26/4/2024
Series

El caso. Del franquismo al 'vintage'

La serie es un homenaje al periódico de sucesos que llegó a imprimir tiradas de 400.000 ejemplares cuando informaba de algún gran escándalo

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El caso. Del franquismo al 'vintage'
Enrique Rubio y un fotógrafo del periódico en 1957. EL CASO
El más denostado de todos los periódicos, El Caso, ha venido a traer a TVE la emoción del periodismo. Hay una lucha de clases en la cultura en la que los más humildes parecen servir al poder, pero luego se demuestra que el poder eran los otros. El Caso, que fue una revista policial dentro de una dictadura militar, aparece en esta serie, que produce Fernando Guillén Cuervo, como paradigma de la búsqueda de la verdad. Y la serie es apasionante porque tiene razón. Se trata de una verdad que está ahí fuera, pues la de dentro está vedada, una verdad como la que buscaban Mulder y Scully en Expediente X, pero aquí salen a por ella Clara López-Dóriga y Jesús Expósito (que son Verónica Sánchez y Fernando Guillén Cuervo). El ser y la nada. Un apellido de inclusa, sin pasado, y un doble apellido articulado por la bisagra del clasismo y de la doble moral. Un exmadero encallecido metido a periodista y una niña bien probando los primeros callos.

Chivatazos y sucesos

Que El Caso era un periódico policial queda manifiesto en cómo sus firmas estrella fueron celebradas públicamente por la policía. A Enrique Rubio, el hombre en Barcelona (ciudad donde se vendía un tercio de la tirada), el especialista en timos al que leían impresionados los inmigrantes recién llegados, el periodista que conducía un Fiat 1500 de importación con la cabecera del periódico pintada en la chapa, la Policía Nacional le va a nombrar comisario de honor.

A Margarita Landi, viuda muy joven (fue en la Guerra Civil), luego liada con el administrador de los jesuitas en Madrid, con el cual acabará viviendo en Panamá, los policías le abren las puertas de los interrogatorios. Mientras los chorizos cantan en una silla de comisaría, Margarita Landi toma apuntes. Sus dos pipas, la del tabaco y la pistola de pega que en realidad hace fotos, su Volkswagen descapotable rojo, cuando la madera quiere darle un chivatazo se refiere a ella como “el inspector Pedrito”. Es uno de los suyos. Lo de los coches, lo de la pistola…, todo eso lo explica Juan S. Rada en El Caso. Semanario de sucesos (Grupo Editorial 33, 2011), el libro que escribió con motivo del 60 aniversario de la publicación.

Pedro Costa Musté, que fue redactor de El Caso a la vez que miembro clandestino del PCE, y luego reconocido director de cine (El caso Almería, 1981), y de series de televisión (La huella del crimen, 1985), abunda en el carácter policial del semanario: “Las fotos de los delincuentes nos las proporcionaba directamente la policía, eran fotos del carnet de identidad. Unas veces se equivocaban porque se trataba de otra persona con el mismo nombre, y otras nos metían fotografías de antifranquistas haciéndolas pasar por retratos de timadores”, explica. En su época de periodista de El Caso, Pedro Costa cubrió el proceso de Burgos dando noticia de las torturas de los presos, ilustrando con fotos domésticas y no de la policía, y lo hizo con una audacia de la que la prensa llamada seria no era capaz. Tanto que Pedro Costa cuenta que aquellas navidades recibió una felicitación de ETA. Sus artículos habían trascendido al público habitual de El Caso y ahora se devoraban entre los círculos que despreciaban la publicación. Es el momento en que los periodistas de El Caso empiezan a ir al lugar donde ocurren los hechos y no a la policía para recabar información.

Otro reportaje de gran repercusión que Pedro Costa publicó en El Caso, y que señalaba la criminal connivencia del régimen con la especulación inmobiliaria, fue la denuncia de Jesús Gil y Gil por la catástrofe de los pisos hundidos en Los Ángeles de San Rafael, que se saldó con 57 muertos. La revista solía tirar unos 200.000 ejemplares, pero si el escándalo era de aúpa alcanzaba los 400.000.

La serie negra ha hecho últimamente las paces con el orden, ha pactado con lo que llamó una vez el establishment. Se ve por ejemplo en las novelas de Dennis Lehane y de George Pelecanos (autores popularizados en el mercado español por haber sido guionistas, junto con Richard Price, de la serie The Wire). En Pelecanos, en Lehane, el protagonista vuelve a ser un policía visto desde el lado humano. Hay una complacencia en su función social, una comprensión de su razón de ser. Habían sido más críticos los padres fundadores. El exdetective comunista Dashiell Hammett o el escéptico y romántico Raymond Chandler nunca se mostraron en sus novelas muy amigos de polizontes, prefirieron el detective privado, el mundo civil.

