde, y no la entrega del territorio.
Lo que había ocurrido es que Arias Navarro, Carro y compañía habían cedido a la presión de un lobby promarroquí bien implantado en algunos medios económico-financieros, militares y mediáticos de la España franquista. El 7 de noviembre, el ministro de la Presidencia, Carro, salía para Marruecos con la propuesta de entrega de la administración del territorio (en lugar  de la soberanía, única concesión al derrotado y aislado Cortina).

En una manifestación más del doble juego, y siguiendo las instrucciones del gobierno, la delegación española había conseguido la víspera que el Consejo de Seguridad exigiera la cancelación de la Marcha Verde y que el secretario general de Naciones Unidas, Kurt Waldheim, enviara el día 11 a todas las partes involucradas en el conflicto su plan definitivo de entrega de la administración del territorio a la ONU, que luego se encargaría de supervisar la celebración de un referéndum de autodeterminación. El doble juego concluía, sin embargo, tres días después, cuando tras unas breves negociaciones se anunciaba la firma en Madrid del acuerdo tripartito de entrega del territorio, en medio del estupor de las delegaciones y del propio Waldheim en Nueva York ante unos hechos consumados pocos días antes de que la Asamblea General de la ONU debiera pronunciarse sobre el fondo de la cuestión. De esta forma, pese al informe de la misión de la ONU, al dictamen del Tribunal Internacional de Justicia y a los requerimientos del Consejo de Seguridad, Rabat obtenía plena satisfacción de sus reivindicaciones con la entrega del Sáhara por parte del último gobierno de Franco. 

En diciembre de 1975, un Hasán II eufórico por el triunfo revelaba en una rueda de prensa —ignorada en España— varias claves de su Marcha Verde que echaban por tierra los mitos alimentados por los políticos franquistas. “¿Qué podíamos hacer al comprobar que el Sáhara se nos escapaba de las manos? ¿Hacer la guerra a España? Impensable porque España es más fuerte que Marruecos y porque no se hubiera decidido nada sobre el terreno. Habrían llegado los cascos azules, los unos y los otros habríamos regresado a nuestras posiciones iniciales y hubiera continuado el camino hacia el referéndum. Finalmente, habríamos abierto un foso criminal entre la nación española y la marroquí, y esto había que evitarlo a cualquier precio”, declaró el monarca marroquí.

No escucharon a los saharauis  

El hecho es que la Marcha Verde sirvió de pretexto y de cortina de humo para el giro de la política española y la conclusión de los acuerdos de Madrid. Unos acuerdos por los que Marruecos obtuvo la entrega del Sáhara con la participación de Mauritania que, exhausta por el conflicto con el Frente Polisario, se retiró en 1979 de la parte meridional del territorio que le había cedido Marruecos —con la exclusión de Argelia, parte interesada en la descolonización del territorio— fuera del marco de Naciones Unidas y al margen del plan Waldheim. Y lo más grave, sin tener en cuenta la voluntad del pueblo saharaui. Por difícil que fuera aquella coyuntura, había una fórmula válida y legal que hubiera salvaguardado el derecho inalienable del pueblo saharaui a la autodeterminación. Ya que España había abdicado de sus responsabilidades, podía haber traspasado la administración a la ONU para organizar y supervisar el referéndum (el plan Waldheim).

Con los acuerdos de Madrid se puso en marcha una efímera administración tripartita, se posibilitó la ocupación del Sáhara por los ejércitos marroquí y mauritano y el primero entró en El Aaiún, la capital, el 11 de diciembre. Con el embarque de las últimas tropas españolas en Villa Cisneros (Dajla) el 12 de enero de 1976, y con la retirada de los últimos oficiales y administradores el 26 de febrero, se consumó la entrega.

Sin embargo, lo que ni unos ni otros habían previsto fue la resistencia encarnizada de un gran sector del pueblo saharaui —movilizado y encuadrado en el Frente Polisario— ni la fuerte reacción de Argel, no exento de responsabilidad en el camino que condujo a los acuerdos de Madrid por su política maquiavélica y oportunista y por su temor a aparecer en connivencia con la colonialista España.

El hecho es que la consecuencia inmediata de los acuerdos fue la ruptura del dique de contención del conjunto de tensiones intermagrebíes acumuladas durante muchos años, el desencadenamiento de un cruento conflicto fratricida en el que se vieron envueltos saharauis, marroquíes, mauritanos y argelinos, el éxodo masivo de saharauis a los campamentos de refugiados de Tinduf, la detracción de recursos necesarios para el desarrollo económico y social de esos pueblos, el bloqueo del proyecto de integración regional y la desestabilización, en suma, de toda la región. En 1991 cesó la lucha armada, pero 40 años después de los acuerdos de Madrid el conflicto del Sáhara Occidental sigue sin solución.