16/10/2024
Internacional

Rock en La Habana

Tras décadas de censura, el teatro de la normalización domina la vida cubana

Elaine Díaz - 27/03/2016
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Rock en La Habana
The Rolling Stones en el concierto del 25 de marzo en la Ciudad Deportiva de La Habana. Rolando Pujol/EFE
Hubo un tiempo en que los roqueros de la isla escuchaban las canciones de moda en discos de placa, prestados, con el volumen tan bajo que había que pegar la oreja a la bocina y tararear las letras sin que asomara la voz. Hubo un tiempo en que usar cualquier atributo extranjero, de países no socialistas, desde los blue jeans a la bandera americana, era considerado políticamente incorrectísimo, una desviación ideológica, un rezago capitalista que no podía permitirse el "hombre nuevo" soñado para el socialismo.

En ese tiempo, exactamente el 13 de marzo de 1963, el presidente cubano Fidel Castro diría en la escalinata de la Universidad de La Habana: “Por ahí anda un espécimen, otro subproducto que nosotros debemos de combatir. Es ese joven que tiene 16, 17, 15 años, y ni estudia, ni trabaja; entonces, andan de lumpen, en esquinas, en bares, van a algunos teatros, y se toman algunas libertades y realizan algunos libertinajes [...] Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos; algunos de ellos con una guitarrita en actitudes elvispreslianas, y [...] han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre. Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones”.

Para quienes asistieron el viernes 25 de marzo al concierto de los Rolling Stones en la Ciudad Deportiva de La Habana —y las cifras oscilan entre los 500.000 y el millón de participantes— la condena gubernamental de la homosexualidad y el rock es cosa del pasado. Un pasado reivindicado, en cierta medida, con políticas protectoras de los derechos sexuales. Y aunque la censura de algunos músicos sigue, ahora más discreta y circunscrita a lo que se divulga en los medios de comunicación masiva, ya no afecta el ámbito de lo privado.

La censura del rock en Cuba no pasa de una anécdota de sábado en la noche, de esa suerte de relatos que transcurren de generación en generación y llegan a perder credibilidad en un contexto donde la historia se reescribe constantemente para disimular errores. Pocos recuerdan que hace menos de diez años los cubanos no podían hospedarse en los hoteles, contratar líneas de celulares o salir y entrar del país sin pedir un permiso por valor de 150 CUC —aproximadamente 160 dólares—. Menos aún recuerdan que mientras Los Beatles le decían al mundo que eran unos dreamers aunque no the only ones, La Habana censuraba su música y por eso los roqueros de la isla escuchaban las canciones de moda en discos de placa manoseados, prestados, con el volumen tan bajo que había que pegar la oreja a la bocina y tararear las letras sin que asomara la voz.

En este teatro de la normalización que actualmente vive Cuba el punto cumbre ha sido, sin dudas, la visita a La Habana del presidente estadounidense Barack Obama, el segundo en pisar la isla y el primero desde el triunfo de la Revolución en enero de 1959. Mientras los precios de la comida siguen subiendo y los salarios en empleos estatales apenas permiten subsistir económicamente; los cubanos se recuperan de su propia resaca política. Una borrachera que se hace más confusa a medida que cambia de generación lo vivido. No es lo mismo Obama en Cuba para el joven de 30 años que para el anciano de más de 80 que combatió en Playa Girón, Angola, Etiopía, que participó en la zafra del ´70, momentos todos que marcaron la resistencia al "enemigo del Norte".

Los cubanos, por suerte, saben cómo lidiar con la disonancia que produce el cambio en la manera de asumir a Estados Unidos. La risa funciona como mecanismo de escape. Si antes los slogans ubicados en vallas públicas eran “Señores imperialistas, no les tenemos absolutamente ningún miedo”, hoy los muros de Facebook reescriben las frases y rezan: “Señores imperialistas, no les tenemos absolutamente ningún reproche”.

La visita de Obama, más allá de la risa, es el fin del primer acto.
Con Cuba quedan aún deudas pendientes: el embargo económico —vaciado de sentido por la propaganda nacional, pero cuyo impacto en la vida diaria de los cubanos sigue siendo demoledor— y la devolución de la Base Naval de Guantánamo —sin especial valor económico para los cubanos, pero que es una deuda de justicia histórica. Con Estados Unidos también hay deudas no saldadas –actualmente en la mesa de negociaciones—: las indemnizaciones debido a la confiscación de empresas y propiedades estadounidenses a inicios de la Revolución y los refugiados de la justicia americana que se encuentran en la isla, por citar dos ejemplos de una lista que es abrumadoramente larga en ambas partes.

Está, también, el punto de la discordia: los derechos humanos. Un asunto sobre el que Estados Unidos ha sentido siempre la necesidad histórica de sermonear a Cuba para ser fieles a su propia construcción de Estado garante de la democracia en el mundo o para saldar deudas de conciencia y favores políticos con una comunidad cubanoamericana que se han transformado durante la última década.

El segundo acto de este proceso de normalización de las relaciones entre dos países será largo, tenso, marcado por altibajos, por contradicciones, por intentos de presión y su éxito se medirá por la capacidad de tolerancia y respeto entre ambas partes. Cuba, más de cincuenta años y una Crisis de los Misiles lo prueban, no responde a presiones externas. Ni el gobierno ni la ciudadanía cubanas, tan acostumbradas a las penurias económicas y políticas, mendigan la reivindicación de derechos propios a gobiernos ajenos.

Un pueblo tiene los derechos humanos que merece, los que se gana a fuerza de arrebatárselos al poder. Le corresponderá al gobierno de Estados Unidos, en lo adelante, observar cómo el pueblo cubano es capaz de exigir derechos básicos: la libertad de prensa, la libertad de asociación y la libertad de expresión, para empezar.