En buena parte de Europa, el respaldo a los tradicionales partidos socialdemócratas está cayendo con una brusquedad sin precedentes. El modo en que algunos de estos partidos gestionaron la crisis desde el poder —el PSOE en España, los Laboristas en Gran Bretaña, el Pasok en Grecia— ha contribuido a ese desplome, pero el origen del fenómeno se remonta más atrás de 2008 y resulta de causas donde se suman cuestiones históricas, demográficas y culturales, además de las estrictamente políticas y económicas.
La socialdemocracia quedó afectada en los años 70, cuando la crisis del petróleo cuestionó la viabilidad de ciertas políticas de bienestar que los conservadores, renovados ideológicamente, se afanaron en reducir. La caída del Muro y el colapso de los regímenes comunistas endureció el liberalismo capitalista, que liberado de esa amenaza se encerró en un disfrute de las ventajas sin que nada le impulsara a nuevas concesiones que le permitieran mostrar un rostro humano. En ese ambiente, los partidos socialdemócratas perdieron el pulso de su discurso y se impregnaron de sentimientos de invalidez. En estos últimos años, la desindustrialización de los países desarrollados, el subsiguiente dominio del sector servicios y la disgregación de sociedades más o menos homogéneas en numerosos grupos menos cohesionados por razones culturales o étnicas le han restado aceptación electoral.
Todo esto ha sucedido mientras la ultraderecha experimentaba un gran ascenso en muchos países europeos. Polonia y Hungría están gobernadas por nacionalistas. En Gran Bretaña, Francia y Alemania los populismos cabalgan movimientos pujantes que amenazan la estabilidad política. En Austria la extrema derecha estuvo muy cerca de alcanzar la presidencia. Es muy posible que esta oleada hiera seriamente el proyecto de integración europea.
El renacer de los partidos ultra puede derivar en parte del fracaso de las élites tradicionales. Los partidos de centroderecha y centroizquierda que durante décadas han gobernado la mayoría de países europeos padecen, después de la crisis, una sequía de ideas y se han acercado a la desnaturalización al presentarse la crisis de los refugiados. Una suma de complejos, timidez y falta de imaginación han pervertido la situación y convertido la acumulación extraordinaria de problemas en un generador de miedos bajo los cuales cunden los desafíos a la legitimidad democrática, con pérdida de principios y abandono del respeto a los derechos humanos, en medio de una falta de liderazgo que ha erosionado a la misma Angela Merkel.
La sincronía del ocaso de la socialdemocracia y de la aurora de la ultraderecha es insuficiente para establecer una relación causal entre ambos fenómenos. Pero subraya la necesidad inaplazable de que Europa se refuerce ideológicamente, recupere a quienes se han visto arrumbados por el viento del desarraigo y ponga dique a quienes se dedican a la siembra del miedo para cosechar sumisiones de extrema peligrosidad.