Esta es la historia de un niño curioso que hacía experimentos de química, de un graduado en Biología, de un homosexual de timidez enfermiza, procedente de familia judía que dejó su Inglaterra natal y se dedicó a vagar en motocicleta por las llanuras de Estados Unidos. Es la historia de un hombre aquejado por la migraña, que practicó compulsivamente la natación y la halterofilia (de la que llegó a ser campeón en California), que se se sumergió en las drogas, que descubrió en el trato con los pacientes neurológicos un mundo apasionante para acabar comprobando que tenía las dotes para transmitírselo a los demás a través de la escritura. Publicó su primer libro a los 40 años.
El mundo hispanohablante conoció los libros de
Oliver Sacks (Londres, 1933 - Nueva York, 2015) a finales de los años 80 a través del editor
Mario Muchnik —publicó
El hombre que confundió a su mujer con un sombrero—, y desde entonces han estado constantemente en las librerías: el actual catálogo de Anagrama contiene una docena de títulos. Lo que nos faltaba a sus fieles lectores repartidos por todo el mundo era una visión global de la personalidad del autor. No porque (a la manera de Montaigne) no se hubiera tomado a sí mismo como sujeto de sus obras: sabemos mucho de sus jaquecas, de su incapacidad para reconocer caras, del accidente que le dejó sin una pierna… Pero no sabíamos nada de su familia, de su formación, de su vida amorosa, del descubrimiento de su capacidad de comunicar.
Tal vez consciente de eso, o quizás queriendo saldar cuentas al final de una larga jornada vital, cerca de los 80 años, y con un cáncer diagnosticado, Sacks emprendió su autobiografía, ayudado por los centenares de cuadernos de diarios que llevó desde los 20 años y por la correspondencia con familia y colegas conservada (incluidas las copias de las cartas que él mismo envió).
Una familia de médicos
Los padres de Oliver Sacks eran ambos médicos, y el padre —a quien atribuye una asombrosa capacidad diagnóstica— siguió ejerciendo hasta avanzada edad. Un hermano suyo era esquizofrénico y supuso una carga constante y penosa para su familia (aunque no para Sacks, quien la abandonó muy joven). Como suele ocurrir en los libros de memorias, afloran aquí y allá retazos de culpa, en esta ocasión por la dejación de los deberes familiares.
Como suele ocurrir en las memorias, afloran retazos de culpa, aquí por la dejación de los deberes familiares
El tema de la homosexualidad pespuntea toda la obra, a partir del relato de una temprana observación que le hizo su padre: que al joven Oliver no parecían interesarle las mujeres.
Su madre recibió la noticia de forma mucho más negativa (y judaica): “Eres una abominación. Ojalá no hubieras nacido”. De hecho, su preferencia sexual fue revelada públicamente solo en estas tardías memorias y tiene en ellas un tratamiento sobrio y delicado. En el curso de esta vida narrada se van señalando las apariciones de parejas amorosas de corta duración, seguidas por un intervalo de 35 años de abstinencia, para acabar, muy al final de sus días, en una auténtica relación amorosa. Precisamente a su pareja está dedicado este libro.
Las aportaciones de Sacks han sido obras sobre enfermedades con sorprendentes síntomas de base neurológica (
El hombre que confundió a su mujer con un sombrero) o sobre grupos humanos con características especiales (
Veo una voz: viaje al mundo de los sordos o
La isla de los ciegos al color). Sus relatos no solo son acertadas descripciones de cómo se desenvuelven personas o colectivos
diferentes, sino que tienen también un carácter altamente literario, como ha reconocido la crítica y una muchedumbre de lectores. De su fuerza y capacidad de conmover son testigo las diversas adaptaciones cinematográficas o teatrales de sus obras o los documentales que inspiraron.
Sacks se interesó por aspectos evolutivos de la actividad cerebral en la especie y en el individuo
Quizá resulte difícil explicar cómo una etnografía de la enfermedad mental puede llegar a cautivar de esta manera, pero hay que tener en cuenta que el autor declara que su intención fue hacer, a lo Clifford Geertz, una descripción
densa (y no
espesa, como incorrectamente se traduce el original
thick). La descripción densa es la que da cuenta de la increíble condensación de contenidos que constituyen cualquier realidad, y tiene la ventaja de proporcionar información sobre ella a lectores muy distintos. Por eso en sus libros aparece siempre el ser humano tras el paciente y el cerebro y la mente tras los síntomas observados.
Además, a lo largo de su vida fueron apareciendo técnicas de registro directo de la actividad cerebral, de modo que a las observaciones clínicas se fueron superponiendo los nuevos datos aportados. El lector de estas memorias asiste a la clarificación de las fascinantes bases anatómicas de procesos patológicos que también forman parte de nuestra vida normal.
Comunicador
Sacks fue un investigador activísimo que entabló correspondencia con algunos de los científicos más destacados de su época, como el codescubridor del ADN, Francis Crick. Coincidió con él en el interés por uno de los misterios comunes a la psicología, a la neurología y a la filosofía: el surgimiento de la conciencia. También le interesaron aspectos evolutivos, en la especie y en el individuo, de la actividad cerebral. Además, fue un gran comunicador, habitual autor de artículos en diarios y en revistas como
The New York Review of Books y
The New Yorker (que recopilados dieron lugar a nuevos libros) y un conferenciante eficaz: en su sitio web se puede aceder a una bonita charla TED sobre las alucinaciones. Hasta su muerte el pasado agosto estuvo en contacto con sus lectores: escribía sobre los a veces terribles síntomas de sus metástasis, sobre su actitud ante el dolor y la llegada de la muerte.
El libro aparece precedido por un lema del filósofo Kierkegaard: “La vida hay que vivirla hacia delante, pero solo se puede comprender hacia atrás”. Este ejercicio crepuscular de Sacks le sirvió para ordenar y dar sentido a esa trayectoria que le llevó de las largas rectas hipnóticas a lomos de su moto a los asombrosos recovecos de la mente de sus pacientes. Y sus lectores comprendemos un poco mejor lo que hizo y por qué le salió tan bien.