29/3/2024
Política

La universidad. Fábrica de sobrecualificados

En los últimos años ha crecido el número de universitarios, pero no los empleos para titulados

María Ramos - 08/04/2016 - Número 28
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La universidad. Fábrica de sobrecualificados
Estudiantes de la Universidad Carlos III hacen cola para entrar al debate entre Pablo Iglesias y Albert Rivera en noviembre de 2015. PABLO BLÁZQUEZ / GETTY

A finales de los 70 se publicó un libro titulado Universidad, fábrica de parados (Vicens Vives, 1979). Se trataba de un informe dirigido a las autoridades educativas en el que los autores identificaban las necesidades de los egresados universitarios en España y sus perspectivas de empleo. Desde el título se reflejaba una preocupación, ya presente entonces, y que recorre todo el libro: la constatación de que las matrículas universitarias no dejaban de multiplicarse mientras que los puestos para universitarios crecían a un ritmo mucho menor. Expresiones como “masificación de la universidad” o “crecimiento malthusiano” se repetían en el libro y tal diagnóstico estaba también presente en otros textos de la época. En aquel momento la cifra oficial de desempleados pasó de los 144.000 en 1970 —un 1,2%— a rondar en 1978 la entonces escandalosa cifra del “millón de parados”, que representaba una tasa de paro del 7%. En el curso 1975/76 había 117.000 alumnos matriculados en primer año de universidad y se preveía que hacia 1980 no serían menos de 160.000 los titulados superiores en paro.

La situación actual está varios órdenes de magnitud por encima. Ahora hay bastantes más universitarios, muchos más parados y muchos más universitarios parados. En el curso académico 2014/15 fueron unos 356.000 los estudiantes de nuevo ingreso y el total de matriculados en enseñanzas universitarias superó las 1.360.000 personas. En cuanto al empleo, en 2013 se superó la escalofriante cifra de los seis millones de parados, y aunque el paro se ha reducido en más de un millón de personas desde el pico más alto de la crisis, la tasa de desempleo sigue sin bajar del 20%. De hecho, según la última Encuesta de Población Activa (EPA), de los casi cinco millones de parados, 1.083.100 tienen estudios universitarios.

En los años 70 escandalizaba la cifra del millón de parados, y ahora hay un millón de universitarios parados. Pero las diferencias entre la España de ahora y la de los años 70 no es solo cuantitativa. Para los universitarios la preocupación ahora no es solo el paro, hoy es la sobrecualificación el otro problema que preocupa a académicos y responsables políticos. Cada vez se habla más en los medios de comunicación y en las conversaciones cotidianas de sobrecualificación, de ingenieros españoles que se tienen que ir a trabajar a Alemania o de universitarios “que no trabajan de lo suyo”.

Cuántos y quiénes

La idea de sobrecualificación alude al desajuste entre el nivel educativo del trabajador y el requerido en su puesto de trabajo. Su incidencia en España ronda el 20%. Es decir, aproximadamente uno de cada cinco trabajadores tiene un nivel educativo superior al que sería necesario para desarrollar su trabajo y se considera por tanto sobrecualificado para el puesto. Al igual que en la mayoría de países, la incidencia es algo mayor entre los trabajadores jóvenes y es especialmente alta en el primer empleo.

El riesgo de sobrecualificación según el área de conocimiento o el origen familiar de los titulados es otro de los temas recurrentes. Los datos reflejan que son los titulados de ciencias sociales los que comparativamente se enfrentan a un mayor riesgo de sobrecualificación. Quienes cursaron titulaciones del ámbito de las ciencias naturales o ingenierías parece, sin embargo, que afrontan un riesgo comparativamente menor. Y las diferencias son especialmente considerables según la posición social de origen, medida a partir del nivel de estudios de los padres. En concreto, la incidencia de la sobrecualificación es mayor cuanto menor es el nivel formativo de los padres. Si entre los hijos de padres con estudios básicos el porcentaje de sobrecualificados es del 22%, es prácticamente la mitad, 11%, entre hijos de padres con estudios superiores. Las explicaciones a estas diferencias no son sencillas.

Cualificación o capacidad

Hasta ahora hemos asumido que un título académico representa de manera más o menos homogénea, más o menos esperable, un conjunto de capacidades y habilidades. Sin embargo, cabe preguntarse hasta qué punto es así o, por el contrario, es necesario distinguir entre el desajuste de habilidades y el desajuste de cualificaciones. En esta línea, a principios de la década pasada un economista francés que trabajaba en la London School of Economics, Arnaud Chevalier, propuso distinguir entre dos tipos de trabajadores sobrecualificados: los aparentemente sobrecualificados y los genuinamente sobrecualificados. La idea de fondo es que hay gran diversidad dentro de los titulados universitarios y él diferenciaba entre dos grandes grupos: por un lado “los listos” o con alto rendimiento y, por otro, “los menos listos” o con menor rendimiento (clever y under-achiever respectivamente en su terminología original).  Por tanto, si un universitario trabaja en un puesto “de no universitario”, pero sus capacidades son similares a las de un trabajador sin título universitario, en realidad solo se podría hablar de “sobrecualificación aparente”. O dicho de una manera mucho más cruda: si un universitario no tiene las habilidades que se presuponen para ese título y trabaja en un puesto de “no universitario”, en realidad no se puede afirmar que está “genuinamente” sobrecualificado. Esto es lo que sugería Chevalier.

