26/4/2024
Política

Influencia tras el aislamiento

El diplomático Francisco Villar explica cómo fue la Transición española en el exterior

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La madrugada del 17 de octubre de 1991 el secretario norteamericano de Estado, James Baker, telefoneó al ministro de Asuntos Exteriores español, Francisco Fernández Ordóñez. Quería saber si el gobierno estaría dispuesto a organizar en Madrid una conferencia de paz sobre Oriente Medio. Debería celebrarse en apenas dos semanas. Estados Unidos y la Unión Soviética actuarían de patrocinadores. El primer ministro israelí había dado su consentimiento. Habría una delegación jordano-palestina. Siria y Líbano también estarían presentes. Baker había propuesto La Haya pero los sirios se opusieron. Los israelíes vetaron Ginebra. El consenso fue imposible sobre otras capitales europeas. Madrid era una de las últimas opciones que quedaban. Parecía que las partes estaban de acuerdo. ¿Creía el ministro que España podría asumir el reto en tan poco tiempo? Ordóñez no se lo pensó y dijo que sí. Quince años antes España era un Estado marginal, sin influencia exterior, y ahora se había ganado el derecho a mediar en un conflicto como el que enfrentaba a Israel y Palestina. ¿Qué había pasado?

Francisco Villar lo explica en su último libro, La transición exterior de España (Marcial Pons Historia, 2016), un recorrido por la diplomacia española entre 1976 y 1996. Villar es diplomático. Entró en la carrera en 1971 y se jubiló en 2013 con el rango de embajador. Ocupó importantes destinos en la administración exterior y en organismos internacionales. Fue embajador en la ONU, Francia y Portugal. Felipe González, que firma el prólogo, reconoce que “a finales de los 80 y en la primera mitad de los 90 tenía la convicción de que nuestro país se había reconciliado consigo mismo y con el mundo”. Durante este periodo él fue presidente del gobierno. España había pasado del aislamiento a la influencia, y Villar utiliza esta idea para reforzar el título de su estudio.

Muerto Franco en 1975, España intenta reincorporarse a la comunidad internacional con un enorme lastre. Acaba de entregar el Sáhara a Marruecos y Mauritania, una decisión, según Villar, “vergonzante y al margen de la legalidad internacional” que desestabilizó el Magreb. El problema aún no se ha superado.

La nueva diplomacia española arrancó con EE.UU. y la Santa Sede. Había que normalizar relaciones con medio mundo, especialmente con los vecinos —Francia y Portugal— y superar obstáculos para que España se incorporara al Consejo de Europa, la Comunidad Europea y la OTAN. No fue fácil. Si la transición interior se superó en 1982 con la llegada del PSOE al poder —la alternancia homologó la democracia española—, la transición exterior se demoró seis años más por culpa, en gran medida, de Francia —España en la CE era un reto para su agricultura— y de la división ideológica que provocó la adhesión a la OTAN y que requirió un referéndum.

España acabó ocupando su lugar en las comunidades europeas ,pero de ahí a tener influencia había un trecho. Iberoamérica era un territorio, a priori, adecuado para aumentar el peso diplomático. Pasar de una relación basada en “la madre patria” a una entre iguales tampoco fue fácil. La historia y la lengua común no garantizaban, por sí solas, una relación privilegiada. El colonialismo era un lastre que la monarquía se esforzaba en superar con éxito desigual. Tal vez por eso Villar toque las relaciones con América Latina de manera tangencial. El libro, que sigue una estructura cronológica, se centra, sobre todo, en Europa, la apuesta de González por estar en el núcleo duro de la Unión.

La política Mediterránea, bajo la dirección de Jorge Dezcallar, fue cogiendo más y más peso. Era un territorio bajo la tradicional influencia diplomática francesa, que España cultiva con discreción, especialmente en el Magreb. Madrid quiso trasladar al Mediterráneo el espíritu de Helsinki, una conferencia que aunara cooperación y seguridad entre las dos orillas, que incluyera a Oriente Medio y el golfo Pérsico, que aprovechara el final de la guerra fría y el triunfo de la coalición internacional en la guerra del Golfo para corregir la enorme desigualdad económica entre Europa y el norte de África y expandir la democracia por la región más conflictiva del mundo. Como señala Villar, la iniciativa era demasiado ambiciosa y nunca tuvo el apoyo decidido de EE.UU. y los socios europeos. Ni siquiera los árabes defendían una posición común.

A pesar del fracaso, España había demostrado su influencia y capacidad de liderazgo. Las relaciones con Israel, establecidas en 1986, eran excelentes y lo mismo puede decirse de las que se mantenían con Siria, Jordania, Líbano, los palestinos y las monarquías del Golfo. Fue gracias a esta envidiable posición diplomática por lo que Baker telefoneó a Ordóñez aquella madrugada de 1991. La conferencia de Madrid, patrocinada por el presidente estadounidense, George Bush, y el líder soviético, Mijail Gorbachov, lanzó el proceso de paz entre israelíes y palestinos que culminó, dos años después, con los Acuerdos de Oslo. La iniciativa de un Helsinki en el Mediterráneo tuvo una segunda oportunidad en Barcelona, en 1995, en una conferencia de la que salió el compromiso de construir “un espacio común de paz, estabilidad y prosperidad”.

Con Aznar, desolación

A partir del acceso del PP al poder (marzo de 1996), la política exterior española, como señala Villar en el epílogo, “perdió pulso y ambición”. España “perdió protagonismo en el incipiente desarrollo de la identidad europea en materia de seguridad y defensa”. En cambio, reforzó su presencia en la OTAN y los lazos con EE.UU., hasta el extremo de que, durante la segunda legislatura de Aznar (2000-2004) la política exterior española —“ideologizada, simplista y unidimensional”— quedó subordinada a EE.UU. Villar lamenta que Aznar se aliara con los neoconservadores norteamericanos para atacar Irak (la foto de las Azores), se mostrara agresivo con Cuba y Marruecos (Perejil), hasta el extremo de destruir gran parte de la influencia diplomática de España en Europa, Oriente Medio y América Latina. El panorama de la política exterior en 2004 “era desolador”. “El edificio construido con mucho esfuerzo desde 1976 —concluye Villar— resultaba casi irreconocible”. Tanto que aún no ha sido posible restaurarlo.

La transición exterior de España Del aislamiento a la influencia (1976-1996)
La transición exterior de España Del aislamiento a la influencia (1976-1996)
Francisco Villar, Marcial Pons
Historia, Madrid,
2016, 270 págs.