Un instinto primitivo. Joan Didion y los bárbaros

Determinadas condiciones de temperatura y humedad estables son el caldo de cultivo que provoca tanto el crecimiento acelerado como apreciables mutaciones en las especies. Las características de los medios se modificaron tras la segunda guerra mundial; una época caracterizada por cierta prosperidad económica occidental donde el insaciable gremlin del cuarto poder se multiplicó hasta mutar en diversas manifestaciones inclasificables. Y en ese territorio resbaladizo entre la profesión periodística y la tradición de la novela realista, incubado en las promiscuas relaciones entre la crónica, el periodismo de investigación y los recursos propiamente literarios (como monólogos interiores, prolongados diálogos, convivencia de diferentes puntos de vista, caracterización subjetiva y emocional de los personajes, creación de escenas, detalles de ambiente) nació un híbrido mutante: la no ficción, subgénero en el que se enmarca la obra de la escritora Joan Didion (Sacramento, 1934).
El nuevo periodismo
Es así como, en 1957, se publica en Argentina un libro a medio camino entre la novela y la crónica de investigación policial. Se trata de Operación masacre, una novela de testimonios en torno a los fusilamientos clandestinos de civiles que apoyaron un levantamiento contra la Revolución libertadora que condenó a Perón al exilio. Esta reacción contra la tiranía militar fue seguida de cerca por Rodolfo Walsh, periodista y escritor de relatos policiales, quien con vital pericia narrativa utilizó los recursos de la ficción para dar a conocer estos hechos al gran público.
En la edición española de la antología El nuevo periodismo fue excluido el lúcido y premonitorio artículo de Joan Didion
Nueve años después, en 1966, Truman Capote publica su polémica A sangre fría. A diferencia de la épica peronista militante, omnipresente en Walsh, la ola de sensacionalismo que rodeó el asesinato múltiple en un lejano pueblo de Arkansas motorizó la escritura de esta novela testimonial, a la cual, por ciertas lógicas culturales hegemónicas, se ha considerado erróneamente la primera novela de no ficción. En la línea de este primer Capote, germina el estilo de Gay Talese. Descendiente de una familia italiana de humildes sastres inmigrantes, Talese recorrió toda la escala de oficios menores ligados al medio periodístico: de cronista deportivo en el instituto a modesto recadero en The New York Times, hasta llegar a convertirse en el celebrado articulista de Squire. En clave de epígono, podría ubicarse el periodismo gonzo y la figura de Hunther S. Thompson. Este cronista deportivo fue lanzado involuntariamente a la fama por el estilo maniático y subjetivo con el que hizo un reportaje fallido del Derbi de Kentucky en 1970. Además de disputar el estrellato a los cantantes de rock en los titulares de la prensa, casi ganó las elecciones para alcalde en Pitkin, Colorado, y fue un confeso amante de las armas a la vez que paradójico icono contracultural.
Del otro lado del Atlántico, nos encontramos con las inseparables vida y obra del célebre Ryszard Kapuscinski, que son el modelo a seguir de cualquier cooperante, voluntario bienpensante o aspirante a periodista con intenciones de sumergirse en el Tercer Mundo y no solo pasar unas vacaciones baratas en las vidas de los demás. Su renuncia ejemplar a los privilegios de la prensa occidental (parte de su construcción como personaje rocambolesco que siempre coquetea con peligros inminentes) y la empatía que generan sus testimonios en clave de reportajes literarios (más antropológicos que periodísticos) son su marca personal, aunque irónicamente se ha definido como “periodismo mágico”.
