29/3/2024
Opinión

Un error con Turquía

Editorial - 29/04/2016 - Número 31
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En un primer momento, la Alemania de Angela Merkel trató de imponer a los socios comunitarios un reparto de los refugiados a los que había dado la bienvenida pero que pronto amenazaron con causarle un problema político interno. Luego, en vista de la oposición de los socios a ese reparto, su Gobierno externalizó el problema que planteaban los solicitantes de asilo, encomendando su gestión a Turquía, país al que serían devueltos todos los que llegasen ilegalmente a Grecia para canjearlos por sirios ya en suelo turco.

Hace solo tres años, esa misma Merkel que ahora recurre al presidente Erdogan y considera a Turquía como “país seguro” se decía horrorizada por la brutal intervención de la policía turca contra los ecologistas que se manifestaban pacíficamente en Estambul contra la construcción de un centro comercial. Hoy no se escucha nada de eso a pesar de que la situación de los derechos humanos y los ataques contra la libertad de expresión se han agravado en ese país miembro de la OTAN y cada vez más islamizado.

Sin embargo, las cosas podían haber discurrido de otro modo si no hubiese sido por culpa de la propia Merkel, quien en septiembre de 2007 se opuso,  junto al entonces presidente francés Nicolas Sarkozy, a un eventual ingreso de Turquía en la Unión Europea. En aquel momento, Erdogan no era el autócrata en que se ha convertido hoy, sino que lucía aires de reformista y parecía dispuesto a adecuar su país cada vez más a las exigencias de Bruselas y aproximarlo al club de las democracias europeas.

Pero Merkel no dio entonces pruebas de valentía, sino que siguió la que había sido doctrina tanto de la CDU como de la CSU bávara, que se oponían a la posibilidad de que entrase un día en ese supuesto club cristiano un país musulmán que con cerca ya de 78 millones de habitantes se aproxima al peso demográfico de Alemania. La canciller no solo desairó entonces al orgulloso Erdogan, sino que hizo caso omiso de los casi tres millones de personas de origen turco que viven  en Alemania. Los cristianodemócratas y sus socios temían que Alemania pudiese agudizar su carácter de país de inmigración. Hoy, las cosas han cambiado para peor y se echa de menos esa otra Turquía que, sobre todo con ayuda de la UE,  habría podido tomar otros derroteros. Y ahora, esa misma Alemania que entonces desairó a Erdogan tiene que recurrir a un político convertido en autócrata y aceptar las condiciones económicas que cínicamente impone a Europa a cambio de hacer el trabajo sucio con los refugiados. Hay errores políticos que se pagan caros.