La sala de espera, a 6 km de una oportunidad
Más de 130.000 personas han pasado por Salzburgo en la penúltima etapa del viaje hasta Alemania
La cocina trabaja para darles comida caliente a su llegada al campo. “No podemos permitir que vayan a Alemania hambrientos”, comenta el voluntario encargado de la cocina. También pueden conseguir ropa de abrigo y calzado. Después pasan a enormes carpas donde hay instalados más de 200 colchones de gomaespuma para que puedan descansar. Tras varias horas de espera, las autoridades militares hacen grupos de unas 50 personas. El primero es traspasado a una carpa contigua mucho más pequeña, de unos 15 metros de largo y ancho. Allí, durante más de una hora, esperan sentados en bancos sin respaldos. Una máquina de aire caliente aumenta la temperatura y les permite quitarse las chaquetas. Los niños juegan con lo que tienen a mano. Otros pintan y algunos bebés duermen sobre una pila de mantas, el único lugar que tienen para dormitar que no sean los brazos de su madre o padre.
Diez minutos más
Un joven sirio de 27 años cuenta que han llegado al campo de ASFINAG a las tres de la madrugada. Son las 10 de la mañana y no ha dormido casi nada, al igual que los últimos 20 días, el tiempo que ha necesitado para llegar hasta Austria. Ha venido con su mujer y sus cuatro hijos de 7, 6, 4 y 1 año. Ha pagado 2.500 euros por persona, excepto los niños, que era la mitad. Reconoce que lo más duro del trayecto fueron las dos horas que estuvieron en una barcaza “pequeña y endeble” de Turquía a Grecia. El frío provocaba que los niños enfermaran con bastante frecuencia. Su objetivo es llegar a la ciudad alemana de Hannover, donde vive su hermano. Espera trabajar de albañil, el mismo oficio que tenía en Damasco.
Los rostros de los adultos reflejan el cansancio y la preocupación por desconocer su futuro más inmediato, pero también las ansias de dejar la “sala de espera” y llegar hasta Alemania. Mientras, los niños se divierten jugando con una pequeña pelota y pintando. La algarabía infantil se detiene cuando uno de los voluntarios les insta a que cojan sus pertenencias y se agrupen. Les da las instrucciones en árabe.
Desde el campo de refugiados de ASFINAG, cada hora parte un autobús con destino a Alemania
Ordenados por familias salen de la carpa. Miembros del Ejército controlan que no suban nada de bebida o alimentos que lleven en las manos. Uno de los niños llora cuando un soldado le dice a su padre que le quite el bocadillo que está comiendo su hijo, tiene que tirarlo. No portan más que un par de mochilas por familia que deben dejar en el maletero, todo lo que tienen para empezar una nueva vida. Sale el autobús y por delante solo tienen 6 kilómetros. Diez minutos de viaje les separan de pisar Alemania, el país que tanto desean alcanzar. Allí, en la población de Freilassing, en un puesto policial les incluirán en un registro y reubicarán por distintos centros de refugiados.
La carpa se queda vacía y unos voluntarios barren el suelo para dejarla preparada para el siguiente grupo de 50 personas. Pocos minutos después, la “sala de espera” vuelve a llenarse, en lo que es el último desplazamiento que queda por hacer en el día.
Voluntarios asilados
Todos los días, de ocho de la mañana a dos de la tarde, Samad acude al campo de refugiados de ASFINAG. Este joven de 27 años llegó a Austria hace algo más de un año y seis meses, consiguió el asilo y ahora es voluntario. Viene para ayudar como traductor alemán-árabe. El motivo que le mueve a desarrollar esta labor es la solidaridad con “mi gente, mis colegas, mis compañeros” . “Quiero ayudarles porque se lo duro que es la situación allí”, dice Samad. Conoce perfectamente la situación de todas las personas que pasan por allí. Cuando empezó la guerra de Siria huyó a Turquía con su familia. Allí trabajó unos años hasta que decidió emprender la salida. Lo tuvo que hacer solo. Pagó 10.000 euros por viajar durante cuatro días en coche hasta Austria. Hace solo unos pocos meses consiguió reunir a su familia en Salzburgo. Samad compagina el voluntariado con clases de alemán, porque quiere perfeccionar su dominio del idioma y así entrar en una escuela de trabajo. Le gustaría continuar con el oficio que tenía en Siria, sastre.
No es el único voluntario que ayuda en esta carpa de espera. Una de sus compañeras es afgana y su padre le obligó a casarse con un desconocido cuando tenía 15 años. A los 16 tuvo su primera hija. No ha venido con esta última crisis migratoria. Hace seis años decidió huir de Afganistán para evitar que su hija sufriera la misma desigualdad. Quiere que tenga la posibilidad, que allí no tendría, de ir a la escuela.
Este centro de refugiados, de casi 2.000 hectáreas, también acoge a las personas que desean obtener el asilo en Austria. En estos momentos, en lo que antes era un garaje para camiones, duermen 57 desplazados esperando la entrevista que determine si obtienen asilo o no. ASFINAG no es solo la “sala de espera” a una nueva oportunidad, también puede ser el último peldaño para dejar atrás una vida que se han visto obligados a cambiar.