Fernando Guillén Cuervo, lector de Raymond Chandler, admirador del Jack Nicholson de Chinatown (Roman Polanski, 1974), fascinado por el personaje de Germán Areta, que hacía Alfredo Landa en El crack (José Luis Garci, 1981) explica que fue hace 13 años cuando encontró encuadernada una colección de El Caso en la cuesta de Moyano, y así tuvo la idea de la serie. Por eso el personaje que evoca a Margarita Landi se llama Margarita Moyano. La redacción de la tele está llena de evocaciones. El ufólogo del Opus Aníbal de Vicente es un trasunto de Enrique de Vicente, el fervoroso contertulio de Cuarto milenio y antiguo fundador de la revista Año/Cero.

El régimen franquista se sustentaba en el miedo, y El Caso, dirigido por Eugenio Suárez, falangista de primera hora, miembro de la División Azul, corresponsal en Budapest hasta que entraron los rojos, no vendía régimen, pero sí vendía miedo colgado en las tablas de los quioscos. Era una Falange que se consideraba en todo superior al franquismo, y que sin embargo se veía sometida a él, un grupo de escritores que se había abocado a la prensa, al papel, para controlar la propaganda, por supuesto, pero también por el mero hecho de que era letra escrita. El falangismo, desde tiempos de José Antonio, Foxá, Sánchez Mazas, Giménez Caballero, Eugenio Montes y Juan Aparicio, fue un estilo literario, una manera de escribir, otra revolución pendiente. El gusto por lo folletinesco, por la literatura popular lo traía Eugenio Suárez desde muy joven, y parece que a los 18 ya había publicado novelas por entregas. Antes de fundar El Caso, Suárez fue censor de la Dirección General de Prensa y, cuando lo dejó, su plaza la ocupó Camilo José Cela. El éxito de El Caso le sirvió a Suárez para lanzar otras cabeceras, entre ellas la humorística El cocodrilo Leopoldo y la muy leída Sábado gráfico, donde recogió y dio de comer a reconocidos rojos vueltos del exilio como José Bergamín.

Un semanario de culto

El rojo de la pastilla carmesí, el color sangre de la cabecera, los titulares enormes también en letras rojas escupiendo los nombres del Jarabo, del Lute, aullando en plena calle palabras como “timo”, “quinqui”, “crimen”, “asesinato”. Fernando Guillén Cuervo recuerda leer de niño El Caso yendo a casa de su abuela, en el barrio de Aluche. Y en su fascinante interpretación del periodista Jesús Expósito se ve precisamente al chaval que creció en tiempos de aquella gente. Y porque él lo hace con admiración, desprende tanta admiración su personaje. Da la impresión de que Guillén Cuervo haya deseado toda su vida tener esta edad, que era la edad crepuscular de los viejos zorros, tipos duros de aquella manera antigua, los primeros que conoció y le pasmaron. La serie está ambientada a mediados de los años 60, cuando entró en vigor la ley Fraga de censura previa. “Es una etapa en que España está empezando a cambiar. Nosotros queremos señalar esas ganas de cambio, pero a la vez mostrar una España pobre y marginal que todavía existía”, dice.

La dialéctica, la lucha interior es el motor profundo de la serie. Es el conflicto de unos periodistas que se sienten tan alejados de la Brigada Criminal como del mundo de los delincuentes, y sin embargo están contagiosamente, íntimamente próximos a ambos. El conflicto del director del periódico, que siendo hombre de orden y de golpe de Estado con Guerra Civil se enfrenta a la censura de los que en cierto modo siguen siendo los suyos (de Eugenio Suárez es la famosa frase: “¿Y para esto hemos muerto un millón de españoles?”). Es el conflicto de un periodismo que escribe crónica negra en un país donde está perseguida la crónica roja. Todo esto, narrado con una atmósfera muy intensa: combates nocturnos de boxeo, morgues, forenses en corpiño, baretos de periodistas, descampados, cadáveres con rosarios en las manos, pisazos de lujo… Puro género. Lo explica Olga Salvador, coordinadora de guiones de El Caso: “Para cada episodio hemos elaborado una ambientación propia. El episodio del manicomio es de género gótico, el del caso de los muertos aparecidos en Navarra es de género de espías...”.

Pero el género es eso, la cultura es eso: el metabolismo con que digerimos nuestro pasado, la manera de comernos lo que somos. La magia de reivindicar un periódico denostado por el clasismo en un homenaje maravilloso, que nos permite recuperarnos, comprendernos y creer que hasta cuando no éramos capaces éramos mejores que ahora.

Aumentar la dosis

Miguel Ángel Aguilar
Eugenio Suárez, fundador y director de El Caso, tenía cita en el Ministerio de Información y Turismo, ubicado entonces en un palacete de la calle Génova esquina con Monte Esquinza, con el director general de Prensa, Tomás Cerro Corrochano. Su objetivo era conseguir que le autorizaran a aumentar la dosis de sangre porque solo le estaba permitido publicar un crimen por semana. Habían entrado en materia cuando sonó el teléfono del despacho. El director se puso en pie al identificar la voz de Gabriel Arias Salgado para decirle: “Señor ministro, perdone que le hable en mangas de camisa, pero aquí hace un calor insoportable”. Siguió la pugna dialéctica argumentada hasta que Eugenio Suárez, decepcionado por la negativa, imbuido de la mentalidad de excombatiente, concluyó: “¿Y para esto hemos muerto un millón de españoles?”.