Lynsey Addario. El momento decisivo de una fotoperiodista
Estas memorias son un relato honesto y apasionado de la profesión de Addario y de su empeño por contar la realidad de manera precisa
Su vocación nació mientras pasaba horas y horas en el tejado de su casa intentando fotografiar la luna. Subía hasta allí cada noche cargada con decenas de rollos de película en blanco y negro y sin trípode, con una paciencia que, sin saberlo, la estaba preparando para su futura profesión. Cuenta también que, por entonces, era todavía demasiado tímida para apuntar con su cámara a la gente con la que se cruzaba, por eso se detenía a captar la esencia de aquello que permanecía inmóvil ante sus ojos: las flores, los cementerios y los paisajes sin personas. Hasta que un día, una fotógrafa amiga de su madre la enseñó a revelar en un cuarto oscuro. Addario sintió algo extraordinario cuando, como por arte de magia, “aparecían en el papel las naturalezas muertas de tulipanes y lápidas”.
Su vocación nació mientras pasaba horas y horas en el tejado de su casa intentando fotografiar la luna
Nunca se planteó ser fotógrafa profesional porque creía que “los fotógrafos eran gente rara, chicos ricos sin ambiciones”, y no quería ser una de esas personas. Estudió Relaciones Internacionales y, más tarde, se fue a Italia a estudiar Economía y Ciencias Políticas en la Universidad de Bolonia. Se entregó sin remedio a la fotografía callejera. Aquel año recorrió Europa con una mochila, “fotografiando mejillas rubicundas en Praga y los baños termales nudistas de Budapest, la costa de España y las atestadas calles de Sicilia. Me empapé de la arquitectura y las obras de arte que había visto en los libros toda mi vida”. Aquello la inspiraba para fotografiar más aún y cuanto más viajaba, más anhelaba una vida viajera. El año que pasó de mochilera fue quizá el momento decisivo en el que su vocación terminó de forjarse.
Su vocación nació mientras pasaba horas y horas en el tejado de su casa intentando fotografiar la luna
En el instante preciso es un relato de una honestidad abrumadora que recorre la pasión y la valentía de
Lynsey Addario por su profesión y por hallar la manera más precisa de contar la realidad. Pero antes de que fuera una fotoperiodista de guerra premiada con un Pulitzer, tuvo que malvivir como fotógrafa eventual para diferentes publicaciones. La cuestión era cómo avanzar en un oficio tan competitivo. Addario cuenta que primero consiguió un trabajo como corresponsal a tiempo parcial para la Associated Press en Nueva York, y una vez que tuvo experiencia, “me arriesgué y viajé primero a Cuba, luego a la India, Afganistán, México D.F… Me encontraba cómoda en lugares que a la mayoría de la gente le parecían aterradores, y a medida que veía más mundo, mi valor y mi curiosidad aumentaban”. Una exposición de Sebastião Salgado que visitó en Buenos Aires le cambió la vida: “Enormes imágenes de trabajadores pobres de todo el mundo, que se afanaban duramente en condiciones espantosas. Las fotos eran un enigma para mí. ¿Cómo había conseguido el autor captar la dignidad de sus protagonistas?”. Addario explica el impacto que le produjo ver esas fotos: “Me convencí entonces de que quería contar historias a la gente a través de las fotos; hacer justicia a su humanidad, como había hecho Salgado, y provocar la misma empatía por las personas que yo sentía en aquellos momentos. Dudaba de si sería capaz de captar nunca tanto dolor y tanta belleza en un único fotograma, pero yo era muy apasionada”.
Una mañana de septiembre de 2001, aunque era demasiado joven, tenía 22 años, y terriblemente inexperta, se dio cuenta de que era una de los pocos fotógrafos que habían trabajado previamente en el Afganistán de los talibanes. “No se me había ocurrido que ir allí en realidad sería ir a la guerra, y, en cambio, me preocupaba lo que les ocurriría a los civiles, a las mujeres que había fotografiado, secuestradas en sus casas de Kabul, Ghazni y Logar.” Cuando le preguntan a Addario por qué hace este trabajo, por qué arriesga su vida por una fotografía, responde: “Cuando estoy haciendo mi trabajo, me siento viva y soy yo misma. Me hallo en el instante preciso. Estoy segura de que existen otras versiones de la felicidad, pero la mía es esta”.
Lynsey Addario
Traducción de Ana Herrera
Roca Editorial,
Barcelona, 2016,
384 págs.