11/12/2024
Análisis

Argentina. Macri y el país de la impaciencia

La sociedad que se entusiasmó con su irrupción se desespera a medida que va perdiendo poder adquisitivo

Argentina. Macri y el país de la impaciencia
E. Jan Daniels / Afp
Mauricio Macri asumió el poder en Argentina con dos misiones urgentes: por un lado, demostrar que durante 12 años una élite corrupta se amparó en la épica populista para saquear el Estado; por otro, convencer a la sociedad de que con un cambio drástico de políticas su vida iba a mejorar.

Siete meses después le va mejor con la primera que con la segunda. El kirchnerismo se desgaja al ritmo de una novela interminable de expedientes judiciales, delaciones, arrestos y hallazgos de dinero negro. Pero la restauración liberal del nuevo Gobierno despierta de momento más angustia que ilusiones.

Macri se vendió como pionero de un giro en el continente; quiso ser el hombre que enterrara el socialismo del siglo XXI

Macri es un presidente perseguido por el calendario. Su plan de “sinceramiento” de la economía aceleró la inflación estructural que heredó —se sitúa ya por encima del 40% anual—. Las tarifas de servicios públicos se multiplicaron por cinco al reducir los subsidios que las mantenían por los suelos. Cae el consumo. La recesión se prolonga desde hace nueve meses, las mediciones de pobreza empeoran y el miedo a perder el empleo trepa entre las preocupaciones sociales.

“Vamos a mejorar en el segundo semestre”, se cansaron de repetir Macri y sus ministros. El plazo se agota y no se ve la orilla.
Le tocó un destino incómodo a este dirigente político de 57 años que nunca dejó de pensar como el empresario que fue. Debe explicarl a los argentinos que eso que vivían hasta el año pasado era una crisis económica en toda regla, aunque transcurriera en una aparente calma que el gobierno de Cristina Kirchner sostuvo a base de subvenciones, intervencionismo estatal, emisión monetaria y un déficit fiscal desbocado.

Hazañas de la normalidad

Macri se dispuso a derrumbar el modelo de inmediato, con un Gobierno del que desalojó a los militantes ideologizados y pobló de exgerentes. Tomó riesgos: el costo social iba a ser alto en el corto plazo, él había ganado las elecciones en una ajustada segunda vuelta y su joven coalición de gobierno (Cambiemos) está en minoría en las dos cámaras del Congreso.

Sus medidas estelares han sido hazañas de la normalidad. Derogó las normas que impedían el giro de capitales, unificó el mercado de divisas, abrió las importaciones, redujo las tasas de exportación a los productos agrícolas, acordó el pago de la deuda con fondos especulativos que mantenía a Argentina en mora desde 2001, recompuso las estadísticas públicas en las que ya nadie creía, acomodó los precios de la energía y el transporte.

En el plano geopolítico, reubicó al país en Occidente. Desde el primer día Macri se vendió como pionero de un giro en América Latina; quiso ser el hombre que enterrara el socialismo del siglo XXI que profetizó Hugo Chávez y que tuvo en Cristina Kirchner a una portavoz convencida. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, lo bendijo en ese papel con una visita de tres días a Buenos Aires.

El enemigo de Macri es la desconfianza. Los inversores a los que sueña conquistar lo aplauden, pero se toman su tiempo para volcar dinero en un país marcado por la ciclotimia. La sociedad que se entusiasmó con su irrupción se impacienta a medida que pierde poder adquisitivo.

El peronismo atraviesa una brutal crisis de identidad, sin líderes claros y abrumado por los casos de corrupción

Él niega que su programa sea un ajuste clásico. Prefiere hablar de un acomodamiento gradual. Así, decidió prolongar los programas sociales del gobierno anterior, rebajó algunos impuestos a las clases medias y promovió un alza de las jubilaciones. La paradoja es que mientras paga el costo político del golpe al bolsillo no consigue casi reducir el déficit heredado, que ronda el 9% del PIB.

La ventaja del presidente es la fragilidad de sus rivales. El peronismo —famoso por su capacidad para impedir gobernar a los demás— atraviesa una brutal crisis de identidad, partido en media docena de facciones, sin líderes claros y abrumado por las sospechas de corrupción.

Macri recupera oxígeno con cada nuevo escándalo. Cristina Kirchner está imputada en dos expedientes, su socio comercial Lázaro Báez cayó preso bajo la acusación de lavar millones de dólares provenientes de sobornos, al ex jefe de gabinete Aníbal Fernández se lo vincula a las mafias del narcotráfico.

Suicido kirchnerista

La síntesis del ocaso fue la detención de un señor llamado José López, que durante los 12 años del anterior gobierno fue el secretario de Estado a cargo de la obra pública. La policía lo descubrió de madrugada en un suburbio de Buenos Aires mientras arrojaba bolsos con millones de dólares dentro de un convento en el que planeaba enterrarlos.

El suicidio moral del kirchnerismo no ocultó del todo los manejos opacos de Macri con su fortuna. Primero porque apareció mencionado en los Papeles de Panamá con una empresa familiar. Después, cuando decidió reconocer una cuenta con un millón de dólares en las Bahamas que no figuraba en sus declaraciones juradas como alcalde de Buenos Aires, su anterior cargo.

Las encuestas muestran que Macri conserva el crédito social, con cifras de aprobación por encima del 50%. Pero tiene cita ya mismo con su destino. ¿Podrá anunciar en el segundo semestre las buenas noticias que prometió? ¿Llegarán las inversiones internacionales que recompensen el regreso a la ortodoxia? ¿Tardará mucho más la oposición peronista en reagruparse?

Son todas variables determinantes. Argentina nunca fue un país de gente paciente.