24/4/2024
Tecnología

Cercados por ventanas abiertas a otros mundos

Para entender el mundo actual y al ser humano del siglo XXI es necesario comprender su relación con las pantallas

Carlos Reviriego - 18/03/2016 - Número 26
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No hay forma de entender el mundo actual y al ser humano del siglo XXI sin considerar su relación casi perpetua con las pantallas. Como advierte Israel Márquez al principio de Una genealogía de la pantalla, el magnífico ensayo derivado de su tesis doctoral, “vivimos rodeados de pantallas”, es más, “no podemos vivir sin ellas”. La omnipresencia de la pantalla determina la vida cotidiana, las relaciones con el mundo y el resto de personas. Márquez se propone trazar una comprensible, documentada y, al mismo tiempo, fascinante evolución de las características y las implicaciones de esa ventana abierta a otros mundos que nació con el cine y que hoy nos rodea “en casas, en calles, en trabajos, en metros, en aviones, en bares, en tiendas, en centros comerciales”.

A su modo, y tal como dicta la historia del último siglo, esta genealogía está determinada por la “miniaturización” del dispositivo, que a medida que se ha ido haciendo más pequeño (hasta llegar al móvil de hoy en día) también se ha hecho más interactivo, hasta transformar por completo la relación con el mundo. De ello ya avisaron sobre todo Gilles Lipovetsky y Jean Serroy, cuyas obras La pantalla global (Anagrama, 2007) y La estetización del mundo (Anagrama, 2013) están en la base de este estudio, marcando en cierta medida el rumbo que toma Márquez. La pantalla global examinaba el modo en que las proyecciones en salas oscuras han dado lugar a la omnipresente pantalla de hoy en día, y cómo esa circunstancia ha generado profundas transformaciones sociales, mientras que La estetización del mundo analizaba la mutación del funcionamiento social hacia un capitalismo hipermoderno en el que economía y estética son interdependientes.

La primera mitad del libro marca un recorrido por el cine (gran pantalla) y la televisión (pequeña pantalla), deteniéndose en su crucial forma de definir la modernidad, esa “crisis continua en la capacidad de atención” (Jonathan Crary) que la televisión no hizo sino radicalizar implantando la cultura del zapping y su mezcla continua de estímulos. A este respecto, resulta interesante la reflexión de Márquez en torno al “flaneur audiovisual”, que habría sustituido al paseante de Poe, Baudelaire y Benjamin, de modo que lo que para ellos fue la ciudad, para el ciudadano del siglo XX ha sido la televisión: “Un espacio de ocio y curiosidad por el que desplazarse libremente, registrando mentalmente los rostros y figuras de los paseantes para borrarlos inmediatamente después y sustituirlos por otros nuevos”.

Esta genealogía de la pantalla está determinada por la “miniaturización” del dispositivo

En los diversos apartados dedicados a la evolución televisiva y sus formas de percepción, vinculados directamente a los avances tecnológicos, resultan especialmente interesantes los dedicados a la “muerte del cine”,  la “pantalla educativa” y la “pantalla videográfica”. Se echa en falta en el apartado dedicado a la “pantalla especulativa” una referencia a la importancia histórica de la retransmisión en directo de los atentados del World Trade Center, que marcó un verdadero punto de inflexión en las formas de percepción de la historia y la realidad, sobre todo en relación con los paradigmas de espectacularización alimentados por la ficción hollywoodiense. No será la única ausencia de peso en el libro —no hace ninguna referencia a la caducidad del almacenamiento digital y las graves pérdidas que trae consigo, ni tampoco a las perversiones de internet—, que no en vano va ganando en interés a medida que se acerca al estudio de la tecnología actual y sus consideraciones sociales, especialmente en los capítulos dedicados a la “pantalla videolúdica” (de los arcades a la consola), la “ciberpantalla” (del radar a la realidad virtual) y la “pantalla móvil” (del “zapatófono” a la pantalla total de los smartphones).

Aunque el formato, o el molde, que estructura esta genealogía puede parecer por momentos algo hermético o redundante (ciertamente, es difícil pensar en otro modo de narrar la historia de la pantalla), Márquez muestra una extraordinaria sensibilidad y don de la oportunidad en el empleo de citas y referencias, sobre todo las que abren capítulo, privilegiando la voz de poetas y creadores. Así, citas de Gómez de la Serna, de Fellini, de Renoir o de Anaïs Nin, entre muchos otros, iluminan y amplían el flujo del pensamiento y el discurso de la obra. Márquez parece alineado con el optimismo tecnológico y alejado de los ciberescépticos (de Eugeny Morozov a Jonathan Franzen), pues aunque se preocupa por los “quebraderos de cabeza” de los padres en la educación de sus hijos ante un mundo sobreexpuesto a las pantallas, no parece interesado en exponer algunas de las grandes preocupaciones de la era digital, como son la caducidad del almacenamiento o las perversiones de internet como forjadora de la pesadilla orwelliana y su control global.

Una genealogía de la pantalla. Del cine al teléfono móvil
Una genealogía de la pantalla. Del cine al teléfono móvil
Israel Márquez
Anagrama,
Barcelona, 2015,
263 págs.