28/3/2024
Cine

La debacle financiera según Hollywood

El estreno de Money Monster invita a revisar la nómina de producciones que han tratado de explicar las causas y los efectos de la crisis económica

Carlos Reviriego - 08/07/2016 - Número 41
  • A
  • a
La debacle financiera según Hollywood
Fotograma de 'Money monster'
La crisis financiera y la crisis del periodismo forman un atractivo cóctel molotov en Money Monster. Hay chalecos explosivos de por medio. Un joven indignado asalta a punta de pistola el bufonesco programa televisivo “Money Monster” que dirige el periodista Lee Gates (George Clooney), a quien en parte responsabiliza de su ruina por haber seguido sus consejos bursátiles. El programa lo produce Patty Fenn (Julia Roberts), quien para salvar el pellejo del presentador estrella tendrá que ceder al chantaje del saboteador y entrar en contacto con un magnate de Wall Street para dar explicaciones a cámara por la súbita pérdida de 800 millones de dólares. La retransmisión en directo del programa, del cual el asaltante ha tomado el control, mantiene en vilo al país entero. La actriz y directora Jodie Foster quiere sumarse con este filme a la ya robustecida nómina de películas estadounidenses que en la última década han tratado de explicar las perversiones de la crisis financiera. En contraste, Money Monster no deja de ser un superficial, bienintencionado pero infértil discurso en torno a los desajustes morales del sistema capitalista.



La gran apuesta
(2015)
daba la opción de, si no se lograba comprender del todo lo que estaba ocurriendo en la trama, sí al menos de entender por qué estaba ocurriendo: el egoísmo y la estupidez humanas se hicieron con el (des)control bancario. El filme de Adam McKay, que fue nominado al Oscar a Mejor Película, tenía la virtud de convertir las complejas abstracciones de las altas finanzas de Wall Street en algo excitante y hasta divertido en su crónica sobre los profetas del descalabro, es decir, de aquellos gurús (pocos) que sí vieron venir la hecatombe. Al igual que la película de Foster, La gran apuesta no olvidaba que es un producto de Hollywood —que busca entretener y empatar, y que no rehuye el humor, el estímulo inmediato y las grandes estrellas—, pero al contrario de la película de Foster, se tomó muy en serio sus efectos.

Money Monster es un bienintencionado pero infértil discurso en torno a los desajustes morales del capitalismo

Quizá el único argumento posible para todas estas películas, o al menos aquella conclusión a la que van a dar en su radiografía del sumidero económico, es al que Eric Von Stroheim entregó prácticamente toda su carrera. Tras múltiples dificultades, en 1924 estrenó su monumental película Avaricia, ocho horas de cine mudo que han sido amputadas y restauradas en numerosas ocasiones. En la escena final en el desierto de Monument Valley parecen habitar las constantes que han permanecido como línea de pensamiento del cine estadounidense: la codicia como generadora de locura y violencia. El determinismo antropológico de la ambición humana es el argumento que acaba emergiendo en prácticamente todas las teorías sociales y políticas expuestas en los distintos filmes que han tratado la crisis económica. Si a ello se suma el espíritu de Frank Capra en Qué bello es vivir (1946), una película navideña hija del New Deal en la que una comunidad une sus fuerzas contra los abusos de poder de un banquero, se obtiene un argumentario bastante completo de las causas y efectos del cine estadounidense sobre la crisis.

Desde la estupefacción, la ira, la lucidez analítica, el historicismo, el periodismo o la agitación conspiranoide, el documentalismo en torno a la crisis económica se ha convertido en un subgénero. Algunas películas tuvieron un carácter visionario —Alex Gibney con Enron. Los tipos que estafaron América (2005) y Adam Curtis con The Trap: What Happened to Our Dream of Freedom (2007)—, otras tropezaron con la ciega militancia del pensamiento —las acusaciones a los ideólogos de la sociedad neoliberal que recorren La doctrina del shock (2009), de Michael Winterbottom y Mat Whitecross—, otras deslizaron su indignación por la investigación cómica —Capitalismo, una historia de amor (2009), de Michael Moore— o trataron de ofrecerse como relatos canónicos y de referencia señalando a los culpables, como Inside Job (2010), de Bob Ferguson. Todas ellas, al igual que los trabajos de ficción, se enfrentaron al difícil paradigma de tratar de articular dramática o poéticamente el contenido de la crisis.

