26/4/2024
Opinión

Los españoles mal dormidos

La ciencia comprende cada vez mejor la importancia del sueño, capital para el desempeño intelectual y físico y con fuertes implicaciones en la salud pública

Los españoles mal dormidos
Diego Mir
El sueño ha recibido relativamente poca atención hasta la segunda mitad del siglo pasado. En buena medida, porque se consideraba un estado improductivo. Esto tenía su correlato científico en la vieja concepción del sueño como un estado pasivo, una simple falta de vigilia.

El desarrollo de la ciencia y de la medicina del sueño, sobre todo desde los años 50, gracias al uso de técnicas adecuadas, ha permitido refutar esa visión y sustituirla por otra que concibe el sueño como un estado activo con sus propios mecanismos reguladores, que interactúan con los de la vigilia. Además, se sabe que durante aquel tienen lugar cambios fisiológicos que son determinantes en el mantenimiento del equilibrio u homeostasis. Esto implica la restauración del organismo del desgaste que tiene lugar durante la vigilia. No obstante, lo que más específicamente se beneficia de un buen sueño es la función cerebral, ya que el resto del organismo puede restaurarse, en buena medida, con el reposo diurno y la vigilia relajada.
La restauración cerebral que tiene lugar durante el sueño es crucial para los procesos cognitivos y emocionales. Así, la zona prefrontal, que es el sustrato de lo que se conocen como funciones ejecutivas, se desactiva para recuperarse. Otro tanto ocurre con una estructura que es clave en la respuesta emocional, conocida como amígdala, que, como se ha demostrado recientemente, se desactiva de forma progresiva a lo largo del sueño.
 
Otra función cerebral crucial del sueño es la que lo relaciona con la consolidación del aprendizaje y la memoria.

El sueño es, pues, imprescindible para un buen funcionamiento biológico, psíquico y comportamental durante la vigilia. Esto supone, entre otros aspectos, empezar el día con un humor adecuado, un estado de alerta óptimo y una buena capacidad para analizar la información, hacer juicios y tomar decisiones.

El sueño puede dejar de cumplir su función básicamente por tres causas: que sea insuficiente, que esté desplazado dentro de las 24 horas o que esté alterado. Esta distinción es fundamental, pues cada supuesto de los mencionados responde a distintos mecanismos.

Cuando el sueño es insuficiente de forma persistente, lo que se conoce como privación crónica de sueño, se acompaña de manifestaciones  que afectan a las funciones biológicas, psíquicas y comportamentales y se convierte en fuente de estrés por sí mismo. La secuela más obvia del sueño insuficiente es la somnolencia. Esta se acompaña de síntomas que implican a las funciones cognitivas (déficits de atención y de memoria entre otros), emocionales (mal humor, irritabilidad, ansiedad) y comportamentales (aumento de las conductas impulsivas). La somnolencia da lugar a la comisión de errores que ponen al que la padece y a los demás en riesgo. Otro tipo de consecuencias potenciales del sueño insuficiente por su importancia en la salud pública son las metabólicas. Hay bastante evidencia que demuestra que la falta de sueño contribuye a la epidemia de la obesidad y diabetes del adulto en las sociedades occidentales.

Los poderes públicos deben prestar más atención a un problema que trasciende el ámbito clínico


Los grupos humanos más expuestos a padecer un sueño insuficiente son los adolescentes, las personas expuestas a situaciones crónicas de estrés y las que trabajan en turnos cambiantes. Estos son entre el 15% y el 20% de los trabajadores, y muchos de ellos pertenecen a sectores estratégicos de la sociedad tales como la sanidad, ciertos sectores industriales y la policía, por mencionar algunos.

El ser humano está programado para dormir de noche y estar despierto de día, lo que se expresa por un ritmo de unas 24 horas de periodo circadiano (circadiano, de circa: aproximadamente, y dies: día) que se sincroniza con el ambiente gracias a la luz entre otros. Cuando se produce una desincronización (en lo que se conoce como jet lag) el sueño y la vigilia se desplazan, lo que da lugar a la privación de sueño y a la falta de adecuación de la persona a los requerimientos del entorno. Cuando se da de forma persistente puede tener consecuencias serias para la salud. 
Uno de los factores que más contribuye a alterar el sueño es lo que se conoce como estrés. De hecho hay un antagonismo entre el sistema biológico de respuesta al estrés y los mecanismos reguladores del sueño. Es lógico pensar que no se puede estar dormido y alerta a la vez. Ya mencionamos que el sueño contribuye de manera decisiva al mantenimiento del equilibrio de la persona en todos los ámbitos y recíprocamente se puede afirmar que lo que altera el equilibrio puede alterar el sueño, a veces en forma de verdaderos trastornos del mismo como el insomnio.

Los trastornos del sueño, o que afectan al sueño, se dividen en las llamadas disomnias (el insomnio y los trastornos de excesivo sueño), las parasomnias o manifestaciones episódicas que ocurren cuando dormimos (el terror nocturno, el sonambulismo y las pesadillas son ejemplos) y los trastornos del ritmo sueño-vigila que implican un desplazamiento del horario de sueño dentro de las 24 horas (adelantado o retrasado, entre otros). La prevalencia de los trastornos de sueño es muy elevada — alrededor del 30% — y afecta a todas las edades.

El insomnio, que más que un trastorno de sueño es un trastorno de excesiva vigilia, es el más prevalente de todos ellos. El crónico, que es el que motiva más consultas, se da aproximadamente en el 10% de la población. Se da más en la mujer, aumenta con la edad y se asocia con peor salud, física y mental.  El trastorno de excesiva somnolencia más común, el llamado síndrome de apnea del sueño, que aparece en el 5% de la población aproximadamente, consiste en paradas respiratorias reiteradas durante el sueño y, además de la somnolencia diurna, cursa con un sueño de mala calidad y enfermedades cardiovasculares y neuropsiquiátricas, entre otras. Se observa en personas con sobrepeso, de sexo masculino, mientras que en la mujer aumenta a partir de la menopausia. Otros trastornos de excesiva somnolencia son mucho menos prevalentes, como la narcolepsia con cataplejia (entre  el 0,03% y el 0,16% de la población), pero tienen un enorme interés porque permiten profundizar en los mecanismos del sueño, en la genética y en la psicopatología.

Los trastornos del ritmo circadiano de sueño-vigilia tales como el síndrome de los trabajadores a turnos (cuya prevalencia no se conoce bien, pero se estima entre un 5% y un 10% de los trabajadores nocturnos), que afecta a distintos ámbitos de la salud, empezando por el sueño y la alerta, pueden tener un origen externo. En otros casos, como el de muchas personas ciegas, tiene su origen en la falta de efecto de la luz (el principal sincronizador ambiental) sobre el reloj biológico que regula los ritmos. En otro tipo de trastornos el ritmo de sueño puede estar retrasado o adelantado por causas intrínsecas. El caso del retraso, que no llega a una prevalencia del 1%, se da más en adolescentes y jóvenes. En estos el retraso del horario con frecuencia es voluntario, pero puede llegar a constituir un problema clínico.

La panorámica que ofrece este breve resumen de la importancia del sueño y sus trastornos es la de un área de la patología humana con fuertes implicaciones de salud pública. Esto hace que haya que prestar mucha más atención a la educación sanitaria de la población desde la escuela, y que sea necesario para ello que los médicos (hasta ahora formados como médicos de día) reciban una formación adecuada que incluya la visión de la medicina desde la perspectiva del sueño.

Por su parte, los poderes públicos deben prestar más atención a un problema que trasciende el ámbito clínico por sus grandes repercusiones sanitarias, económicas y sociales.