19/3/2024
Ciencia

Ada Lovelace. Visionaria de la era de la informática

Su madre se empeñó en darle una educación estricta y solitaria y despertó la apasionada vocación por las ciencias en Lovelace, hija de Lord Byron

Ana Llurba - 11/12/2015 - Número 13
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Ada Lovelace. Visionaria de la era de la informática
Ada Lovelace.
Con motivo del segundo centenario del nacimiento de Ada Lovelace, la primera programadora de la historia, se ofrecen a continuación las 10 claves para descubrir la vida de la brillante hija de Lord Byron.

Uno.

Fue una intelectual y científica inglesa que durante el siglo XIX realizó incalculables aportes a las matemáticas, las ciencias y la ingeniería en plena revolución industrial. Conocida en su época como la condesa de Lovelace, entre las notas y observaciones con que Ada colaboró con el científico Charles Babbage se encuentra lo que se considera como el primer algoritmo destinado a ser procesado por una máquina. Su trabajo más conocido es la investigación sobre la máquina analítica, la primera calculadora mecánica de uso general diseñada por Babbage. Según los registros de sus diarios y su correspondencia, se sabe que Ada Lovelace dedujo y formuló una acertada previsión de la futura capacidad de los ordenadores para ir más allá de los simples cálculos de números, mientras que otros investigadores de la época, incluido el propio Babbage, se centraron únicamente en su aplicación práctica. 

Dos.

Bautizada con el nombre Augusta Ada Byron, nació el 10 de diciembre de 1815 en Londres. Fue la única hija de la tempestuosa y breve relación entre Anne Isabella Milbanke, una joven de buena familia, y Lord Byron. Durante el año que duró su matrimonio la pareja sufrió el acoso de los acreedores porque los padres de ella no quisieron entregarle la dote al marido por miedo a que este la abandonara inmediatamente después. Al mes y medio de nacer Ada, Lady Byron (nunca se cambiaría el nombre) abandonó a su esposo a causa de sus maltratos y constantes infidelidades y se instaló en una mansión de su familia en Seaham, al noreste de Inglaterra.

Tres.


Su padre fue el poeta George Gordon Byron, sexto barón de Byron. Los orígenes de su familia llegaban hasta las tropas que llegaron con Guillermo el Conquistador. Además de sus antiguos títulos nobiliarios, su familia era conocida por su tendencia al derroche y la excentricidad. Sin embargo, a pesar de su carisma polémico, ostentoso y controvertido, Byron fue uno de los poetas clave del Romanticismo inglés. Los dos primeros cantos del poema Childe Harold’s Pilgrimage, inspirado en sus viajes por Europa, se publicaron en 1813 (dos años antes del nacimiento de Ada) y le brindaron una fama y una relevancia en la historia de la literatura que se consolidaría con la publicación de su inacabado Don Juan (1819-1833). Tres meses después de que la madre de Ada lo abandonara, acuciado por sus deudas, Byron se marchó al continente. Murió en medio de la guerra de la Independencia de Grecia, cuando Ada tenía ocho años, por lo que no tuvo ningún contacto con él en toda su vida. Sin embargo, a pesar de esto, tras su muerte fue enterrada junto a él a petición suya. 

Cuatro.

Debido a sus orígenes nobles y a la tumultuosa relación con su marido, Lady Byron intentó proteger a su hija del morbo y la curiosidad que despertaban los escándalos de la familia Byron en su entorno social. Por eso se esforzó en brindarle una educación estricta y solitaria. Y, sobre todo, se empeñó en que aprendiera matemáticas para reprimir su imaginación y alejarla de la vocación artística y creativa de su polémico progenitor. Ada recibió una sólida formación en esta materia, aunque su madre nunca pensó en alentarla a dedicarse profesionalmente a las ciencias. Lady Byron despertó involuntariamente la apasionada vocación de Ada, que se evidenció temprano. Así lo demuestra una entrañable misiva adolescente donde, según su biógrafo James Essinger, en 1828, con 13 años, comparte con su madre su intención de estudiar la anatomía de las aves para crear una máquina para volar. Y acto seguido especula y despliega una visión precoz del vuelo a motor: “En cuanto consiga volar a la perfección, tengo otro proyecto sobre una máquina de vapor que, si consigo llevarla a cabo, será más maravillosa que los carruajes o los barcos de correo a vapor. Se trata de crear una cosa con forma de caballo que llevaría la máquina a vapor por dentro y unas alas gigantescas pegadas por fuera: la máquina impulsaría las alas de tal manera que el caballo se elevaría en el aire con una persona sentada encima”.

