29/3/2024
Cine

Los gigantes de Terry Gilliam

El cineasta emprende en septiembre el noveno intento de acometer el proyecto de su vida: la adaptación del Quijote

Irene de Lucas - 29/04/2016 - Número 31
  • A
  • a
Los gigantes de Terry Gilliam
Editorial malpaso
Don Quijote era también Alonso Quijano, un viejo ridículo y grotesco, ataviado con una bacía de barbero por casco, montado sobre un viejo rocín y que empuñaba viejas armas que apestaban a moho y orín. Entre el miedo y la extrañeza, la reacción del resto de personajes al encontrarse con el famoso hidalgo era la burla despiadada, cuando no la humillación. Donde otros ven a un viejo delirante, los lectores, conmovidos por la valentía de un hombre culto e idealista, vemos a un soñador que necesita refugiarse en sus fantasías para evadirse de una realidad injusta en la que sus ideales no tienen cabida. Porque la realidad es mezquina; tanto que la lucha desinteresada por la libertad y la defensa del débil hacen de él, inevitablemente, un loco absurdo del que mofarse. Así, burla tras burla, vejación tras vejación, avanza la historia del ingenioso hidalgo. Y cuanto más lo humilla Cervantes, más lo queremos los lectores, porque cuanto más cruel e injusta es la realidad, más necesaria es la existencia de Don Quijote.

Resulta cada vez más difícil obviar los paralelismos entre el personaje de Don Quijote y Terry Gilliam (Minneapolis, 1940), cuyo proyecto frustrado de adaptar la obra de Cervantes con El hombre que mató a Don Quijote ofrece la ironía de que el director padezca la misma incapacidad de aceptar la realidad. El que fuera el único miembro no británico de los Monty Python no solo heredó la obsesión de Orson Welles por llevar la historia de don Quijote a la pantalla, sino también su mala fortuna.

Heredó de Orson Welles la obcecación por llevar la historia de don Quijote al cine y su mala fortuna

Siete son los intentos fallidos de Gilliam desde que se dejó cautivar por este proyecto allá por 1990. El más doloroso y sonado de todos, hace ya 16 años, tuvo lugar cuando se vio forzado a abortar el filme en el sexto día de rodaje en las Bardenas. A un presupuesto exiguo que no dejaba margen de error, se sumaron todos los errores humanos posibles y otros desastres naturales. Desde el vuelo ininterrumpido de reactores F16 —se encontraban en una zona de prácticas aéreas de la OTAN— que imposibilitaron registrar el audio hasta las inclemencias climáticas: el segundo día, una tormenta veraniega arrasó con buena parte del material de filmación y convirtió el decorado castellano en un lodazal. Terry Gilliam estaba curtido en penurias y rodajes in extremis desde el de la película que dobló su presupuesto inicial y cuyo fiasco le ganó la reputación de enfant terrible en Hollywood, Las aventuras del barón Munchausen. Al quinto día llegó el golpe de gracia: el dolor de espalda de su Don Quijote, Jean Rochefort, que había invertido siete meses en aprender inglés para interpretar el papel, empeoró hasta impedirle caminar y regresó a París, donde se le diagnosticó una doble hernia discal. Tras un mes esperando inútilmente la recuperación de Rochefort, el proyecto se canceló y la aseguradora se quedó durante años con los derechos del guion.

La impotencia y frustración de Gilliam quedó inmortalizada en el desolador documental Lost in la Mancha (2002), que acaba con la aparente claudicación del director: “He hecho el filme tantas veces en mi cabeza... Tal vez sea mejor dejarlo así”. Pero Gilliam no se resignó. Con la ayuda del productor Jeremy Thomas consiguió recuperar los derechos del guion en 2005, encontró un nuevo Don Quijote, Robert Duvall, y pasó tres años buscando financiación. La apretada agenda de Johnny Depp hacía difícil cuadrar fechas de rodaje, así que renunció a él; el papel del personaje Toby Grisoni/Sancho Panza pasó a Ewan McGregor…Pero el dinero no llegaba. En junio de 2015 anunció que retomaba el proyecto por octava vez. Iba a rodar ese mismo verano con dos actores distintos, otra vez. Pero la historia se repitió. Tan solo una semana después de anunciarlo y a dos meses del rodaje, el diagnóstico de un cáncer de páncreas a John Hurt, afortunadamente recuperado, paralizó de nuevo el proyecto.


