Retrato sarcástico del pasado oculto
Koldo Chamorro (Vitoria, 1949 - Pamplona, 2009) colaboró en la conservación de un imaginario a punto de desaparecer. Su mirada fue madurando hacia formas más complejas y temas más personales
Chamorro nació en Vitoria en 1949 pero de inmediato se trasladó con su familia a Guinea Ecuatorial, donde vivió hasta los 16 años, para mudarse a Pamplona. Como el resto de fotógrafos de su generación, su formación fue autodidacta. De adolescente se dio cuenta de que la fotografía le permitía expresarse con libertad. Después de realizar estudios de Ingeniería, Marketing y Economía se dedicó de manera plena a la fotografía compaginando su trabajo de autor con encargos y reportajes en periódicos. Poco a poco, el fotógrafo conformó una mirada directa y alejada de estereotipos.
Colaboró en la conservación de un imaginario que estaba a punto de desaparecer. Chamorro recorrió y fotografió los pueblos de España una y otra vez hasta hacerlos suyos y comprenderlos en profundidad. Sus fotografías captan una imagen no idealizada ni costumbrista que reflexiona sobre la gran distancia entre el entorno rural y el urbano en un país en plena transición y cambio social. Supo detenerse en lo poco común, ofreciendo una realidad diferente de una España que aún perpetuaba viejas tradiciones paganas y religiosas. Sus imágenes esconden una búsqueda antropológica que, sin embargo, se apoya en un análisis personal y en cierto modo romántico. Estas imágenes se recogen en uno de sus grandes proyectos: España mágica donde se percibe la influencia de referentes como Manuel Álvarez Bravo o Henri Cartier-Bresson. En esta primera etapa consiguió plasmar la transformación de una sociedad en pleno proceso de pérdida de identidad.
Del folclore al reportaje
La simbología religiosa es uno de los elementos que le atraían de esa España. Así se puede ver en El Santo Christo Ibérico, donde la cruz católica es protagonista de una narración que muestra las contradicciones de un país que ansía la modernidad pero se encuentra anclado en viejas costumbres. En la fotografía Ella, siempre en la cruz… retrata con ironía a una mujer mirando a cámara y situada en una cruz simulando una crucifixión en el pueblo salmantino de La Alberca en 1995. Chamorro analizó las fiestas, el folclore y la devoción a través de la imaginería religiosa. Sus fotografías muestran la realidad de una época pero, al mismo tiempo, plantean preguntas y revelan ciertos enigmas. Así, trabajó la temática de los toros desde el punto de vista del ritual ahondando en su estética y origen mítico. En Los Sanfermines mostró el lado más lúdico y menos convencional de la fiesta a partir de un profundo estudio de Pamplona realizado durante más de 25 años.
En sus imágenes hay una búsqueda antropológica que se apoya en un análisis personal y romántico
Chamorro se adentró en el mundo del reportaje desde el entendimiento del otro, sabiendo que contar historias sobre los demás es una tarea que implica siempre un riesgo. Se acercaba al retratado con honestidad, tratando de identificarse con él, asumiendo la parcialidad y sin la necesidad de elaborar una denuncia. Su compromiso y ética le llevaron a desarrollar una forma de fotografiar nueva para cada situación. La complicidad y el respeto por los personajes retratados, al igual que los objetos y las arquitecturas, acababan muchas veces sublimados y convertidos casi en signos. Sin embargo, la preocupación estética no ocultaba la narración y profundidad de su trabajo.
Su obra fue concebida a partir de series fotográficas que desarrollaba a lo largo del tiempo a modo de extensa investigación. Distingue entre tres tipos de trabajos fotográficos: el ensayo, que asumía como un lenguaje puramente personal; el reportaje, como el proyecto Algo llueve sobre mi corazón, que incluye diferentes series que recogen la vida cotidiana de personas con alguna discapacidad, y por último el poema visual, como Pubis pro Nobis o La violación cósmica, que le permitía usar recursos expresivos con total libertad. Estas clasificaciones a veces se traspasan configurando una sucesión más casual y fortuita pero, en su conjunto, mantienen orden y lógica.