Cinco.


A los 17 años Ada conoció al científico Charles Babbage, que era viudo y tenía 42 años, en una fiesta de sociedad. Bajo la estricta supervisión de Lady Byron al comienzo, empezó una estrecha relación de colaboración intelectual entre ambos que se consolidó, sobre todo, cuando Babbage eligió las tarjetas perforadas como método de entrada de información e instrucciones a la máquina analítica, el antecedente de las calculadoras actuales. Las notas de las tarjetas (más extensas que el texto mismo) que Ada adhirió a la traducción del trabajo del científico francés Luigi Menabrea acerca del telar de Jacquard (el famoso prototipo de un telar industrial). Comparándolo con la máquina analítica son la prueba de la mención a la existencia de ceros o un estado neutro en estas (en la máquina de Babbage, las tarjetas representaban números decimales y no binarios), que se puede señalar como el antecedente del código binario o bit (la unidad mínima de la informática que se formula como una elección entre 0 y 1). Lovelace introdujo lo que se considera el primer algoritmo, una notación para lo que ella llamaba “la ciencia de las operaciones”, que deriva de las matemáticas, pero es una ciencia en sí misma: la informática. 

Seis.


Babbage se refería a Ada en sus cartas como Enchantress of Numbers (hada de los números) con un tono condescendiente, como si ella, con su imaginación desbordante y una gran capacidad para la abstracción, fuera solo la musa que lo inspirara y no la visionaria que, según Doris Langley, otra de sus biógrafas, se consideraba a sí misma una “poeta de las matemáticas”, una “científica poetisa” y una “analista y metafísica”. Aun teniendo en cuenta que en esa época las disciplinas no estaban tan compartimentadas como ahora, es de un valor inestimable su capacidad para llevar la creatividad a la ciencia, la imaginación a la lógica. Esa aptitud la conduciría a pensar en una máquina (¿un ordenador mecánico a vapor?) capaz de manipular símbolos de acuerdo con determinadas reglas, donde los números podrían representar entidades distintas de la cantidad que marcan, formulando la transición fundamental que va de la disciplina del cálculo hacia el campo de la computación.

Siete.


Uno de los científicos más famosos que reconoció el importante aporte de Ada Lovelace fue Alan Turing. En sus primeras investigaciones sobre las diferencias entre la imaginación humana y la inteligencia artificial, Turing formuló una objeción a la idea de la hija de Lord Byron de que “las máquinas podrían hacer de todo, salvo pensar”. A partir de ahí desarrolló lo que se conoce hoy como el test de Turing, que se utiliza para diferenciar la inteligencia humana de la artificial.  

Ocho.

Aunque desde la segunda mitad del siglo XX comenzó a reconocerse su importante aporte a la historia de la ciencia y la tecnología, Ada Lovelace sigue siendo una especie de genio incomprendido en la historia. Ha habido varias iniciativas que intentan reivindicarla. Por ejemplo, el lenguaje de programación Ada, creado por el Departamento de Defensa de Estados Unidos,  se nombró así en su homenaje de 1980. Al Estándar de Defensa de Estados Unidos para el lenguaje —MIL-STD-1815— se le asignó el número del año de su nacimiento. Desde 1998, al otro lado del Atlántico, la British Computer Society entrega un premio, la Lovelace Medal, y en 2008 inauguró una competición anual destinada a mujeres estudiantes de informática. Allí también se celebra una conferencia anual llamada BCSWomen Lovelace Colloquium. Además, el 13 de octubre ha sido mundialmente declarado el día de Ada Lovelace con el objetivo de reconocer los logros de las mujeres en los campos de la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas.

Nueve.

