El primer día de competición de los Juegos Olímpicos de 1976, que se celebraron en Montreal, los jueces adjudicaron por primera vez, al menos desde que los marcadores dependían de un ordenador, un 10. Uno de los jueces le aclaró la puntuación abriendo las dos manos a la gimnasta del dorsal 73 del equipo de Rumanía que había hecho un ejercicio perfecto en las barras asimétricas: Nadia Comaneci. El ingeniero del marcador intentó disculparse: “El Comité Olímpico nos aseguró que el diez no existía en gimnasia”; solo un rato después se emitirá el veredicto: “La base de datos se ha bloqueado debido a que se han registrado puntuaciones inusualmente elevadas. La niña ha hecho saltar el ordenador por los aires”. Nadia Comaneci, “morfológicamente superior. Más elástica”, acababa de entrar en la historia. En
La pequeña comunista que no sonreía nunca, Lola Lafon (1975) noveliza la historia de Comaneci, que fue símbolo de un país, de un sistema y de una dictadura; cuenta la relación con su entrenador, el obsesivo, exigente hasta el maltrato Béla Károlyi; habla de la ausencia de complicidad con sus compañeras de equipo —se preparaban para ganar, no había lugar para nada más—; picotea poco en las relaciones familiares y usa la figura de Nadia para contar el régimen de Ceaucescu, que se prolongó desde 1967 hasta la ejecución del sátrapa y su mujer en 1989.
El régimen se aprovechó de los triunfos deportivos de Nadia para mostrarlos al mundo como victorias del sistema
La escritora, criada en Sofía, Bucarest y París, maneja muchas fuentes de documentación —las referencias aparecen citadas al final del libro—, entre ellas, las memorias de la propia Comaneci y las de Károlyi, “además de los numerosísimos artículos, reportajes y documentales, dedicados a los años Comaneci”. A golpe de capítulos breves, con títulos ingeniosos y con diferentes registros y tonos (hay diálogos, testimonios, reconstrucciones de las actuaciones de Comaneci o un capítulo dedicado a la descripción de algunas fotos de la gimnasta) va componiendo esta novela, que, como las cebollas, tiene muchas capas. El libro se abre con una advertencia: “No pretende ser una reconstrucción histórica de la vida de Nadia Comaneci”; confiesa: “He decidido llenar los silencio de la historia y los de la protagonista”, y lo hace con una serie de intercambios entre la propia Lafon y la gimnasta a propósito de capítulos del libro, episodios de la vida de Nadia. Pero son “una ficción soñada, una manera de devolver la voz a esa película muda que fue la trayectoria de Nadia C. entre 1969 y 1990”.
La apuesta de Lafon es arriesgada y obtiene desiguales resultados: por un lado, cuestiona el propio libro a la vez que se está escribiendo, lo que añade complejidad a la novela, y también le sirve para desterrar los posibles prejuicios de la visión occidental. Al mismo tiempo, a veces los resultados no llegan a satisfacer las expectativas generadas por la posibilidad de esa situación imaginaria.
Uno de los innegables logros de Lafon es cómo usa a Nadia Comaneci para darles la vuelta al significado y al significante. Si el régimen se aprovechó de los triunfos deportivos de Nadia para mostrarlos al mundo como victorias del sistema y virtudes de su líder, Lafon usa esa misma trayectoria para dar cuenta de los entrenamientos interminables, el dolor, los analgésicos, las lesiones, la manipulación, el miedo, el hambre y la ausencia de libertades. Lola Lafon aprovecha también para contar las connivencias de Occidente con el régimen, al que veía como una contención frente a la URSS. El cuerpo de Nadia Comaneci —acosada por el hijo de Ceaucescu— se convierte en un asunto de Estado, comentado, radiado y retransmitido, como era asunto de Estado el cuerpo de la mujer en la Rumanía de la época: Lafon recupera el Decreto 770, que obligaba a “todas las mujeres de 18 a 40 años” a “someterse a exámenes ginecológicos mensuales en su puesto de trabajo”. En el preámbulo de dicho decreto se fija “la tasa obligatoria de niños por mujer” en cinco. La fuga de Nadia se produjo apenas dos semanas antes de la revolución que terminó con la ejecución del dictador: empezaba una nueva vida para la gimnasta y para el país que la vampirizó.