Gracias a una beca de la Fundación de Arte Casteblanch, Chamorro pudo realizar talleres en el extranjero con Ansel Adams, Jean Dieuzaide, Lucien Clergue o Brassaï que contribuyeron al desarrollo de su mirada. Como fotógrafo realizó numerosos viajes por gran parte del mundo que le ayudaron a hacerse con una gran cultura visual que inevitablemente se plasma en su obra.
Perteneció a diferentes agrupaciones como el Minority Photographers de Nueva York o el grupo Alabern de Barcelona junto a otros fotógrafos como Joan Fontcuberta o Tony Catany, con quienes compartía la reivindicación de una fotografía de autor. Asimismo, sus influencias provienen de otras artes como la música, que le ayudó a configurar un sentido narrativo a su obra, la pintura —a través de su interés en autores como Velázquez—, que le mostró la importancia de la luz, y la poesía, que le enseñó a explorar su sensibilidad y su capacidad de percepción. Para Chamorro, la poesía “comunica más de lo que informa, por lo que su impacto, si es en verdad concluyente, está bajo el dominio de la emoción antes que del dominio del conocimiento”. Siguiendo esta premisa, su fotografía trata de potenciar lo perceptual por encima de lo meramente coyuntural.
En el terreno formal, Chamorro utilizaba fuertes contrastes en el blanco y negro, ayudándose de la luz para destacar lo que más le interesaba. De la misma manera, las sombras adquirían especial interés al anular ciertas partes prescindibles y depurar las formas. A través de la iluminación, el fotógrafo se apropiaba de los espacios públicos en un ejercicio introspectivo de búsqueda emocional que lo diferencia de otros autores de su generación. Esquivando cualquier tipo de ortodoxia documental, no tenía prejuicios a la hora de utilizar el flash a pesar del exceso de luz que muchas veces producía.
El protagonismo del cuerpo
A medida que su mirada maduraba, Chamorro indagó en las diferentes posibilidades del espacio, comprendiendo que podía ser un contenedor de vacíos que encerraba una gran expresividad. Las imágenes evolucionaron hacia formas más complejas y temáticas más personales donde el sexo y el cuerpo alcanzaron un enorme protagonismo. En 1995, la colección Lo Mínimo de la editorial Mestizo publicó Sueltos de amor y otras carnes, donde el autor expresaba con imágenes y textos sus sentimientos más profundos desde 1974. El libro trata del amor a su pareja y todo lo que eso genera (risas, pasión, enfados, caricias…). Cada imagen es una historia y una experiencia íntima que forma parte de colecciones más extensas unidas en una estructura narrativa basada en la forma musical de las variaciones que permite la relación de fotografías, a priori, dispares. Este ensayo se relaciona con la tradición de la estética de los trabajos sobre uno mismo: cuartos de baño, habitaciones de hotel, desnudos sobre la cama que remiten a situaciones íntimas del fotógrafo. Chamorro continuó así un estudio poético sobre la mujer hasta su muerte en 2009.
Se acercaba al retratado con honestidad, trataba de identificarse con él y asumir la parcialidad
A pesar del modesto reconocimiento que el fotógrafo recibió en vida, se pudo ver su obra en algunas exposiciones importantes como la que organizó el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1989 dentro del festival FOCO —coincidiendo también con una exposición de su admirado Koudelka—, que recogía parte de su archivo hasta ese momento; la muestra colectiva 4 Spanish Photographers del Center for Creative Photography de la Universidad de Arizona en 1988, o Cuatro Direcciones, celebrada en el Museo Reina Sofía en 1991, que se ha convertido en uno de los pocos registros sobre la fotografía de los años 70 y 80 en España. Fue galardonado con algunos premios como el Soho News al mejor trabajo en blanco y negro (1981), fue fotógrafo del año de la revista Foto Profesional en 1989 y 1992 y finalista en dos ocasiones (1981 y 1987) del premio Eugene Smith Memorial Foundation. Además de su faceta como fotógrafo, Chamorro dirigió en Pamplona la galería y revista Nueva Imagen y fue profesor en diferentes universidades dejando su impronta en autores como Clemente Bernad.
La importancia del legado de este fotógrafo nace de la ambigüedad de sus fotografías, que necesitan varias lecturas para ser comprendidas, pero sobre todo de haber recogido un pasado oculto abocado a desaparecer. El análisis sarcástico pero indiscutiblemente reflexivo que hace de diferentes aspectos de España ayudan a construir un pasado, no tan lejano, desconocido y ajeno.