Un imperativo vital

Gilliam no desiste. Rodar esta película es un imperativo vital, como confiesa: “Es la muerte de Terry Gilliam. Mi mujer me dice ‘basta, déjalo estar, déjalo tirado y muerto en la cuneta’ y yo sigo diciendo que no. Es como si me hubiera infectado, es un tumor que crece dentro de mí y hasta que no lo extirpe no puedo seguir con mi vida. Es ridículo, es verdaderamente ridículo. […] Estoy en casa dándome cabezazos con la pantalla del ordenador. Esperando. He esperado otro año y las cosas vuelven a salir mal, la más trágica hace unos meses con el diagnóstico de John Hurt […]. Deberíamos rodar en abril del año que viene y aquí estoy esperando. Así paso la mayor parte del tiempo; es como si estuviera en una obra de Beckett, estoy esperando a Godot o a lo que sea. Esperando el dinero. Esperando la organización. Esperando a un actor… Debería dejarlo estar, francamente, pero aún no puedo”. Terry Gilliam rivaliza con Don Quijote en su delirio. Incapaz de entrar en razón, con cada revés del destino se agarra a su fantasía con más fuerza, convencido de que su proyecto algún día se hará realidad.

Ese día puede estar cerca. Hace dos semanas, la productora Alfama Films anunció que el 16 de septiembre del 2016 es la fecha prevista para la novena tentativa del director de rodar el proyecto de su vida. Las productoras del portugués Paul Branco —Alfama Films y Leopardo Films— son responsables de películas no menos arriesgadas en taquilla, desde Cosmopolis (2012), de Cronenberg, hasta el próximo estreno en Cannes de Wim Wenders, The Beautiful Days of Aranjuez. En coproducción con la productora de Gerardo Herrero, Tornasol Films, en esta última tentativa el filme se rodará principalmente en España y en Portugal. El reparto aún es un misterio, pero es probable que tanto John Hurt como Jack O’Connell ya no estén vinculados al proyecto.

Encontrar a un nuevo Don Quijote no será tarea fácil, ya que a los requisitos del papel se suman las exigencias de las aseguradoras. “Jean Rochefort va más allá de la perfección. El espíritu de ese hombre es… su dignidad. No solo es perfecto para el papel, es un buen jinete”, dijo Gilliam en el año 2000. No existe otro actor que guarde el extraordinario parecido físico que tiene Jean Rochefort con Don Quijote. Tal vez, en su día, Francisco Reiguera, pero él tampoco sobrevivió al rodaje: murió antes de que Orson Welles pudiera terminarlo

Obsesiones quijotescas

A los problemas de dar con el actor adecuado se añadirán de nuevo las limitaciones económicas. Terry Gilliam cuenta con 16 millones de euros, la mitad que en su fracaso de 2000 y apenas una cuarta parte de lo que deseaba inicialment. Puede que a ello respondan muchos de los cambios que Gilliam dijo haber hecho dos años atrás respecto a la versión previa del guion que escribió con Tony Grisoni, que también le ayudó en el pasado con la adaptación de la novela de Hunter S. Thompson para Miedo y asco en Las Vegas (1998). En sus últimas declaraciones, Gilliam hablaba de un director de cine frustrado que se siente atraído por las gestas de Don Quijote, antes de encontrarse con él en su mundo de fantasía, añadiendo: “Ahora trata más bien sobre cómo las películas pueden dañar a la gente”. Un leit motiv en el que resuena el eco de su propio calvario y de una lucha que no puede abandonar.

Las recurrencias temáticas de Gilliam encuentran su máxima expresión en la obra de Cervantes

Por qué este filme. Por qué esta fijación. Por qué no hace caso a su mujer y pone fin a tanto sufrimiento. La respuesta está en su filmografía: las obsesiones de Gilliam encuentran su máxima expresión en la obra de Cervantes. Las dualidades realidad-fantasía y locura-cordura se encuentran en todos los filmes del director, desde las distopías que transcurren en sociedades opresivas, como Brazil (1985) o 12 monos (1995), hasta los delirios fantasiosos como Las aventuras del barón Munchausen (1988) o El imaginario del Dr. Parnassus (2009). En todas el protagonista vive en el límite de la locura o de la fantasía. En mayor o menor medida, sus personajes parafrasean a Don Quijote: James Cole, de 12 monos, lucha por salvar al mundo a pesar de que todos lo creen enajenado; el barón Munchausen tiene ese toque de genialidad quijotesca, mientras que el Dr. Parnassus comparte su imaginación desatada y hace los sueños realidad. Y, por supuesto, está Sam Lowry, el protagonista de Brazil, un soñador atrapado en un mundo cruel y opresivo que no comprende, del que se evade con fantasías en las que puede volar y pasar la eternidad con la mujer de sus sueños, que bien podría llamarse Dulcinea. Incluso sus filmes más atípicos, como Miedo y asco en Las Vegas o El rey pescador (1991), presentan sinergias temáticas: la evasión psicodélica de una realidad amenazadora en la primera y un personaje con principios que busca reparar sus errores en la segunda. Mención aparte merecerían Los caballeros de la mesa cuadrada (1975), cuyo delirio quijotesco les impide ver que montan caballos invisibles y que el ruido de los cascos no es otra cosa que su escudero golpeando dos cocos.