Joan Didion y el sueño dorado
En 1973 se publicó la célebre antología The New Journalism, realizada por Tom Wolfe, otro de los referentes norteamericanos del género gracias a sus afilados “trabajos de campo” en los que se metía con las vacas sagradas del establishment cultural, entre ellas, The New Yorker (en el artículo “¡Pequeñas momias! La verdadera historia del soberano de la tierra de los muertos vivientes de la Calle 43”), iconos de la contracultura como Ken Kessey, o el hegemónico expresionismo abstracto. Es una nutrida muestra del género donde conviven una selección de los autores más representativos de la tradición norteamericana como, además de los anteriormente mencionados, Norman Mailer, Rex Reed, Terry Southern, Nicholas Tomalin, Barbara L. Goldsmith, John Gregory Dunne y el propio Wolfe. En la ya célebre diatriba que aparece en el prólogo de esta antología, “Malditos sean todos, Saul (Bellow), han llegado los bárbaros”, germina una hilarante defensa de una generación de periodistas, “esa execrable chusma vulgar infiltrada en sus filas, esos escritores de revistas que practicaban esa abominable fórmula nueva”, a quienes reconocidos novelistas observaban con la misma inquietud que los civilizados individuos de la Grecia clásica a los balbuceantes pueblos extranjeros que asediaban sus territorios en la Antigüedad.
Sin embargo, en la edición de esta antología en español se cometió una flagrante omisión: Anagrama la publicó en 1977, pero solo incluyó nueve de los veintiún reportajes recogidos en el original. El lúcido y premonitorio artículo llamado “Los que sueñan el sueño dorado”, de la escritora y periodista Joan Didion, fue excluido de la selección. Tiene un incisivo comienzo (“Esta es una historia de amor y de muerte en la tierra dorada, y empieza hablando del paisaje mismo”) que da pie a una desconcertante escena: una mujer grita pidiendo ayuda en medio de la noche en el valle de San Bernardino mientras dentro de su coche en llamas está a punto de morir su marido. A pesar de su desesperación, la mujer solo recibirá ayuda mucho rato después de que el coche explote. Didion nos sumerge en un juicio que tuvo amplia cobertura sensacionalista contra Lucille Miller, la mujer desesperada, que finalmente no fue juzgada por intentar matar a su marido sino por haber cometido adulterio. Fue en California en los años setenta.
El rescate de una escritora
Una selección de artículos y ensayos sobre cultura y política americanas han sido recogidos por Penguin Random House (que ahora continúa la tarea iniciada por Global Rhythm Press de recuperar la obra de Didion) en un título que lleva el mismo sugestivo nombre que aquel famoso artículo. A diferencia del estilo musculoso y pirotécnico de Hunter S. Thompson, Terry Southern o Tom Wolfe, no hay nada de épica contracultural ni pose de estrella de rock políticamente incorrecta en la escritura de Didion.
Describe con precisión quirújica el desencanto de la contracultura y el espejismo del sueño americano
Sin embargo, ella estuvo ahí para describir con un estilo obsesivo e implacable y con una precisión quirúrgica el desencanto con la promesa de la contracultura o para retratar con escepticismo premonitorio el espejismo de eso que se llamó el sueño americano. Y eran los sesenta, una época palpitante que ha dejado huellas en toda su obra, y hasta en su libro más famoso, El año del pensamiento mágico, en el que cuenta la repentina muerte de su marido y cómo llegó a desarrollar una incredulidad infantil hacia la experiencia de la muerte que le hacía pensar que sus deseos y pensamientos podían alterar el relato, cambiar el desenlace. “Yo no creía en la resurrección de la carne, pero aún creía que, dadas las circunstancias adecuadas, él volvería”, cuenta. Fue escrita al ritmo de la repetición de una serie de frases (“La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante.”) que, como un conjuro mágico o un ritual primitivo, tuvieran el poder de volver atrás “la película” de su vida. Intercalados entre sus recuerdos intimistas se encuentran relámpagos de lúcidas observaciones sobre los ajetreados años sesenta. Cuenta cómo le pidió a su editor de Life que la enviara a Saigón apenas se enteró de la masacre de My Lai durante la guerra de Vietnam y que este le contestó despreocupadamente que terminara su columna porque ya habían enviado a algunos de “los muchachos” allí. También insinúa lo desarrollados que estaban los derechos reproductivos cuando comenta que una colega de Vogue consiguió que la autorizaran a abortar a cambio de testificar en un juicio.
