Knausgård. Ebrio de juventud
El cuarto volumen de Mi lucha está marcado por la escritura y por la relación con el padre, como los anteriores
Cuando Knausgård quiso ponerse a contar su vida, optó por no dejarse atrás ni siquiera sus lamentos más pueriles de adolescencia. “¿Cómo arreglárselas —se pregunta un Karl Ove de 16 años— para pasar de estar delante de una chica a plena luz del día con la ropa puesta a estar acostado con ella en la oscuridad unas horas después?” Esta situación —que él mismo califica de “abismo sin fondo”— recorre casi cada una de las páginas del último volumen. Al cumplir 18 años, Knausgård se da cuenta de que no quiere seguir estudiando ni tampoco trabajar en serio. En su empeño por entregarse de lleno a la escritura, él, un chico de 18 años de Kristiansand, flamante bachiller, que acaba de abandonar la casa familiar y con poca experiencia laboral,solicita un puesto de profesor suplente en un colegio del pueblo de Håfjord, en la costa norte de Noruega, un lugar del que no sabía nada.
En Bailando en la oscuridad expone sin reservas su intenso deseo sexual juvenil y el de ser escritor
En un fragmento de Bailando en la oscuridad —quizá uno de los más honestos y dolorosos—, Karl Ove reflexiona sobre ese momento en la vida de cualquier joven cuando se sitúa en el tiempo de los absolutos: “Él no sabe nada de la vida, no sabe nada de ella, no sabe nada de sí mismo. Lo único que sabe es que jamás ha sentido algo con tanta fuerza y tanta claridad. Todo duele, pero no hay nada tan bueno como eso. Ah, esta es la canción sobre tener 16 años y estar sentado en un autobús pensando en ella, la única, sin saber que esos sentimientos se irán atenuando poco a poco, apagando, que la vida, que ahora es tan grande y formidable, será inexorablemente cada vez más pequeña, hasta deshacerse de una magnitud manejable, algo que no duele tanto, pero que tampoco es tan bueno”.
La literatura y los modelos
Como en el cuarto libro de Emilio, o De la educación de Rousseau, Karl Ove intenta comprender mejor sus contradictorios sentimientos, pero también su pasión se ve exaltada ante la aparición de jóvenes hacia las que siente una atracción difícil de controlar. Siguiendo una de las máximas de Rousseau sin saberlo, Knausgård se deja llevar por su naturaleza para sentirse libre, que no salvaje. Y en ese aprendizaje se sitúa: el abismo no solo está entre él y las chicas, sino entre él y el mundo que lo rodea. “El deseo —escribe— nunca se centró en un solo punto, sino que se extendía, grande, débil e inmanejable.” La literatura llega entonces para cubrir ese hueco entre la vida que apenas comienza y las expectativas. Al principio del volumen, el autor se sitúa en torno a la literatura que en aquel momento le interesaba, libros como El guardián entre el centeno de J. D. Salinger, Cartero de Charles Bukowski o En el camino de Jack Kerouac; libros sobre jóvenes que tratan de encajar en la sociedad, que quieren sacar de la vida algo más que rutina, algo más que familia, jóvenes que buscan la libertad. Karl Ove quería ser Holden, Henry o Dean o, quizá, todos a la vez. Todo lo que estos tres muchachos querían ser, lo quería ser él, y los sueños de los cuatro se mezclaban confundiéndose. Todos viajaban, se emborrachaban, leían y soñaban con el gran amor o con la gran novela de su vida. “La gran nostalgia que siempre sentía en el pecho se desvanecía cuando leía esos libros, para luego volver 10 veces más intensa cuando los dejaba […] lo único de verdad necesario estaba en los libros que leía y en la música que escuchaba.”
Vivir mucho y muy deprisa
Seguramente, si Roberto Bolaño hubiera escrito Los detectives salvajes algunos años antes y Karl Ove lo hubiera leído, también habría querido parecerse a Arturo Belano y Ulises Lima. Ellos tampoco querían estudiar, no querían formarse en una institución convencional como la universidad, querían viajar a Europa, dormir en playas, en hoteles baratos, en casas de amigos que harían por el camino. “Realizar pequeños trabajos para sobrevivir, fregar platos en un hotel, cargar o descargar barcos, coger naranjas…” Aunque Karl Ove también quería parecerse a Hemingway en su vida y en su escritura, e irse a un pueblo español a escribir y correr delante de los toros en Pamplona. Lo que Knausgård quería a los 16 años, a los 18, era vivir, vivir mucho y muy deprisa para poder volverse desde la otra parte del mundo con una novela en la mochila.
“Lo único de verdad necesario estaba en los libros que leía y en la música que escuchaba”, escribe en este volumen
Antes de emprender esa vida de nómada —o en lugar de emprenderla—, se dedicó durante un año a enseñar noruego, inglés y matemáticas a niños y jóvenes pocos años menores que él. Y, entre clase y clase, a este precoz profesor sin vocación alguna le quedaba tiempo para escribir relatos en su máquina de escribir. Si no conseguía armar uno de sus cuentos o intentar romper el abismo entre las chicas que le atraían y su torpeza en el sexo —sus dos mayores preocupaciones—, se emborrachaba y paseaba por Håfjord intentando aclarar sus pensamientos. A veces, cuando llegaba la noche, dejaba entrar la oscuridad en toda la casa excepto en su escritorio, donde la luz de una pequeña lámpara lucía como una isla en la oscuridad. Y eso era lo que pensaba de sí mismo: “Eso soy yo y mi escritura, una isla de luz en la oscuridad”.
Karl Ove Knausgård
Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo Anagrama,
Barcelona, 2016,
544 págs.