Pero los paralelismos no se refieren solo al universo temático de la novela, sino especialmente a su personaje. Decía Tony Grisoni: “Don Quijote parece estar en el trasfondo del trabajo de Terry desde hace mucho tiempo. En el sentido más amplio, es un héroe que le cautiva porque la noción de alguien que batalla alegremente contra toda lógica y realidad es atractiva para él”. Y lo es porque también es su lucha —la de Gilliam— contra una realidad injusta que no está dispuesto a aceptar y, como Don Quijote, necesita cambiarla: “La injusticia me vuelve loco. Como niño americano, me educaron para creer en la justicia. Y lo hice y lo hago. Y cuando ves que todo va mal, y que es tan obvio, que ni siquiera es sutil… me enfurece. Tenía que hacer algo. Tienes que hacer algo. [La rabia] Viene de la frustración, y quizás de la impotencia. Hay tantas cosas que están mal […] te educan y tienes sentido de la responsabilidad y piensas: tengo que ayudar a hacer del mundo un lugar mejor y estoy fallando estrepitosamente. Y de ahí viene una sensación de ira, de impotencia hacia el mundo y la incapacidad para llevar a cabo estos cambios heroicos”.

Habrá quien se cruce con Terry Gilliam y vea solo un director enloquecido. Un viejo ridículo e ingenuo que, armado con poco dinero, 25 años de intentos fracasados y los peores augurios, se lanza con todas sus fuerzas a embestir otra vez el mismo molino. Y se burlarán, primero por volver a intentarlo y después si vuelve a fracasar. Pero ojalá Terry Gilliam no entre nunca en razón, porque en la cordura  a Alonso Quijano solo le esperaba la muerte. Los delirios de Don Quijote son la expresión de la imposibilidad de aceptar una vida decepcionante, un mundo tan incapaz de comprender sus ideales como de regirse por ellos. Para que su vida tenga sentido necesita defender sus principios, convertirse en un caballero andante, sentir que puede cambiar el mundo, aunque no pueda. Y hablarán. Y reirán. Y se burlarán. Pero nada de eso le importa.

Gilliamismo.Memorias prepóstumas
Gilliamismo.Memorias prepóstumas
T. Gilliam, en colaboración con B. Thompson
Traducción de E. García-Romeu, Barcelona, 2016, 298 págs.
 

...y ahora, un libro completamente diferente

Fernando Rapa
En España ya se ha editado diverso material de los Monty Python en profusos libros que proponen desvelar el proceso creativo, las alianzas y las pujas internas del grupo satírico inglés. Con la llegada de Gilliamismo, memorias prepóstumas, de la editorial Malpaso, que ofrece la visión del outsider visual del grupo, se completa el hueco. Pero ¿outsider, por qué?

Al igual que Gilliam y su obra gráfica animada, vamos por partes. Cabe destacar que Terry Gilliam es el único no inglés del grupo, norteamericano de origen que renuncia a su ciudadanía estadounidense para acoger la inglesa de adopción. Esto le confiere una visión a la vez interna y externa del grupo. Gilliam se ubica fuera de las luchas entre el grupo de Oxford y Cambridge (universidades donde nace la fórmula Python), como si se tratase de un actor con papel pero sin guion dentro de una delirante obra. Gilliam no es de letras y vanagloriándose de ello desarrolla con sus historias visuales el pegamento que aglutina la fórmula perfecta de los Python.

El grupo inglés rompe con el humor tradicional de rematar los gags, proponiendo la revolucionaria idea de no cerrar el chiste, de que el gag esté en el principio o en el medio de cada historia. Gilliam teje estas tramas, a veces inconexas, y les insufla su laberinto visual, sumando y a la vez expandiendo la detonante carga narrativa del combo.

El libro, de portada dura y casi 300 páginas, está hecho a su medida: abunda en imágenes y bocetos no solo del grupo, sino de sus viajes iniciáticos, como su confuso periplo en moto por España, una evidente precuela de su Quijote, su paso por diferentes revistas de humor y su carrera como prolífico director de las películas Brazil, Los héroes del tiempo, El barón Munchausen o 12 monos.

Gilliam no para y se reinventa en cada obra, sin ceder ante el poder, como una dinamo descontrolada que arrasa convenciones dejando a su paso nuevos formatos.