Un paseo por el jardín moderno
La muestra de la Royal Academy de Londres repasa el papel de las florestas en la pintura desde Monet hasta Matisse
Las palabras vanguardia y jardín tienen poco en común a priori. La primera denota ruptura, subversión y dinamismo. Los jardines, en cambio, son bucólicos y acogedores. O así por lo menos dice la historia. Algunos de estos artistas recurrieron a los jardines por la oportunidad que ofrecían de explorar la luz y el color, pero fueron más numerosos los que se apasionaron por el cuidado de las plantas, volviéndose igual de hábiles tanto en el uso del pincel como en la poda. En la Europa de fin de siglo fascinada con la horticultura, en cuyas capitales los jardines se volvían por primera vez un espacio de ocio posible para las clases medias, los artistas se volvieron testigos y cómplices de este entusiasmo colectivo. “Quizá debo a las flores haberme convertido en pintor”, comentaba Monet. Maestro de los pintores de jardines y de flores, su obra y figura sirve como hilo conductor a los comisarios de la muestra.
En la Europa de fin de siglo los jardines se volvieron un espacio de ocio posible para las clases medias
El Jardín de Monet en Argenteuil (una esquina del jardín con dalias), de 1873, se contrapone al cuadro de Renoir, Claude Monet pintando en su jardín en Argenteuil, del mismo año. La tercera pintura que anticipa el paisaje que recorrerá el visitante es Huerto de L’Hermitage, Pontoise de Camille Pissarro (1877). Los críticos contemporáneos arremetieron contra el artista tildándole de jardinero impresionista especializado en coles. Esta pintura preludia una exposición que estira la definición del jardín dando cabida a huertos, jardines públicos, terrazas, jardines en tejados o jardines abandonados.
Varias imágenes no muestran jardines —el cuadro de William Nicholson hace un homenaje a la diseñadora de jardines británica Gertrude Jekyll a través de sus botas Balmoral—. La sala dedicada a las cartas de jardinería de Monet, que contiene varios manuales de horticultura de la época hermosamente ilustrados, abre una puerta al espacio del invernadero y confirma la sospecha de que se trata de una exposición dirigida tanto a los amantes del arte como a los amantes de la jardinería.
Genealogía de un espacio
La exposición sugiere nuevos caminos en la comprensión de cómo trabajaron estos artistas y por qué escogieron pintar lo que pintaron. Estructurada en salas temáticas, traza una genealogía del jardín desde el impresionismo pasando por las diversas interpretaciones que ofrecieron las vanguardias del siglo XX en Europa (España, Alemania y los países escandinavos) así como en Estados Unidos. Los jardines de los artistas españoles Joaquín Sorolla, Joaquín Mir y Rusiñol rivalizan en la sala de jardines internacionales con las obras de
John Singer Sargent y Dennis Miller Bunker. Hasta aquí la exposición es un maravilloso despliegue de placer sensorial, cuando se analiza el papel de la vanguardia en el cambio de siglo la muestra despliega todo su potencial.
La mirada que los artistas posimpresionistas dedican a los jardines está menos interesada en la horticultura que en apropiarse de estos lugares con el fin de transformar y deformar el espacio pictórico, confrontando asimismo sus propios miedos y fantasías. Los jardines que Van Gogh pintó en el psiquiátrico de Saint-Rémy son algunos de sus paisajes más potentes y abrumadores. A su lado, Matisse convierte los jardines de Marruecos en campos de color saturado, allanando el camino para algunos de los acontecimientos más importantes del arte del siglo XX. Unos pasos más allá, el recorrido continúa con Murnau Garden II, de Vasili Kandinsky. Pintada en un pueblo bávaro en 1910, cuando el artista ruso se encontraba en la cúspide de la abstracción, la ruptura de la perspectiva hace que el jardín caiga vertiginosamente hacia el espectador. Dos pequeñas obras de Paul Klee transfiguran el jardín en un lugar de sueños inquietantes, mientras que las obras de Edvard Munch y Gustav Klimt inquietan ayudadas por el enfoque experimental de la composición.
Monet cierra la exposición, con cuatro inmensos y absorbentes lienzos de su estanque de nenúfares, su mayor legado, en los que las tierras circundantes se pierden de vista y el tiempo y el espacio se disuelven en un resplandor de luz y color, acercando su jardín a la abstracción pura. Pintados durante los años de la Primera Guerra Mundial, suena veraz la historia de que Monet se negase a dejar Giverny, incluso cuando los cañones del frente occidental podían escucharse en la distancia.
Royal Academy de Londres
Hasta el 20 de abril de 2016