Pero ¿cómo se pueden medir las competencias y habilidades? Es decir, ¿cómo se puede saber si un titulado tiene “las competencias de un titulado”? Hasta hace poco la disponibilidad de datos sobre capacidades cognitivas de adultos estaba limitado a ciertos países. A nivel comparado solo se disponía de los archiconocidos resultados PISA para estudiantes de enseñanzas medias. Pero desde 2013 existen también para España medidas comparables entre países sobre capacidades y habilidades de adultos. Decir que es sencillo medir las capacidades a través de estudios de este estilo sería faltar a la verdad. Medir capacidades o competencias valoradas en el mercado laboral es realmente complejo y no está exento de controversia. Con todo, el reciente estudio de la OCDE supone un importante avance porque incorpora medidas comparables sobre habilidades cognitivas numéricas y lingüísticas, así como otras medidas de uso de conocimientos en el puesto de trabajo. Pero incorpora además percepciones subjetivas sobre si los trabajadores consideran que podrían hacer tareas más exigentes que las que hacen actualmente.

Estos datos, por tanto, permiten comparar el nivel de competencias cognitivas de distintos tipos de trabajadores y determinar en qué medida los sobrecualificados lo son “genuinamente” o solo “aparentemente”, como sugería Chevalier. Al considerar las capacidades lingüísticas (literacy), en España un 77% de los trabajadores formalmente sobrecualificados en realidad tienen unas capacidades similares a los de personas con la cualificación exacta requerida por el puesto. Es decir, tres de cada cuatro trabajadores sobrecualificados tienen efectivamente un nivel educativo más alto del requerido, pero realmente no se diferencian en competencias de otros trabajadores con menor nivel de estudios. Esto sugiere, por tanto, que una gran mayoría de trabajadores sobrecualificados en realidad no se diferencian tanto a nivel de competencias de otros trabajadores con menos nivel de estudios.

Las implicaciones de estos resultados saltan a la vista. Por un lado, se pone de manifiesto que existe una gran heterogeneidad en las competencias de personas con la misma titulación. O dicho de otra manera, que hay gran variación en las capacidades reales de los titulados universitarios. Y por otro lado, se deja entrever que hay un problema en el sistema educativo, puesto que los títulos en buena medida no están reflejando un mayor nivel de competencias.

Poca duda cabe, pues, de que la capacidad de las titulaciones universitarias para dar respuesta a las necesidades del mercado de trabajo es limitada. Y esto plantea problemas si entendemos que una importante función de la universidad —aunque no la única—es preparar a los estudiantes para el mercado de trabajo. Sin embargo, con frecuencia se olvida el otro lado de la ecuación. Nos centramos demasiado en el lado de la oferta y poco en el lado de la demanda. ¿Y si por un momento dejáramos de pensar que el problema es “que hay demasiados licenciados” o que “la universidad no prepara bien para el mercado laboral”? ¿Y si resulta que una parte del problema es que no hay suficientes puestos para licenciados?

No es (solo) por la universidad

Como ya se preveía en los años 70, es cierto que la población universitaria no ha dejado de crecer a un ritmo más o menos sostenido, y en apenas 20 años se ha multiplicado por tres el número de titulados superiores. Si nos fijamos no solo en la oferta de titulados, sino en su demanda, lo verdaderamente preocupante es que los puestos para titulados no han crecido a igual ritmo.

Diez millones de titulados superiores para seis millones de “puestos de titulados superiores”. Algo falla en la ecuación. Algo falla en el ajuste entre la oferta y la demanda. Que nadie lea en el presente texto lo que no está escrito en él. El hecho de que haya crecido el número de universitarios no debe ser acogido como una mala noticia, al contrario.  Evidentemente es necesario evaluar qué falla en la educación superior en España e identificar qué puede mejorarse en la universidad española. Pero hablar de que “hay demasiados universitarios” es irresponsable, especialmente si lo que se quiere es eso que ya parece un mantra:  “cambiar el modelo productivo” o construir de verdad una “sociedad del conocimiento”. En España no tenemos una proporción de universitarios tan distinta a la de otros países del entorno. Lo distinto en términos cuantitativos es el ritmo de crecimiento, y sobre todo la proporción de puestos para titulados superiores. Respecto a los años 70 hemos mejorado mucho desde el punto de vista educativo hasta igualarnos con los países de nuestro entorno. Ahora lo que falta es avanzar también en el aspecto laboral y acoplar la demanda a una oferta creciente de titulados superiores.

Este artículo es fruto de la colaboración entre AHORA y Politikon