Entre la palabra y la acción

Esa dificultad inherente al tema previene de un cine que generalmente confía más en la palabra que en la acción, y que en el territorio de la ficción se ha manifestado a través de distintos géneros, desde el thriller político a la película de terror pasando por la poética indie. El caso de la cinta de culto The Girlfriend Experience (2009), de Steven Soderbergh —que este año ha convertido en una serie televisiva—, es singular. Protagonizada por la exactriz porno Sasha Gray, es el diario de una prostituta de lujo en Nueva York ofreciendo sus servicios a la fauna posyuppie. Ve cómo todo se desmorona a su alrededor, cómo la crisis económica se contagia a las relaciones humanas. La economía va ligada al sexo pero también al modelo de relación afectiva. El objetivo pasa por provocar la desorientación del espectador, crear un clima de final de época (las elecciones presidenciales que ganó Obama) y dibujar así un paisaje inestable y brumoso. La atmósfera de decadencia también forma parte de Margin Call (2011), el debut de J. C. Chandor, quien pone en escena con tensión lo que ocurrió en las 24 horas precedentes al 15 de septiembre de 2008 en las salas de reuniones de un importante banco de inversión, donde uno de sus jóvenes empleados descubre que la firma está al borde de la quiebra.  

Documentales y ficciones se enfrentan a la tarea de articular dramáticamente el contenido de la crisis

Chandor volvió a hablar de la crisis desde la alegoría en la crónica de supervivencia Cuando todo está perdido (2013), una experiencia cinemática inolvidable, extrema y realista, en la que un solo personaje, interpretado por Robert Redford, es el náufrago de un velero que se hunde. La angustia que vive, en una película completamente muda, refleja la determinación por sobrevivir de una clase social acomodada que ha visto cómo las estructuras que la han sostenido se han desplomado. No menos extrema pero mucho más divertida es Arrástrame al infierno (2009) de Sam Raimi, un homenaje a las películas de serie B de terror, protagonizada por una joven empleada de banca a quien una bruja lanza una maldición cuando le dice que el banco va a embargar su casa. Las causas del desplome han sido el pasto de diversas producciones de muy distinto alcance. Puede que fuera Tom Tykwer quien, con la fallida The International (2009), presentara por primera vez, en el marco de una película de acción, a un banco y un entramado financiero como los nuevos paradigmas del supervillano que quiere apoderarse del mundo. Los nuevos antihéroes de Hollywood pasaron a ser los ejecutivos y brokers de Wall Street, los presidentes de las grandes corporaciones y los banqueros sin escrúpulos.

Resulta imposible empatar con los protagonistas de obras como Wall Street. El dinero nunca duerme (2010), de Oliver Stone,  o Too Big to Fail (2011), de Curtis Hanson. En su secuela de la mítica Wall Street (1987), pieza emblemática en la construcción de la cultura del pelotazo, Stone aborda el crac económico con la voluntad de ofrecer una síntesis y hacer recaer la culpa de la crisis sobre algún elemento suelto e incontrolado que el propio sistema se encarga de eliminar. En la televisiva Too Big to Fail, una producción de la HBO, el director de L. A. Confidential (1997) reúne a un gran reparto para llevar a la pantalla un best-seller de un periodista de The New York Times que relata en estricto orden cronológico cómo se aprobó la Ley de Estabilización Económica de Urgencia de 2008, es decir, el plan de rescate financiero. Ambas adoptan los códigos del thriller político-financiero para acabar justificando la intervención estatal en el mercado libre y redimir a los causantes del cataclismo, víctimas en apariencia de un sistema que no parece necesitar regulación alguna, solo “gente honesta”.

La adaptación de Cosmopolis de Don de Lillo, dirigida por David Cronenberg en 2012, emana como la pieza cinematográfica más exigente pero también la más precisa en su retrato de un mundo a la deriva. Un personaje resume el itinerario dramático del filme: “La lógica extensión del capitalismo es el asesinato”. Cronenberg asume la cualidad abstracta del tema que aborda en su retrato de un joven superdotado de las finanzas mientras atraviesa la ciudad de Nueva York en una limusina blanca. Martin Scorsese se apropia del discurso del exceso en las memorias del broker Jordan Belfort. El lobo de Wall Street (2013) es un filme lunático, fuera de órbita, poseído por el desenfreno, en el que Wall Street solo puede ser retratado como el equivalente de la mafia en el cine del neoyorquino: los gánsteres son los brokers, las pistolas son los teléfonos y los charcos de sangre son los fajos de billete. Cuando Andrew Dominik filmó la oscura y desencantada Mátalos suavemente (2012) también soltó una bomba política en el corazón de Hollywood. La frase final de Brad Pitt —“América no es un país, es un negocio”— resume todo aquello que el cine en torno a la crisis ha tratado de decir. Sálvese quien pueda.

Money Monster
Money Monster
Dirigida por Jodie Foster
Escrita por Alan DiFiore, Jim Kouf y Jamie Linden
En cartelera