13/10/2024
Música

Bob Dylan eléctrico

En noviembre aparecerá un cofre que reúne los directos de 1966, cuando el último premio Nobel de Literatura se pasó al rock

Carlos Reviriego - 14/10/2016 - Número 55
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Bob Dylan eléctrico
Express Newspapers / Getty
El canon de los injustos asegura que Bob Dylan (Duluth, Minnesota, 1941) es un gran compositor, no tanto un intérprete. Patrañas. El canon de los injustos se articula desde la ignorancia. Si algo distingue al autor de The Times They Are A-Changin’ (1964) de todos los demás es que nunca canta la misma canción exactamente del mismo modo. De hecho, el genio de Duluth considera sus temas perfectamente alterables, inconclusos. Son organismos mutantes cuyas variaciones a lo largo del tiempo impiden establecer el texto definitivo de sus composiciones. El “Like a Rolling Stone” que entonaba en 1965 es realmente distinto al que intepreta hoy, y muchos de sus temas clásicos han pasado por mutaciones no solo musicales, sino en las propias letras, que el cantante ha ido variando como reacción a sus avatares biográficos. Especialmente significativos son los cambios que fue introduciendo en el tema “Going Going Gone” a medida que iba distanciándose de su primera mujer y musa Sara Dylan, por ejemplo, o en “Simple Twist of Fate” o incluso a una pieza en teoría tan inalterable como “Knockin’ on Heaven’s Door”.

Sostiene Stephen Scobie en su estudio Alias Bob Dylan Revisited (Red Deer Press, 2003) que solo cabe considerar el verdadero contenido de cada uno de sus temas como la suma de sus interpretaciones a lo largo de los años, es decir, la historia total de la canción: “Sus canciones no son una serie de palabras o notas musicales fijas, sino un espacio fluido, un área para la intepretación, un territorio musical y temático en el que toda versión solo puede ser provisional”. En la misma línea se expresa Paul Williams, el analista del arte dylaniano más perceptivo respecto a la dimensión de Dylan como intérprete de sus propias composiciones, cuando asegura que su voz “es tan expresiva sobre lo que siente en cada momento que sería erróneo decir que una variante melódica, rítmica o lírica es más fiel a las intenciones del tema que otra cualquiera”. Por eso Dylan es el artista más pirateado y con la parroquia más fiel y obsesiva de la cosmogonía musical. Por eso no dejan de circular clandestinamente grabaciones de todas y cada una de sus interpretaciones, prácticamente desde su primera grabación conocida (con 17 años) hasta el concierto que dio el 13 de octubre en Las Vegas y que dará este viernes en Indio, California.

Es el artista más pirateado y con la parroquia más fiel y obsesiva de la cosmogonía musical

No tendría mucho sentido editar cada uno de los conciertos de una gira cualquiera de la mayoría de los cantantes pop, porque cada noche es como la copia en papel carbón de la anterior, tanto en la lista de canciones como en la interpretación. Con Bob Dylan nunca se sabe qué se puede esperar. Puede ser una tarde nefasta pero también una que haga historia. De un día para otro. Bajo esta conciencia de que el Dylan-intérprete es tan relevante o más que el Dylan-compositor, Sony edita el 11 de noviembre —cuando el artista estará viajando de South Carolina a North Carolina, embarcado un día más en “The Never Ending Tour”, que arrancó en 1988— una caja de 36 discos titulada Bob Dylan: The 1966 Live Recordings. Se trata de casi todos los directos de su mítica gira internacional de 1966, de Pittsburgh a Sydney, por Estados Unidos, Europa y Australia, aquella en la que se electrificó por completo para hacer tambalear los cimientos de la música popular, aquella que quedó registrada bajo los efectos de la febril intoxicación cocainómana en la incatalogable película Eat the Document, dirigida por el propio Dylan.



