29/3/2024
Política

El legado del 44º presidente

Economía, sanidad, matrimonio gay, Irán y Cuba son las joyas de su mandato. Guantánamo, la cruz

Dori Toribio - 08/07/2016 - Número 41
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El legado del 44º presidente
Barack Obama repitió el 1 de junio el viaje a Elkhart, Indiana, donde hizo su primera visita como presidente en 2009. Alex Wong / Getty
A seis meses de terminar su presidencia, los índices de aprobación de Barack Obama rozan máximos históricos y se sitúan en el 56%, el nivel más alto desde 2011, registrado tras la muerte de Osama Bin Laden. Después de varios años en caída libre, sus cifras de popularidad crecen sin pausa desde enero. Quizá fruto de una prematura nostalgia.

“No podéis decirlo, pero sabéis que es verdad”, decía Obama en su último discurso en la cena de corresponsales de la Casa Blanca, mientras sonaba de fondo la canción You're Gonna Miss Me When I'm Gone (“Me vais a echar de menos cuando me vaya”). “En mi último año, mis índices de aprobación no dejan de subir”, añadió. “Y la verdad, no he hecho nada diferente. Así que es raro. Nadie parece saber qué ha cambiado…”, concluía el presidente de Estados Unidos mientras asomaba a sus espaldas una imagen de Donald Trump.



Los estadounidenses ven hoy con buenos ojos la gestión de Obama tras ocho años de presidencia plagados de altibajos en las encuestas. Es ahora cuando su legado comienza a tomar forma. Barack Obama pasará a la historia por ser el primer presidente negro. Aún hoy muchos afroamericanos se emocionan al recordar su primer día en la Casa Blanca. Otros se preguntan si podría haber hecho más desde su posición de poder por aliviar las tensiones raciales enquistadas en el país. Algo más que palabras, tras la violencia policial contra negros en Ferguson, Baltimore, Luisiana y Minnesota. O el asesinato de policías en Dallas. Pero en algo coinciden todos: Obama abrió con su presidencia una puerta de la historia que nunca volverá a cerrarse. Y ese fue solo el principio. 

Obama entró en el Despacho Oval en enero de 2009 con una larga lista de promesas. Su primer éxito presidencial fue impulsar la histórica reforma sanitaria, aprobada por el Congreso en 2010. Unos 24 millones de personas se han beneficiado del ObamaCare en un país en el que hace ocho años casi 50 millones de ciudadanos vivían sin cobertura sanitaria de ningún tipo. Especialmente en las clases medias y bajas, asfixiadas por los efectos de la gran crisis económica de 2008.

Obama tardó meses en decidir la intervención en Siria, una espera que fue clave en la expansión de Dáesh

Obama llegó a la Casa Blanca en pleno terremoto financiero tras la caída de Lehman Brothers. Se destruían 800.000 puestos de trabajo al mes, llovían los desahucios, los grandes bancos estaban al borde de la quiebra y la industria del motor, paralizada. En sus primeras semanas como presidente, Obama aprobó un paquete económico de 700.000 millones de dólares, otro de creación de empleo y un Plan de Estabilidad Financiera que desembocó en la reforma de Wall Street. Hoy la economía crece al mayor ritmo desde 1999 y la cifra de paro se sitúa en torno al 5%, casi la mitad que hace ocho años. El rescate de las grandes empresas automovilísticas selló “una respuesta sin precedentes a la crisis que estabilizó el sistema y puso la economía estadounidense en el camino de la recuperación”, concluyó el balance de la Casa Blanca en 2013.

“Bin Laden is dead, General Motors is alive” (Bin Laden está muerto, General Motors está viva), presumía el vicepresidente Joe Biden en la campaña hacia la reelección de 2012, como resumen del primer mandato del presidente. El asesinato de Osama Bin Laden en Pakistán por el comando especial de los Navy Seal en mayo de 2011, casi 10 años después de los atentados del 11-S, marcó a fuego el legado de Barack Obama, disparó sus índices de popularidad e impulsó su reelección. Cuatro años más en la Casa Blanca le permitieron ampliar su agenda presidencial sin la presión de las urnas.

En sus últimos cuatro años, Obama ha podido permitirse lanzar propuestas más progresistas, como las sucesivas iniciativas ejecutivas para luchar contra el cambio climático o su campaña a favor del matrimonio homosexual, que el Tribunal Supremo legalizó con su histórica sentencia de junio de 2015. Pero fue en política exterior donde Obama arriesgó a lo grande, sabiendo que no volvería a presentarse a unas elecciones y que es en sus segundos mandatos cuando los presidentes de Estados Unidos escriben la historia.