A pesar de su vocación para la ciencia, la condesa de Lovelace cumplió con lo que se esperaba de ella y se casó con un hombre de igual linaje, con el que tuvo tres hijos. Después de 1843 su salud, que siempre fue frágil, comenzó a empeorar. De esta época data su afición a las carreras de caballos (se sospecha que, en colaboración con Babbage, quería crear una máquina para ganar apuestas), así como su adicción al láudano para paliar la lenta agonía en que la sumió un cáncer de útero. Su dependencia de esa mezcla de opio con vino (que se recetaba con frecuencia en la época) y los continuos dolores alteraron su carácter, un detalle de su biografía que se exageró hasta hacerla pasar si no por loca, como mínimo como una persona con frágiles relaciones con la realidad. Ada Lovelace murió en 1852, a los 37 años, desconociendo por completo la importancia de su legado.

Diez.


La historia de su vida tiene una gran relevancia para atender a la brecha de género en las carreras informáticas. Aunque diferentes proyectos, como The Ada Initiative (una organización sin ánimo de lucro dedicada a incrementar la participación de las mujeres en la cultura libre y en los movimientos open source), los documentales CODE: Debugging the Gender Gap o Born with Curiosity, este último sobre la vida de la  programadora Grace Hopper (una de las matemáticas más importantes del siglo XX y creadora del código COBOL), o campañas virales como Girls Who Code y Made with Code demuestran que su ejemplo sigue vivo. También es una buena excusa para preguntarse por los alarmantes estereotipos sociales que perduran, dos siglos después de su muerte, sobre la preocupante minoría de mujeres que optan por desenvolverse profesionalmente en el campo de las ciencias. 
El algoritmo de Ada
El algoritmo de Ada
James Essinger
Traducción de Pablo Sauras
Alba Trayectos, Barcelona,  2015, 232 págs.  

La biografía de una pionera

Ana Llurba
James Essinger, autor de la biografía sobre Ada Lovelace que acaba de publicarse, descubrió su interés por la historia de la pionera de la informática a raíz de un libro anterior sobre el telar de Jacquard, un invento relacionado de manera directa con la máquina diferencial (un prototipo de calculadora automática), el proyecto al que le dedicaron gran parte de sus vidas el científico Charles
Babbage y la única hija reconocida de Lord Byron. 
Este es un elemento central de la biografía: fue Lovelace, gracias a su aptitud para las matemáticas teóricas, quien advirtió el potencial futuro de la máquina, antes que Babbage, que según Essinger tenía una “mentalidad más prosaica” y se preocupaba por las aplicaciones prácticas más que por el advenimiento de los procesos automatizados y los múltiples desarrollos futuros de la informática. 

Esta biografía se ajusta a un esquema cronológico lineal, a través del cual se dan a conocer los extravagantes ancestros de la condesa de Lovelace. Se desenvuelve el relato de la infancia de Ada que, según las fuentes de Essinger, basadas en cartas y diarios, estuvo constreñida por su madre, Lady Byron, que quiso controlar cada aspecto de la educación de su hija para evitar que repitiera el destino errático de su padre. Aquí también aparece su incipiente vocación para la ciencia, además de su relación con otras personalidades de la época, como Mary Somerville, otra matemática célebre (a quien se homenajeó con el nombre del primer college femenino de Oxford) y el escritor Charles Dickens, que la acompañó en su triste final a los 37 años: Ada murió a la misma edad que su padre.
 Lo interesante de la perspectiva de Essinger, además de documentar el sexismo imperante en la época (que hizo que Ada firmara sus más importantes aportes con sus siglas en lugar de su nombre completo) es que cuenta con precisión y eficacia narrativa el contexto de la revolución industrial en la Inglaterra del XIX. Evita el error de trasladar las características de nuestro momento a otros tiempos. Por ejemplo, cuando habla con normalidad de la promiscuidad en las familias aristocráticas o en Harrow y el Trinity College de Cambridge, las prestigiosas instituciones donde Lord Byron se formó. También desvela otros detalles de la vida privada decimonónica, como la insólita costumbre de regalar la placenta (la madre de Ada regaló la de su hija a un pariente marino) o la idea de que los científicos todavía no eran distinguidos con ese nombre sino como filósofos.  A pesar de los desvíos enciclopédicos acerca de quién era quién en la alta sociedad londinense, El algoritmo de Ada es una buena excusa, tanto para el público en general como para los amantes de las biografías y los interesados en la historia, para acercarse a una vida inspiradora en una época convulsa que ya comenzaba a forjar tanto los beneficios como las contradicciones que el viento del progreso y la tecnología han arrastrado hasta el presente.