30/4/2024
FDL 2016

Ascenso y caída del lujo

Lijtmaer debuta en la novela con una investigación sobre el pasado

Carmen López - 27/05/2016 - Número 35
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Una maleta ofrece un retrato de su dueño y sus circunstancias a través de los objetos que contiene. Una libreta con apuntes, una grabadora y ropa de invierno en un mes de verano informan al observador de que el viajero se dirige al otro hemisferio para anotar y grabar otras voces. Ese es el equipaje de Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1978) el día que cogió un avión destino Argentina para recoger una historia ajena y hacerla suya y que se ha materalizado en Casi nada que ponerte.

En un ejercicio cercano al periodismo narrativo de Tom Wolfe y a la autobiografía, la escritora regresa a su país natal para indagar en la historia de una pareja clave en la escena de la moda porteña de la segunda mitad del siglo XX. Los nombres de Mario y Roberto aparecían intermitentemente en las escasas menciones que hacían  sus padres en relación a su vida anterior a su exilio barcelonés. Videla los echó de su país, del que se fueron con pocas fotos y muchos silencios, así que cualquier mención a aquella realidad despertaba una curiosidad que acabó llevando a Lijtmaer a la casa de los protagonistas.

Roberto y Mario se conocieron en los años 60 cuando apenas tenían 20 años. Se convirtieron en pareja en el mismo momento en el que se encontraron y juntos crearon lo que acabaría siendo la referencia del lujo en una ciudad ostentosa en la intimidad. Roberto tuvo desde pequeño un don para dominar la estética y una personalidad obsesiva que le impulsaba a alcanzar la perfección. Él vio la oportunidad de negocio y dio personalidad a La Colorada, su boutique insignia.

Decorada fastuosamente con lámparas de araña, espejos y terciopelos, suponía una fantasía barroca y las clientas se gastaban el dinero como si estuvieran en un sueño: “Es una característica taaaan argentina: cuando hay, se derrocha”, explica la escritora. Roberto tenía la habilidad de detectar cuál era la necesidad de cada compradora según su cuerpo, y su clientela esperaba ansiosa los tesoros que traía de Milán, París o Nueva York en un tiempo en el que no existía la importación. El dinero entraba a montones, pero también salía siguiendo los delirios de Roberto que, con el tiempo, le llevaron al internamiento.

Cuando Lijtmaer se sienta a hablar con ellos, el lujo solo pervive en su apartamento y ya no queda nada de aquella vida. Subsisten de las rentas de las propiedades en las que Mario invirtió afortunadamente con sensatez. La historia empieza por el final y mientras las piezas del puzle van encajando, la narradora hila los retazos de su propia identidad. Ese es el verdadero motivo de los viajes de vuelta.

Casi nada que ponerte
Casi nada que ponerte
Lucía Lijtmaer
Libros del Lince, Barcelona, 2016,
216 págs.