Canta Dylan en “Visions of Johanna” que “el fantasma de la electricidad aúlla en los huesos de su rostro”, y realmente fue así, como un fantasma, como el público congregado en aquellos conciertos percibió la electrificación de su música, en bolos estructurados en dos bloques, uno acústico y otro eléctrico acompañado de The Hawks que, liderados por Robbie Robertson, más tarde se harían llamar The Band (of Bob Dylan). Un fantasma que les asustaba y les irritaba. Invocar las ondas espectrales de la electricidad era una traición a los puristas del folk, a los irredentos fans que habían encontrado la voz de su generación en “Blowin’ in the Wind” y “Masters of War”, pero que creían haberla perdido en “Maggie’s Farm” o en “Ballad of a Thin Man”. La audiencia se dividió de forma irreconciliable. Un tipo gritó “¡Judas!” en el concierto de Manchester del 17 de mayo y Dylan le contestó desde el escenario: “No te creo, eres un mentiroso”, para dar paso a una incendiaria versión de “Like a Rolling Stone”. El acontecimiento puede escucharse en el cuarto bootleg que editó Sony en 1998, y puede verse en la película documental de Martin Scorsese No Direction Home: Bob Dylan (2005).

El cantante no populista

“No era el primer artista que no daba a su público lo que quería, pero sí era el primero en hacerlo tan alto”, rezaba un texto promocional del álbum The Royal Albert Hall Concert. Y con tanta insolencia y convicción, podría añadirse. Tony Glover comparó los conciertos de la gira de 1966 que ahora se editan oficialmente con los actos de subversión cultural de Igor Stravinsky en 1913 (La consagración de la primavera) o de Antonin Artaud en 1935 (con el teatro de la crueldad), cuando se vivieron altercados en los teatros parisinos ante el estreno de sus vanguardistas obras. Como entonces, la gente abandonaba la sala, lanzaba objetos, silbaba y gritaba, tendía a considerar aquello una blasfemia artística innominable. En su investigación Like the Night (Helter Skelter Publishing, 1998), el periodista C. P. Lee narra la detallada crónica de los hechos como testigo. Casi 40 años después del concierto se propone resolver el enigma del rock y desenmascarar al hombre que gritó “Judas” en el Free Trade Hall de Manchester. Encuentra a dos personas que claman ser el estudiante enfurecido —Keith Butler y John Cordwell—, con versiones igualmente convincentes, así que decide practicar un análisis tecno-sonoro de sus gritos y los resultados no son concluyentes. Podrían ser los dos. El misterio queda irresuelto.

Es casi imposible pensar en otro músico popular que haya tenido que educar a su público para escuchar aquello que no estaba preparado para escuchar. Es el precio de la honestidad creativa, de alquien que solo quería cantar sus canciones a su modo y no como le pedían que lo hiciera. En alguno de sus supuestos, por lo tanto, esta caja de 36 CD con los conciertos del 66 rescata en su mejor calidad posible (grabaciones de la mesa de mezclas, de la compañía CBS y del público) ese proceso de aprendizaje, transformador para Dylan y para la música, que ahora cumple nada menos que medio siglo. Junto al monumental The Bootleg Series Vol. 12: The Cutting Edge 1965-1966 —todas las grabaciones de estudio del mismo periodo— editado el año pasado, este nuevo lanzamiento de los archivos del santo grial dylaniano completa un díptico definitivo sobre el proceso de mutación más controvertido y estudiado de la historia del rock. Tras cuatro meses de gira, Dylan regresó a Estados Unidos, se rompió el cuello en un accidente de moto y desapareció de los focos durante 20 meses. Cuando se volvió a saber de él, era otro hombre: un poeta barbudo, un padre de familia, un ermitaño recluido en el sótano de Woodstock. El fantasma de la electricidad aullaba en los huesos de su rostro.

Bob Dylan: The 1966 Live Recordings
Bob Dylan: The 1966 Live Recordings
Bob Dylan
Sony
A la venta el 11 de noviembre.