28/3/2024
Opinión

Ondas expansivas

Editorial - 11/03/2016 - Número 25
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Desde las elecciones del pasado 20 de diciembre, el centro de la vida política española ha vuelto al Congreso de los Diputados, que es donde debe residenciarse en una democracia parlamentaria. Los dos debates del primer intento de investidura generaron una enorme expectación —aunque ahondaron en la nefasta tendencia de la política española a convertir cualquier espacio en la que se desarrolla en un plató de televisión y cualquier debate en una tertulia con derivas irresponsables—, y durante los dos próximos meses, el máximo disponible que tienen los partidos para negociar un pacto antes de que se produzca la convocatoria automática de las elecciones, sus pasillos, sus salas y sus despachos seguirán siendo el escenario privilegiado de esta complicada obra que es el intento de investir un nuevo presidente del gobierno. El Congreso, además, alberga los trabajos precisos para la elaboración de las leyes y los de fiscalización de la acción del gobierno y de la Administración Pública. Y es urgente que los diputados retomen esta función cuanto antes, puesto que el Gobierno en funciones, que según como se desarrollen los acontecimientos puede llegar a estarlo hasta septiembre, debe permanecer tan controlado, o más, que un ejecutivo ordinario. La extrema debilidad política de Rajoy incrementa, si cabe, esta necesidad. Más aún cuando apoya decisiones de la Unión Europea, como la referente a la externalización del problema de los refugiados, sin molestarse siquiera en explicárselo a los grupos parlamentarios ni buscar una posición común  antes de viajar a Bruselas.

El Congreso enfrenta, en todo caso, grandes responsabilidades que corresponden en proporción semejante a los viejos y a los nuevos partidos. Todo lo que suceda en él influye en la sociedad. Lo que allí se dice genera una onda expansiva que repercute en las actitudes ciudadanas. De manera que imprecaciones o descalificaciones que en el hemiciclo apenas producen leves rasguños emocionales de inmediata recuperación pueden inducir cuando impactan sobre ciudadanos de a pie comportamientos agresivos y cargados de intolerancia. Los diputados que se insultan en el Congreso pueden después compartir amigablemente una mesa, pero mientras tanto en barrios y pueblos esas ofensas generan entre sus respectivos partidarios enfrentamientos irreconciliables. Es un error grave reincidir en esos vicios en un momento en que la sociedad parece ya suficientemente exasperada mientras los representantes políticos, más unos que otros, se increpan rehuyendo sus responsabilidades de llegar a acuerdos.