24/4/2024
Internacional

Un estado dentro del caos

Extracto del libro Estado Islámico (Catarata, 2015) del delegado de la Agencia Efe en el Norte de África, Javier Martín

Javier Martín - 20/11/2015 - Número 10
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La evolución y la organización de Estado Islámico (EI) presenta, irónicamente y salvando las distancias, paralelismos con la fundación y estructura de uno de sus principales enemigos: el movimiento chiita libanés Hezbolá. Al igual que el Partido de Dios, su origen fue la fusión de varios grupos insurgentes que luchaban contra la ocupación y la formación de un Consejo de Shura para coordinar y perfeccionar ese combate. Andado el tiempo, y a medida que el brazo armado consolidaba las victorias sobre el terreno, se desarrolló un sistema de gestión civil para socorrer a la población y ganarse su respaldo. 

Irónicamente, EI presenta paralelismos con su enemigo: el movimiento chiita libanés Hezbolá

El desenlace fue un sistema piramidal dirigido por un secretario general —en la actualidad Hasan Nasrala—, un consejo asesor que funciona como un gabinete de ministros y un brazo armado vinculado a los intereses políticos. Un estado chií dentro del Estado libanés, que aún hoy mantiene el control absoluto de gran parte del territorio, tutela su economía y tiene suficiente fuerza militar como para frenar a su enemigo israelí y exportar combatientes a Siria e Irak. La osambre de EI es similar. A la cabeza del mismo descuella el califa, cuyo poder es absoluto. Abu Bakr al Bagdadi dirige sus huestes como lo hacían los califas de la antigüedad. No tiene teléfono móvil, no confía en sistemas de comunicación que dejen rastro como el correo electrónico y carece de una residencia fija. A su vera hay un grupo de tres o cuatro personas que escuchan sus consejos e itineran junto a él. Las órdenes para los diferentes gobernadores provinciales y mandos militares las reparte una efectiva red de carteros que utilizan las furgonetas de transporte y los taxis comunes que recorren sus dominios. 

De igual forma se distribuye el dinero, que fluye de mano en mano gracias a un simple sistema de postas, con las mezquitas como centro de gravedad. Los obligados informes procedentes de cada región le llegan mensualmente de similar manera. El objetivo, evitar cualquier tipo de infiltración y el rastreo por parte de las fuerzas iraquíes y occidentales. Se cree que su responsable es Abu Hajar al Hassafi, un iraquí con lazos tribales tanto en las provincias suníes de Irak como en los confines de la ciudad siria de Alepo. “Según los testimonios que hemos recogido, el califa casi nunca duerme en el mismo sitio”, asegura el agente Jules. “Se mueve de forma discreta, sin apenas escolta más allá de dos o tres acompañantes y se presenta en las casas, elegidas por la inteligencia, sin avisar. Muchas veces toma los mismos transportes que la gente común y se protege con ellos.” 

Los antiguos servicios secretos de Sadam vertebran y protegen a Dáesh

Bajo su mando, dos hombres son los que gestionan directamente la actividad política y militar del califato. En el verano de 2014, el “primer ministro” para Irak era Abu Muslim al Turkumani, antiguo teniente coronel del Ejército de Sadam Husein, veterano de la Fuerzas Especiales; y su homólogo para Siria era Abu Ali al Anbari, exgeneral también de las desbandadas Fuerzas Armadas iraquíes. Es aquí donde residen la mayor fortaleza de EI y una de las razones principales de su arraigo local: al contrario que Bush, que prefirió desmantelar el Ejército iraquí, Al Bagdadi rentabiliza su antigua estructura y su bien entrenado capital humano. Al Turkumani procede de la provincia de Nínive y Al Anbari de la de Al Anbar, donde ambos fueron temidos oficiales de Sadam Husein y donde erigieron redes de represión y clientelismo que ahora explotan para su nuevo jefe. Como el propio Jules destaca, son la antigua comandancia baazista y sus represivos servicios secretos —que persiguieron a los islamistas y al propio Al Bagdadi durante la dictadura— los que una década después irónicamente vertebran y protegen EI.
Estado Islámico
Estado Islámico
Javier Martín
Catarata, Madrid, 2015