Con los enemigos históricos

La apuesta por el diálogo diplomático se convirtió en la pieza angular de la llamada doctrina Obama, por la que el presidente estadounidense prometió ante el mundo no volver a abandonar el tablero de juego multilateral y dio la orden a su Administración de reiniciar el contacto con los grandes enemigos históricos. El acuerdo nuclear con Irán firmado por las seis grandes potencias internacionales en julio de 2015 puso fin a 35 años de enfrentamiento entre Washington y Teherán y abrió la puerta a una nueva era en Oriente Próximo.

En diciembre de 2014, Obama y Raúl Castro sorprendieron al mundo con el anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, tras medio siglo de ruptura. El deshielo se selló con el viaje de Obama a La Habana en marzo de 2016, como el primer presidente estadounidense en poner un pie en la isla en 90 años y último capítulo de la guerra fría.

No ha podido aprobar una ley de control de armas, única razón por la que ha derramado lágrimas de impotencia

Los republicanos aún se mantienen escépticos con esta apertura y otros tantos ejes de diálogo de la política exterior de Obama. Protestan por lo que consideran una muestra de debilidad ante antagonistas históricos como Irán o Cuba y geoestratégicos como Rusia o China. Insisten también en señalar que el acelerado final de las guerras de Irak y Afganistán fue un error, del que deriva el actual conflicto en Siria y la expansión de los terroristas de Estado Islámico. Ante la mirada expectante del mundo y el silencio de Europa, Obama tardó meses en decidir la intervención militar de Estados Unidos en la guerra civil siria. “Por prudencia y legalidad internacional”, explicó entonces. Marcó líneas rojas al régimen de Bashar al Asad por el uso de armas químicas que nunca se cumplieron. Aquellos tiempos de espera fueron clave en la expansión de EI, prolongaron la sangría del pueblo sirio y desembocaron en continuas revisiones del calendario de retirada de las tropas estadounidenses de Irak y Afganistán. Más de 4.000 militares continúan destacados en Irak y Obama acaba de dar la orden al Pentágono de mantener en 8.400 los efectivos en Afganistán hasta el final de su presidencia (en 2011 había 100.000), dejando en el aire su promesa de poner fin a las guerras heredadas de George W. Bush. La historia dirá si esta será la nube más oscura sobre su legado. Pero no es la única.

 La reforma migratoria

El presidente de Estados Unidos confiesa que hay dos grandes promesas incumplidas que aún le quitan el sueño: el cierre del centro de detenciones de Guantánamo, que firmó en su primer día en la Casa Blanca pero nunca llegó a cumplir, y la reforma migratoria para regularizar a los 11 millones de inmigrantes indocumentados que viven en el país. Obama asegura arrepentirse de no haber sacado adelante estas propuestas en su primer mandato, cuando los demócratas tenían mayoría en el Senado. Hay además un tercer asunto que le revuelve la conciencia: la imposibilidad aprobar una ley de control de armas, única razón por la que hemos visto a Obama derramar lágrimas de impotencia e ira. El Congreso, de mayoría republicana, se negó en rotundo, anclado en una estrategia de oposición frontal y total a la Casa Blanca. Washington ha vivido una profunda parálisis legislativa, fruto del desencuentro bipartidista. Algo que el propio Obama reconoce que fue también su responsabilidad. Debió tender más puentes, dijo en su último discurso del Estado de la Unión. Quizás hoy el clima de hastío político sería otro.

Obama llegó a la presidencia con promesas de esperanza y cambio que curarían las heridas del país y del mundo. El premio Nobel de la Paz no pudo cumplir las expectativas. Nadie lo hubiera hecho. Esa era la única baza posible para un joven senador de Illinois, sin linaje político ni experiencia pública, pero con ansias de “cambiar la trayectoria de Estados Unidos” y la obsesión de “pasar al lado bueno de la historia”.

El tiempo se encargará de poner en su lugar el legado del presidente número 44 de Estados Unidos. Hasta entonces, hay una cosa segura. Cuando el 20 de enero de 2017 Obama se asome por última vez al balcón Truman antes de decir adiós a la Casa Blanca, verá un Estados Unidos diferente al que encontró hace ocho años. Un país que ha cambiado para siempre.