25/4/2024
Opinión

La encomienda de Atatürk

Editorial - 22/07/2016 - Número 43
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En Turquía las reacciones del presidente Recep Tayyip Erdogan al golpe de Estado del 15 de julio confirman la trayectoria de una democracia vacilante que viene degenerando en  autocracia. Su primer ministro responsabilizó a Washington de ser el incitador y de albergar a Fethullah Gülen, un líder religioso que de aliado predilecto ha pasado a enemigo principal y a cuya organización, Hizmet, se atribuye el propósito de crear un “estado paralelo” al que correspondería la autoría del golpe. El Gobierno de Ankara ha puesto en marcha una purga de 60.000 funcionarios —entre policías, militares, jueces, maestros y otros altos cargos— que han sido expulsados de las instituciones del Estado y de otros círculos de poder. Finalmente, Erdogan no descarta reintroducir la pena de muerte, tras escuchar atento el fervor popular que así lo exige.

En Turquía la pérdida de identidad democrática en los últimos años ha ido de la mano con el retroceso del laicismo que impuso el kemalismo como uno de sus grandes legados y cuya salvaguardia quedó confiada al Ejército. Desde los años 60, los golpes se han repetido porque los militares se sentían depositarios de una misión propia: la de proteger la modernidad política de Atatürk de modo que Turquía se asimilara al modelo occidental.

En Turquía, como a otra escala en Argelia o en Egipto, el grito contagioso de “¡vivan las cadenas!”, la vuelta del burka, la privación a la mujer del acceso a la escuela para recluirla en un perímetro de minoría de edad convierten a los uniformados en agentes defensores de los derechos humanos que desde el islamismo radical se consideran un camino de perdición. Parecería que con el fracaso del golpe turco va a quedar enterrado definitivamente este papel singular como valedor de la modernidad del Ejército. Las represalias y venganzas desencadenadas por Erdogan  para honrar a los muertos que pararon los tanques ambientarán una sospecha generalizada, promoverán un sectarismo degenerador y quebrarán los restos de la tradición kemalista. La respuesta de la UE a este proceso calibrará principios e intereses. Ni la candidatura de Turquía a la UE era inminente ni el declinante atractivo de la adhesión puede funcionar como incentivo para guardar las formas democráticas. Erdogan ya había perdido la fe en Bruselas y ahora va a perderle también el respeto, embarcado como está en un estilo de gobierno cada vez más paranoico.

En cuanto a Washington, hace tiempo inquieto por la desganada participación turca en la represión de las posiciones yihadistas de Siria, procurará sostener su presencia en la base de Incirlik, a la que es difícil encontrarle alternativa en la región. Erdogan sabe que sobre este eje militar la estrategia de la tensión tiene poder desencadenante que requiere administración cuidadosa, y que tampoco sus intentos de rehacer puentes con Rusia e Israel le van a reinstalar en una atmósfera internacional favorable.