La escuela realista de la teoría de las relaciones internacionales tuvo su momento cumbre con la publicación de
Politics Among Nations (1948) del profesor de la Universidad de Chicago
Hans Morgenthau. Pensada como una teoría adoptable por las grandes potencias de la guerra fría, la tesis central de Morgenthau era que los estados deben defender el interés nacional, tomando distancia de sus premisas ideológicas o morales. Lo que jamás habría imaginado Morgenthau es que después de la guerra fría su teoría seguiría vigente, no solo entre las naciones del mundo, sino dentro de un estado confesional como el Vaticano.
La reciente gira del papa Francisco por Cuba y Estados Unidos —el cruce de frontera entre un país y el otro suena a declaración de principios— es buena prueba de lo anterior. Roma se debe cada vez más a sus episcopados locales, y en sus homilías y declaraciones públicas el papa dijo lo que quería escuchar la ciudadanía católica, especialmente los jóvenes católicos de Estados Unidos y Cuba. El interés político de la Santa Sede quedó claramente expuesto en términos de una misión pastoral que busca, ante todo, el crecimiento de la grey y la elevación del perfil público de la Iglesia en la sociedad civil de ambos países.
En Cuba, Francisco llamó al Gobierno a continuar la apertura que ha conducido en los últimos años al restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos y al reposicionamiento público de la Iglesia en la isla. Dado que el papa sabe que el crecimiento del catolicismo se estancó a mediados de la década pasada, sus llamados a que el clero saliera a la calle, sin miedo, a que se reintegrara al pueblo y a que relanzara el culto mariano a la Virgen de la Caridad del Cobre fueron claros mensajes a favor de una recuperación de la fe católica en la isla.
Lo que dijo y lo que calló el papa en Cuba tuvo que ver con ese objetivo, trazado desde antes de su viaje. Cuando habló sobre la necesidad de “servir a las personas, no a las ideologías”, cuando aseguró que el tiempo de las “dinastías y los grupos” se había agotado o cuando pidió que se abandonara “la resistencia al cambio”, lo hizo pensando en el fortalecimiento de la Iglesia en Cuba. Cuando evitó referirse a la persistencia de presos políticos en la isla, cuando no se dio por enterado de la represión contra opositores pacíficos que el Gobierno cubano desató en los mismos días de su visita o cuando visitó a Fidel Castro en su residencia, lo hizo pensando en lo mismo.
Para muchos, esta manera de interpretar y defender el interés nacional de Roma es contraria a la democratización de Cuba y favorable al mantenimiento del régimen comunista. ¿Realmente es así? La democracia y el respeto irrestricto a los derechos humanos y a la dignidad trascendente de la persona son parte central de la doctrina social de la Iglesia. El papa y la diplomacia vaticana entienden que cuanto más sólida sea la presencia de la Iglesia en la isla y más espacios gane en los medios de comunicación, la educación y la cultura, más autónoma será la sociedad civil y más posibilidades de reforma del régimen y tránsito democrático habrá. Si se entrelazan en el análisis las actuaciones del papa en Cuba y en Estados Unidos, adquiere mayor sentido esa lectura del interés nacional de Roma.
Liderazgo de EE.UU.
En el
Congreso de Washington y en las
Naciones Unidas, en Nueva York, el papa defendió una visión geopolítica del mundo que sigue concediéndole un importante liderazgo a Estados Unidos. Cuanto más se abra la política de ese país a las ideas ambientalistas, cuanto menos recurra a la guerra y cuanto más afirme su perfil multicultural, reacio al nacionalismo, la xenofobia o las políticas contra la inmigración, Estados Unidos seguirá desempeñando un papel global beneficioso, según Francisco.
Si en el
Capitolio Francisco honró en sus discursos a
Abraham Lincoln,
Martin Luther King,
Dorothy Day y
Thomas Merton, cuatro figuras religiosas y a la vez políticas, e hizo guiños a la ideología republicana y democrática fundacional de Estados Unidos, en la sede de Naciones Unidas en Nueva York prefirió concentrarse en los desafíos del presente global. Habló a la clase política estadounidense en ese lenguaje mesiánico y cívico familiar, y habló a la comunidad internacional en el tono de alarma y exhortación que merecen la crisis ambiental, el ascenso de las ideologías nacionalistas y xenófobas y la amenaza constante de guerras irregulares que pueden derivar en una conflagración mayor.
Entre ambos viajes el papa sostuvo un proyecto geopolítico en el que se complementan la integración de Cuba en la comunidad internacional, el fin del embargo comercial de Estados Unidos y el aliento al giro político doméstico e internacional que ha dado Barack Obama en Washington. Desde la perspectiva de Roma esa geopolítica, basada en la teoría realista de las relaciones internacionales, es la mejor manera de contribuir a una democratización de Cuba, pero también la forma menos costosa de alentar políticas incluyentes en Estados Unidos.