13/10/2024
Ideas

400 años de retraso

El texto de la rehabilitación de Galileo habla de “errores cometidos por ambas partes” y de “doloroso malentendido del pasado”

Toni Pou - 18/03/2016 - Número 26
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Aunque la condena a Galileo tuvo consecuencias negativas para la ciencia italiana, la teoría copernicana fue ganando aceptación en la comunidad científica. A pesar de ello, a principios del siglo XIX la iglesia todavía prohibía la publicación de obras de algunos de sus miembros en las que se sostenía que la Tierra giraba alrededor del Sol. Aunque en 1835 el Diálogo dejó de aparecer en el índice de libros prohibidos por la iglesia, la postura oficial sobre el caso Galileo no cambió en nada respecto a la de cuando se dictó la condena. En 1850 el prefecto de los Archivos Secretos del Vaticano, Mario Marini, publicó un libro en el que tildaba la conducta de Galileo de incoherente o maliciosa, y calificaba el comportamiento de la iglesia de moderado y sabio. La Academia Pontificia impidió en 1942 la publicación de un libro de monseñor Pio Paschini, rector magnífico del Pontificio Ateneo Lateranense. La prohibición se mantuvo durante más de 20 años hasta que en 1964, dos años después de la muerte de Paschini, se publicó la obra con más de 100 modificaciones que alteraban sustancialmente la tesis del autor y la devolvían a la intransigencia en la que estaba instalada la iglesia en la época de Galileo.

En 1982 el papa Juan Pablo II creó la comisión de estudios galileanos, que culminó su trabajo al cabo de 10 años con lo que se ha conocido como la “rehabilitación de Galileo”.  En 1993 Juan Pablo II afirmaba sobre el caso Galileo que “las aclaraciones aportadas por los estudios históricos recientes permiten afirmar que ese doloroso malentendido pertenece al pasado”. Según el papa, “el caso Galileo se había convertido en el símbolo del supuesto rechazo del progreso científico por parte de la iglesia y este mito había propagado la idea de una cierta incompatibilidad entre la actividad científica y la fe cristiana. Gracias a la comisión —seguía— los errores cometidos por ambas partes han sido expuestos con toda lealtad”. Comparaba a Copérnico y Galileo con una aproximación repleta de falsedades históricas: “Copérnico mostró siempre la prudencia del investigador que no tiene la prueba definitiva de la tesis que defiende, que había enseñado con convicción su teoría y que, puesto que no tenía pruebas, no la había querido publicar como definitiva”. Destacaba que Copérnico presentara en su célebre De revolutionibus orbium coelestium el heliocentrismo como una mera hipótesis.

En 1982 el papa Juan Pablo II creó una comisión de estudios que rehabilitó a Galileo en 1993

En cambio, según el papa, “Galileo difundió la teoría copernicana como doctrina verdadera, cosa que suscitó la reacción de las autoridades eclesiásticas del momento”. Acababa alabando “la erudición prodigiosa y la fuerza moral de Copérnico, que encarnaba la imagen del humanista prudente, un intelectual preocupado por conciliar la tradición con una exploración valiente de las nuevas fronteras que abría la ciencia, manteniendo la fidelidad a un método científico riguroso al mismo tiempo que hacía compatible la teología y la filosofía”.

Lo que no se mencionaban era que cuando Copérnico publicó su libro defendía la independencia de la investigación científica respecto de la teología. Había dejado escrito que “las matemáticas se escriben para los matemáticos y que si había charlatanes que, aduciendo algún pasaje de las Escrituras malignamente distorsionado, se atreven a rechazar y atacar esta estructuración mía… no haré caso de ellos y condenaré su juicio como temerario”. Es cierto que su obra fue publicada después de su muerte, con un prólogo anónimo en el que se afirmaba que la teoría que se exponía no era más que una hipótesis de cálculo. Este prólogo era un fraude que ya denunciaron judicialmente los propios amigos del autor. Copérnico presentaba su teoría como una descripción verdadera del universo. Nadie dudaba de ello en el siglo XVI, nadie lo duda hoy y nadie lo dudaba en 1993, cuando Juan Pablo II presentó las conclusiones de su comisión de estudios galileanos y, supuestamente, rehabilitó a Galileo.