El último de los libros de Joan Didion publicadso en español, Noches azules, es una continuación de la memoria del duelo: esta vez cuenta la fatal enfermedad que terminó con la vida de Quintana Roo, su única hija, solo dos años después de la muerte de su marido. Inspirada en lo que los franceses llaman “la hora azul”, el momento en que en el hemisferio norte el crepúsculo se prolonga durante los días previos al solsticio de verano. Didion indagó de nuevo sobre el paso del tiempo y las huellas, las cicatrices, los vestigios que dejan aquellos que dejan de estar en nuestras vidas. Y lo hizo sin ninguna vehemencia ni solemnidad, sino con la avidez antropológica de aprehender con la escritura esas intransferibles experiencias de vida. Quizás por eso sus testimonios exhiben esa necesidad atávica de reunirnos junto al fuego con el fin de contarnos historias a nosotros mismos para sobrevivir, como ella misma dejó escrito. En su obra reverbera un instinto primitivo para relatar la realidad, una sofisticación narrativa que la posiciona más allá de “los bárbaros” y quizás más cerca del “periodismo mágico” de Kapuscinski, como una referencia imprescindible para entender el nuevo periodismo.

azules
Joan Didion, traducción de Javier Calvo, Literatura Random House, Barcelona, 2012,
160 págs.

Joan Didion, traducción de Javier Calvo, Literatura Random House, Barcelona, 2012,
352 págs.
La escritura contra la superstición
Aloma RodríguezEl 30 de diciembre de 2003, Joan Didion fue testigo de la repentina muerte de su marido, el también escritor John Gregory Dunne, que cayó fulminado por un ataque al corazón cuando se disponían a cenar en su apartamento de Nueva York. La muerte se produjo mientras la única hija del matrimonio, Quintana, pasaba su quinta noche inconsciente en la unidad de cuidados intensivos. El año del pensamiento mágico, según confiesa al principio del libro, “es mi intento de asimilar el periodo que vino a continuación: las semanas y después los meses que se llevaron por delante cualquier idea fija que yo pudiera tener de la muerte, de la enfermedad, de la probabilidad y de la suerte, tanto buena como mala; del matrimonio, los hijos y los recuerdos; del dolor y las formas en que la gente afronta el hecho de que la vida se termina; de lo superficial que es la cordura, de la vida en sí misma”. Didion empezó a escribir el libro en octubre de 2004, en España lo publicó Global Rhythm en 2006 y Literatura Random House lo recupera con una traducción de Javier Calvo.
Joan Didion escribe para entender y normalizar la muerte (“John estaba hablando y de pronto se calló”) y la ausencia definitiva del que fue su compañero durante más de media vida. Escribe para alejar la superstición, el pensamiento mágico —el nombre científico de la creencia de que el deseo puede cambiar la realidad— al que alude en el título y cuyo año empieza la noche siguiente al fallecimiento, que Didion decide pasar sola “para que él pudiera volver”. Explica el duelo y analiza sus sentimientos con precisión y sin autocomplacencia. Pero también encuentra hueco para recordar algunos de los episodios más importantes de la vida en común con Dunne (el día que adoptan a Quintana, por ejemplo) y recupera guiños, anécdotas y complicidades compartidos por la pareja (aparecen fragmentos de las novelas de ambos y notas que se dejaban). Es un libro que cuenta en qué consiste ser escritor, reflexiona sobre sí mismo al tiempo que se construye. Pero en el tiempo de la escritura, la vida avanza impredecible: Didion elabora el duelo en medio de aparatosos traslados en avión de un hospital a otro, mientras la enfermedad de su hija se complica y la lleva hacia la incertidumbre. Quintana murió dos años después: Noches azules habla de esa pérdida y de la idea de que, tras la muerte de su marido y su hija, “muy pocas cosas negativas me pueden suceder”.

Joan Didion, traducción de Javier Calvo, Literatura Random House, Barcelona, 2015,
192 págs.
La estructura de El año del pensamiento mágico es deliberadamente repetitiva y circular, sincopada y con un marcado ritmo: Didion vuelve una y otra vez a los hechos, a frases que se repiten como mantras, a la manera del arado que avanza por el mismo surco. En cada nueva pasada Didion ahonda en la realidad para cerrarla, para fijarla y poder, por fin, seguir adelante.