24/4/2024
Opinión

Función, éxito y batalla de la Feria del Libro

Editorial - 27/05/2016 - Número 35
  • A
  • a
La Feria del Libro de Madrid, que inaugura su 75ª edición, debería ser un momento de celebración. Tras cuatro años de imparable declive, en los que perdió hasta el 40% de su volumen de negocio, el sector editorial por fin se estabilizó en 2015 y 2016 apunta en la misma dirección. Autores, libreros y editores pueden mirar con un mayor optimismo el futuro tras haber capeado una tormenta perfecta que combinaba la disrupción provocada por la transformación digital y su hija bastarda, la piratería, la crisis económica y los cambios en el consumo de ocio, con la competencia de las redes sociales, los videojuegos, la televisión a la carta y el resto de tentadoras distracciones potencialmente más seductoras que la lectura de libros.

En este contexto, los festivales y eventos que permiten un contacto directo entre autores y lectores suponen una ventaja comparativa del libro tradicional frente a todo lo demás —nadie busca el autógrafo del creador de Tomb Raider—. Y sorprendentemente, incluso los fans de las estrellas de Youtube o de los cantantes juveniles quieren tener constancia en papel y letra impresa de sus ídolos, y a ser posible una firma que certifique el “yo estuve allí”. Por eso, la Feria del Libro de Madrid, como la Diada de Sant Jordi en Barcelona, o como tantas ferias de libro que recorren la geografía española con la llegada del buen tiempo, sigue teniendo el éxito garantizado.

La feria, que se celebra en El Retiro desde los años 80, permite que las librerías presuman de una amplia variedad de novedades y que los editores exhiban su fondo, ese que languidece en oscuros almacenes la mayor parte del año. Es una ocasión para buscar la firma del autor admirado y el título inencontrable, en un parque transformado en inmensa librería durante 16 días.

La asignatura pendiente, una vez más, es cómo conseguir un programa de actividades culturales que acompañe el evidente despliegue comercial. El libro es, en terminología marxista, tanto bien de cambio como bien de uso. Las bienintencionadas carpas centrales atraen más por estar refrigeradas y a cubierto —frente a las tradicionales agresiones del sol y de la lluvia— que por la calidad de los actos. Quizá esa vertiente cultural, que debería extenderse al resto de la ciudad, es una batalla condenada a perderse, pero no por ello hay que dejar de darla.